Sobre todo los de Economía, Literatura y la Paz
Bernardo González Solano
Octubre es el décimo mes del año en el calendario gregoriano que nos rige desde 1582 cuando el papa Gregorio XIII (né Ugo Buoncompagni, 1507-1585), suscribió, el 4 de octubre de aquel año (hace 430 exactamente), la bula Inter gravissimas (pastoralis officii nostri curas, ea postrema non est…), para sustituir el calendario juliano utilizado desde que Julio César lo instaurara en el año 48 A.C. Octubre se denomina así por haber sido el octavo mes del calendario romano.
Ahora, desde 1901 cuando se inició la entrega de los discutidos —al tiempo que codiciados premios Nobel (Física, Química, Literatura, Paz y Fisiología, a los que desde 1968 se agregó, fuera del testamento de Alfred Nobel que firmó en 1895, el de Ciencias Económicas del Banco de Suecia para conmemorar su 300 aniversario), en la primera quincena de octubre el mundo está pendiente de la concesión anual de los preciados galardones, decisión que siempre provoca fuertes críticas, pero también reconocimientos. Este año no podía ser la excepción.
Quizás por causar tanta expectación año con año la selección de los Premios Nobel, octubre debería cambiar de nombre, llamarse, por ejemplo, Alfredo o solo Nobel. Al fin y al cabo, octubre debe el nombre solo por haber sido el octavo mes del vetusto y desusado almanaque romano.
Literartura
En esta ocasión, el de Literatura (otorgado al escritor chino, mejor conocido por su seudónimo Mo Yan (“no hables”) que por su auténtico nombre: Guan Moye, provocó reacciones contrastantes, y gran sorpresa causó el de la Paz, concedido por el Parlamento Noruego a la Unión Europea, precisamente en los momentos en que este organismo internacional vive uno de sus peores momentos.
Y el último, el de Economía —el premio no Nobel, que se entrega el mismo día que los Nobel originales— la Real Academia Sueca de las Ciencias decidió que lo recibieran dos estadounidenses, Alvin E. Roth y Loyd Stowell Shapley, por sus estudios sobre los mercados económicos, sus problemas de diseño y sus posibles “rediseños” mediante cálculos matemáticos “ejemplo sobresaliente de ingeniería económica”. Todo relacionado con el análisis de la “teoría de los juegos” y el “diseño de marcados”, cuestiones que la gran mayoría de los habitantes de la Tierra, únicamente podemos leer, pero no entender.
Por cierto, solo como complemento informativo, Thomas Sargent y Christopher Sims, compatriotas de Roth y Shapley, fueron galardonados en 2011 con el mismo premio por su trabajo sobre “causas y efectos en la macroeconomía”. Así, con los últimos dos galardonados, los estadounidenses dominan en el premio sueco con 17 de los 20 ganadores de la última década. Posiblemente esto se deba a que los hijos del Tío Sam estudian y dictan cátedra en las mejores universidades del mundo. Así de simple.
Paz
De tal suerte, hay premios que recompensan y otros que animan. El Nobel de la Paz 2012 discernido a la Unión Europea combina sin duda las dos. El comité noruego coronó el pasado y “seis decenios consagrados a la paz, la reconciliación, a la democracia y a los derechos del hombre”. Pero, en el reverso de la medalla se dibuja la inquietud por el futuro y por una empresa en la que no es tabú creer que no continuaría igual.
Muchos europeos y no europeos se preguntan por qué en esta ocasión se le atribuyó el Premio Nobel al Viejo Continente sumido, quizás, en la mayor crisis económica de su historia, con millones de desempleados que están al borde de la revuelta social.
Pero el noruego Thorbjoern Jagland, presidente del comité Nobel, justificó en el momento de anunciar la decisión: “La Unión Europea contribuye a promover la paz, la reconciliación, la democracia y los derechos humanos”.
Imaginar lo que Europa en ruinas se habría convertido sin el Tratado de Roma y el entusiasmo de los “padres fundadores” —los franceses Robert Schuman y Jean Monet, el alemán Konrad Adenauer, el belga Paul-Henri Spaak, el italiano Alcide de Gasperi y el holandés Johan Willem (Wim) Beyem—revela la política-ficción.
Pero la ruptura por lo mejor es irrefutable: el continente de las guerras, precipitado al fondo del horror por los totalitarismos del siglo XX, se reencontró en la paz.
El premio se entregó no a una persona sino como se ha hecho habitual, a una institución, como por ejemplo la tres veces distinguida Cruz Roja.
La disposición testamentaria de Alfred Nobel dispone premiar a quien “ha realizado lo máximo o la mejor labor por la fraternidad entre las naciones, para la abolición o la reducción de los ejércitos permanentes y para la celebración de congresos de paz”.
Un periódico madrileño editorializó: “La UE es un experimento único en la historia que, al tiempo que integra, preserva las identidades que conforman la extrema diversidad europea. Ha impulsado, además, la defensa de los derechos humanos a niveles sin precedentes”.
Sin embargo, a nadie se le escapan los problemas que sufre la Unión Europea.
El ex primer ministro noruego, Thorbjorn Jagland, potavoz del Nobel, dijo: “Hay enormes peligros al acecho… Existe el riesgo de que Europa empiece a desintegrarse. Por eso deberíamos fijarnos una vez más en los principios”.
Por otra parte, no hay que olvidar que Noruega, el país que concede este galardón tan disputado, se ha negado repetidamente a unirse a la Unión Europea. La mayoría de sus habitantes han votado en contra de este propósito.
La conciencia colectiva noruega no va por el camino de Bruselas. La crisis del viejo continente hace estragos desde ya hace muchos meses, años. Los problemas económicos actuales sirven para recordar algunos de los fantasmas europeos de la primera mitad del siglo XX: en Atenas ya queman banderas nazis; se duda de la solidaridad europea en Berlín (de nueva cuenta capital de Alemania), Helsinki y Amsterdam; se grita contra Bruselas —la “capital” eurocomunitaria— en Dublín, Lisboa y Madrid; reaparecen viejos fanatismos que parecían olvidados. Hace poco más de 67 años así empezaron las guerras que algunos ya olvidaron —o no sufrieron—, pero que aparecen en los calendarios históricos.
Pese a todo, Oslo felicitó a la Unión Europea con el Premio Nobel de la Paz en la mano, aunque le recordó, al mismo tiempo, que una adhesión al organismo “no es de actualidad”.
Economía
Mientras algunos digieren el Nobel de la Paz, el de Economía se asienta en el mundo de la investigación económica. La Real Academia Sueca de las Ciencias afirmó que el galardón de 2012 se entrega a “un ejemplo sobresaliente de ingeniería económica” y se destaca que los estudios de los premiados abordan un “problema económico central”, la optimización de las asignaciones entre oferta y demanda. Se premia a dos profesores que han respondido a esta cuestión “en un viaje desde la teoría abstracta de las asignaciones estables” a “el diseño práctico de las instituciones mercantiles”.
La Academia de las Ciencias agrega que tanto Shapley como Roth llevaron a cabo sus investigaciones de manera independiente, aunque sus aportaciones a la economía son complementarias.
Alvin E. Roth nació en 1951 y es profesor de economía y administración de empresas en la Universidad de Harvard. Sus trabajos se basan en el análisis de la “teoría de los juegos” —rama de la economía que estudia las decisiones en las que para que un individuo tenga éxito tiene que tener en cuenta las decisiones tomadas por el resto de los agentes que intervienen en la situación. La “teoría de los juegos” como estudio matemático no se ha utilizado solo en la economía, sino en la gestión, estrategia, psicología o incluso en biología—, así como en el diseño de mercados.
Lloyd S. Shapley, de 89 años, es un matemático y economista estadounidense, profesor emérito de la Universidad California en Los Angeles y es considerado como uno de los máximos exponentes de la “teoría de los juegos”.
Estos personajes son los que todo mundo considera como auténticos premios Nobel. Sabios, aunque se dediquen a perfeccionar la “teoría de los juegos”. Anímese, hay que saber “jugar”.