En el tercer debate, el presidente salió ganador

Bernardo Gonzalez Solano

Es una regla de las justas de este tipo: defenderse bien es esencial, contraatacar es mejor. La tercera es la vencida, dice el refrán.

En el show de la política presidencial de Estados Unidos —de hecho no fueron tres los debates entre los candidatos presidenciales sino cuatro, incluyendo el de los aspirantes a la vicepresidencia—, el presidente demócrata Barack Obama, en busca de la reelección, ganó los últimos dos encuentros, aunque su actuación en el primero le costó perder la amplia ventaja que llevaba en las encuestas.

Todo parecía predeterminado: Obama ganaría la reelección con facilidad, se decía, pero su tropiezo (“una mala noche”, dijo), en el primer debate, cambió el escenario. Pese a su repunte, nadie puede asegurar los resultados del próximo 6 de noviembre. La moneda está en el aire. Puede ganar Obama o Romney, aunque hay muchos indicadores de que la familia Obama renovará su contrato para residir otros cuatro años más en la Casa Blanca. Cuando aparezca este reportaje únicamente faltarán diez días para conocer la verdad. No hay que vivir mucho.

Mientras son peras o manzanas, el presidente Obama tiene dos semanas mas para convencer a los indecisos electores estadounidenses.

La sombra de Denver

Un axioma de la política —donde se practica la democracia—  dice que las elecciones no las gana el aspirante, sino que las pierde el gobernante en el poder.

Si el esposo de Michelle Obama perdiera estos comicios —algo que nadie puede descartar, dadas las circunstancias, mejor dicho, el resultado de las encuestas—, nadie olvidará que las perdería gracias al desastroso debate del jueves 3 de octubre en Denver, en el que todo cambió.

Antes, el mandatario iba a la cabeza en todos los sondeos y contaba con la ventaja en los estados decisivos para la suma final. En todo caso, si había alguna duda a principios de octubre, no era si el sucesor de George W. Bush ganaría, sino el margen por el que lo lograría.

Hoy, pese a que Mitt Romney perdió los dos últimos debates —el del lunes 22 sobre política exterior, en Boca Ratón, Florida—, mantiene el empate (47% de los electores) con Obama, y su situación en los estados “clave” mejoró tanto como para estar en condiciones de obtener la victoria en muchos de ellos.

Pese a las conjeturas, Obama triunfó en el segundo debate, celebrado el día miércoles 16 de octubre, en Nueva York, cuando demostró su celebrado carisma y su habilidad oratoria, lo que le permitió detener su caída en los sondeos y puso freno a la ventaja tomada por su adversario.

Sin embargo, no fue suficiente para voltear las tendencias porque la incertidumbre surgida en Denver, por su extraña actitud, no solo se mostró ante sus conciudadanos como un presidente abatido, sino como un político casi casi sin proyecto.

No hay duda que Obama se impuso a Romney en el tercer debate. ¿Hasta dónde importa esto? El republicano aprovechó el debate, sobre política exterior que no es su fuerte, para tratar de presentarse como un líder confiable, un moderado propicio al diálogo y reacio a la utilización de la fuerza armada. Obama rápido entendió que no había porque ser demasiado “educado” con su contrincante, no le perdonó ninguna y le recordó antiguas declaraciones belicistas del exgobernador de Massachusetts con el evidente propósito de que los televidentes se persuadieran de que su “centrismo” es falso.

El candidato republicano, por ejemplo, criticó que la actual Armada del Tío Sam tuviera menos buques que en 1917, lo que le concitó las risas de los invitados al debate en la Universidad de Lynn, en Boca Ratón, Florida. No esperó mucho por la respuesta de Obama: “Gobernador, también tenemos menos caballos y bayonetas porque la naturaleza de nuestras fuerzas ha cambiado”. No obstante, el republicano guardó la compostura, pero de ahí en adelante fue mas cauto que en los temas económicos y sociales de los dos  debates previos.

Pero, tampoco detuvo su embate en contra de algunas decisiones de Obama, como la de matar a Osama Bin Laden, el dirigente de Al Qaeda. El rico empresario mormón advirtió: “Lo felicito por haber eliminado a Osama Bin Laden, pero no saldremos de este caos sólo matando”. Mejor no lo hubiera hecho.

El presidente Obama reviró: “Cada vez que usted ha opinado (sobre política exterior) se equivocó”. Le recordó que Romney había considerado la persecución de Bin Laden como “tiempo perdido… Gobernador, cuando se trata de política exterior, usted parece que quiere volver a las políticas de los años 1980, como a las políticas sociales de los años 1950 y las políticas económicas de los años 1920”.

Apurado y sudoroso, el aspirante republicano replicó que “no es atacándome —frase que utilizaría en varias ocasiones— que Estados Unidos tendrá una mejor política exterior”.

Dimes y diretes

Romney llegó al primer debate con la espada desenvainada. Además, se encontró con un adversario decepcionante que no blandió ni un cuchillo. El republicano llegó a dar todos los puñetazos posibles y los dio. Era su gran oportunidad, aunque dijera medias verdades o medias mentiras, que al final de cuentas se le reviraron.

En el momento en que ambos contendientes expusieron diferencias claras, Romney acusó a Obama de haberse inclinado ante dictadores árabes y haber perdido perdón por la hegemonía estadounidense, el mandatario saltó: “Nada de lo que el gobernador Romney ha dicho es verdad, empezando por esta idea de que he pedido perdón”.

Si en el primer debate Obama casi no quería meter las manos, en el segundo y en el tercero fue diferente. Quedó claro que retrató al republicano como un político proclive a distorsionar la realidad, un chaquetero sin principios y un derechista peligroso.

Quizás la principal falla de Romney en este último debate fue que de Siria a Irán, de Egipto a Libia, de los bombardeos con aviones sin piloto (drones) a la Primavera Arabe, fue buscar la sintonía con Obama. En ocasiones parecía situarse a la izquierda del presidente, como cuando dijo que los problemas de los países árabes y musulmanes no se resuelven únicamente con guerras y bombas, sino con políticas de ayuda al desarrollo y a la sociedad civil. Parecía un socialdemócrata germano.

América Latina y Europa, ausentes

Excepto por una referencia de Romney a Hispanoamérica señalándola como un buen prospecto económico, tanto o más que China, ninguno de los candidatos hizo mayor alusión a ninguno de los países al sur del río Bravo, del Norte lo llaman los estadounidenses.

Obama, presidente en funciones, no dedicó ni media palabra al combate que tiene en marcha el gobierno de México contra el narcotráfico. Tampoco lo hizo Romney. Es decir, los países iberoamericanos no formamos parte de los proyectos a corto plazo de los contendientes a la Presidencia de Estados Unidos de América.

No somos los únicos. La vieja Europa (la nueva Unión Europea) tampoco mereció ni una palabra en el debate dedicado a la política exterior de parte de los candidatos.

Avanzado el debate, Romney a la defensiva y Obama crecido, aunque sin lanzarse al cuello de su adversario, se tocó el tema de China y ambos fueron pragmáticos, demasiado pragmáticos. El presidente dijo: “Puede ser un adversario para nosotros, pero puede llegar a ser un aliado”; explicó Romney: “China tiene intereses compartidos con nosotros, como es la estabilidad internacional”.

Ante la posibilidad de que Israel sufriera un ataque por parte de Irán, pregunta del moderador a los dos candidatos, ambos coincidieron en la respuesta: “Apoyaré a Israel en caso de que sea atacado”, enfatizó Obama, y agregó: “Mientras yo sea presidente, Irán no tendrá un arma nuclear”, mientras que Romney secundó: “Si Israel es atacado, guardaremos sus espaldas… Un Irán nuclear es inaceptable para América… incrementaría las sanciones económicas y aislaría al país diplomáticamente”.

Los sondeos inmediatos dieron como ganador del tercer y último debate a Obama, aunque es difícil anticipar cómo puede influir esto para el día de la votación.

¿Cuántos ciudadanos habrán decidido esa noche su voto para el 6 de noviembre? Pronto, muy pronto se sabrá.