Javier Sicilia y Patricia Gutiérrez-Otero

Por doquier hay una serie de desastres de múltiples tipos —y eso que los medios han dejado de bombardearnos con el peligro inmenso y latente de Fukushimá (arreglos políticos tendrán), cuyas consecuencias no sabemos, y que no suspenden la dinámica nuclear pacífica en nuestro gobierno de mierda que sigue apostándole a más centrales nucleares en lugares sísmicos o volcánicos.

Ante esta sinrazón apocalíptica, la prudencia indica que nos toca centrarnos en lo más próximo, en este caso en nuestro país, y de manera más concreta en lo que ha logrado reunir a buena parte de la ciudadanía mexicana, la muerte de cuatro jóvenes, ni mejores ni peores que la mayoría de nuestros hijos, sobrinos, amigos.

Uno de ellos, Juan Francisco Sicilia. Chavo generoso, nunca cruel, no muy diferente de cualquier otro masacrado no delincuente, pero que tuvo un nombre particular, un rostro singular, una infancia amada y un lento madurar acompañado, talados por la violencia ciega… Este ser humano concreto, por sus vínculos, puede abanderar la lucha de muchos sin nombre, sin respaldo, sin compañía… Puede ser el rostro de todos los mexicanos pobres que no tienen garantías, en ningún sentido, no sólo en el económico.

La sangre derramada por la sociedad neoliberal y global se llenó de veneno con el querer más, tener más, tener lo mejor. Nos han embaucado en una espiral de violencia, porque para lograr tener más y lo mejor, debemos volvernos hijos de la chingada, sin principios, ni honor, ni bondad: ser sólo falso deseo falso. Y eso lo comparten los que tienen buenas intenciones, pero poca ilustración, pues los pocos que gozan en el mundo de primera master kard y, los otros muchos, sin tarjeta, lo pagan en el mundo de tercera, cuarta o quinta. ¿A quién le interesa el salario de hambre de los chinos o de los indios de India o de los indios y proletarios de América? ¿A cuáles compañías mexicanas les satisface, según ellos, dar un pan mediocre a los que tienen necesidad, pero destruir miles y millones de pequeñas empresas panaderas? Ya no hablemos de la hambruna africana ¡También por eso estamos hasta la madre!

Y seguimos estando hasta la madre por gobiernos que sólo aparentan luchar contra el crimen organizado, pero se solazan y maman de él. Son partes de él. No por nada, acaban de capturar a dos personas que dicen haber intervenido en el asesinato de Juan Sicilia. Otra vez, visiones contradictorias, pero que dan un solaz antes de la marcha ciudadana del 8 de mayo.

¿No somos todos seres humanos, no merecemos vivir, no merecemos una vida digna y libre? ¿No podemos arriesgar el pellejo por el honor mismo? El honor, bella y antigua palabra poco utilizada y ligada con nuestra dignidad de ser libres y decir “estamos hasta la madre y no cederemos”.

Que todos retomemos nuestros grandes ideales, que sepamos que hay que luchar, que aceptemos que hay que tomar posición en nombre de nosotros, de nuestros hijos y nietos y bisnietos, ¡porque estamos hasta la madre! Y que apelemos a lo mejor de cada ser humano, para que pare la masacre y se una al dolor de todos, a la humildad de todos, a nuestra realidad, bella, simple y sencilla.

Además, opinamos que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se libere a los prisioneros políticos, se limite a las transnacionales en México, se investigue los crímenes impunes, se detenga la guerra de baja intensidad contra indígenas, se frenen las campañas televisivas del miedo, se salve a Wirikuta y que nos activemos como sociedad civil.