Adriana Cortés Koloffon
Todas de blanco El vestido de las novias, se sabe, en su mayoría es blanco y simboliza la pureza. A veces la cola del vestido se extiende sobre el suelo para simular un alcatraz. Ellos, los novios, portan asimismo un traje elegante, sólo que de color oscuro. Quizás a simple vista todas ellas se parezcan. Aunque si se observa con detenimiento las cincuenta fotografías en el Museo de la Mujer, acaso se descubra en los rostros de cada novia un lenguaje corporal distinto. “Ésta se ve feliz, ésa algo triste, la de allá parece enojada y se ve que el novio está muy enamorado de ella”, quizá se comente. María Luisa León-Portilla reunió cientos de fotografías para exhibirse en la muestra llamada Recuérdame de ese día que forma parte de Fotoseptiembre y que podrá visitarse hasta el 8 de marzo de 2013, Día Internacional de la Mujer. Las fotografías de distintos formatos constituyen el testimonio de una época: desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX. “He ido coleccionando estas fotografías a lo largo de muchos años —explica—; algunas me las han regalado, otras las he comprado a anticuarios”. El día de la boda de una mujer (y de un hombre) permanece en su memoria por sus connotaciones sociales y simbólicas. En la foto —fiel testigo de esta ceremonia— la novia aparece impoluta. El fotógrafo eterniza el momento en que los novios parecen jurarse amor eterno. A fines del siglo XIX, los hermanos Valleto se especializaron en retratar a las novias de la élite porfirista. Los hermanos Valleto En su libro titulado Valleto Hermanos, fotógrafos mexicanos de entre siglos (Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM), Claudia Negrete Álvarez refiere que Miguel Valleto, padre de Julio, Guillermo y Ricardo fue un actor nacido en España en 1808. Llega a México en 1827. Posiblemente (es una conjetura mía) sus hijos heredaron su pasión por el teatro en cuanto al montaje de un set teatral, en sus retratos, y el lenguaje corporal de sus fotografiados. Se sabe, a través del libro de Claudia Negrete, que Julio Valleto trabajaba como dependiente en una casa comercial de Veracruz hacia 1861, cuando llegó a sus manos “por una verdadera casualidad”, como lo consigna Negrete, un tratado de fotografía de Eugene Disdéri, tal vez Renseignements photographiques indispensables a tous publicado por el fotógrafo francés en 1855. Desde entonces, Julio Valleto se volvió un apasionado de la fotografía al grado de que junto con su primo Daniel Herrera abrió un estudio fotográfico. Era costumbre en aquella época que los fotógrafos viajaran a Europa para perfeccionar sus conocimientos. Los hermanos Valleto no fueron la excepción. Pronto su estudio fotográfico ubicado en la actual calle de Madero cobró fama entre la aristocracia mexicana de fines del siglo XIX y principios del XX. En Recuérdame de ese día podemos constatar que sus retratos son sobrios y elegantes, al estilo europeo de la época; una iluminación tenue resalta las expresiones de los novios. En cada retrato se percibe un montaje teatral. Día inolvidable En El día de tu boda, Margo Glantz escribe a propósito de las postales donde aparecen los enamorados a principios del siglo XX: “El hogar se ha convertido en iglesia. Las bodas son sin público. Están solos el novio y la novia: no hay cura que santifique el matrimonio y lo convierta en sacramento, no hay tampoco juez del Registro Civil”. Y añade: “Hay una postal con velos, con ojos y con flores, flores en el ojal y timideces en la mirada, labios pintados y mejillas coloreadas, rubores póstumos”. Lo mismo puede decirse de las fotografías que exhiben a los novios antes de la boda, del banquete, de la Luna de Miel. María Luisa León-Portilla se pregunta: “Todas estas novias, ¿cuándo se iban a imaginar que iban a ser parte de una exposición?”. Años después, nosotros, los espectadores, nos preguntamos: ¿qué habrán pensado el día de su boda?, ¿por qué en alguna que otra novia se adivina un gesto de rebeldía? Al ver algunos vestidos en exhibición, yo que no he vivido “ese día”, imagino qué provocó su desgarradura (apenas perceptible pues María Luisa se encargó de restaurarlos con sus propias manos para la exposición): ¿fue a causa del paso del tiempo?, ¿o se debió a un arrebato de pasión amorosa? Prefiero suponer lo último. La exposición en el Museo de la Mujer me recuerda algunas escenas de bodas literarias. Quizás una de las más impactantes es la de Mariana, en Los bandidos de Río Frío, quien ante el asombro de la concurrencia, le responde al sacerdote con un no rotundo cuando éste le pregunta si acepta como marido al Marqués de Valle Alegre. Acto seguido se desmaya “en las gradas del altar”, como lo narra Manuel Payno. Tiempo después, Mariana se casa con Juan, el hijo del administrador de la hacienda de su padre, el conde de Sauz, quien se había opuesto a que contrajeran nupcias. Y vivieron muy felices, como en los cuentos de hadas. El siglo XIX, retratado por Payno en su gran novela —por cierto, muy vigente— se refleja asimismo en el vestido de los novios y en los adornos utilizados por los fotógrafos en sus estudios. Los retratos han salido del hogar para exhibirse en pleno siglo XXI, en el Museo de la Mujer. Recuérdame de ese día es así un escaparate que no sólo nos permite conocer el trabajo de los fotógrafos más notables de entre siglos —XIX-XX— sino también las distintas maneras en que en que estas ceremonias se han concebido en el imaginario mexicano al paso del tiempo.

