Rafael Solana
Hace pocos días, con motivo del traslado a la Rotonda de los Hombres Ilustres de los restos de su hermano Silvestre, aquí mismo me refería a José Revueltas como otro de los retoños distinguidos de una familia ilustre, a la que pertenecen también el pintor Fermín, fallecido hace muchos años, y la actriz Rosaura, única superviviente, mientras, en una generación posterior, llega a brillar un hijo de José, que es violinista ante un atril en una de nuestras principales orquestas sinfónicas. José Revueltas brillará en la historia de la literatura mexicana como un innovador; ocurre, muchas veces, y lo saben los estudiosos de las letras, que se producen simultáneamente movimientos en apariencia contradictorios, en personalidades de encontradas características, pero a quienes el tiempo unirá, hallando en ellas algo de común. Nada más contrario, en principio, a la prosa de Efrén Hernández, tierna, poética, dulce y vagamente sentimental, que la dura, amarga, realista, de Revueltas, refrescadores de la prosa mexicana que persistía detrás de los pasos que trazó Mariano Azuela, en la novela de tipo campirano y revolucionario, tal como la practicaron Rafael F. Muñoz, Gregorio López y Fuentes o Mauricio Magdaleno. Otra pareja de prosistas, narradores principalmente de historias breves, de cuentos, vendría muy poco después, y también, aunque se trata de personalidades por completo contrastantes, unirá sus nombres la historia: Rulfo y Arreola.
Revueltas fue un novelista nato, no hecho por las lecturas, en las que no era muy ducho; en sus años de adolescente, cuando más lo traté, allá por 1928 y 1929, no había leído más que Los Pardaillan, después fueron cayendo en sus manos libros de moda: Barbusse (El fuego), Remarque (Sin novedad en el frente), Malraux (La condición humana), El tren blindado, el nombre de cuyo autor escapa a mi memoria en el momento de pergeñar estas líneas. Todo ello en traducciones. No era mucho bagaje para lanzarse a la aventura. Pero a cambio de no haber leído mucho, Revueltas vivió tempranamente con intensidad, y se dejó adentrar en el corazón la lucha social que ha inspirado a una buena parte de los autores de nuestro siglo. Así, sus primeras obras reflejan más la vida que la literatura, y aunque a lo largo de su producción se va notando que hizo lecturas, siempre se conservó fiel a sus primeros impulsos de narrar lo sentido, lo vivido, más que lo pensado. Como ejemplo más claro para ilustrar este aserto puede citarse Los muros de agua, uno de sus primeros libros, autobiográfico y en el que retrata un ambiente, el de las Islas Marías, que conoció personalmente y en el que encuadró algún tiempo su vida.
La personalidad de Revueltas como novelista ha ido siempre mezclada a la que también tuvo como luchador social; esta última ha estado sujeta a la calificación de personas de diversos criterios, desde el de sus correligionarios, que le aplaudían, hasta el de sus jueces, que lo condenaban. A medida que pase el tiempo este aspecto de su vida es probable que vaya marchitándose. Hoy nadie se pregunta si Fidias era partidiario o enemigo del régimen político de Pericles, sino nos contentamos con admirar su Partenón y sus estatuas. Antes de mucho habrá desaparecido la disparidad de criterios entre quienes en materia política piensan como Revueltas pensaba y quienes lo hacen en forma contraria, y ya sólo quedará acercarse a sus obras con criterio estético, para saber si son buenas o son malas, si están bien o mal escritas, si nos produce o no emoción su lectura. Y entonces, es seguro que la opinión se unificará en juzgarlo un vigoroso cuentista y un novelista de garra, y se le situará en nuestra historia literaria en un puesto de honor, al reconocer que sus aciertos están en mayor número que sus debilidades, y que el conjunto de su obra, aunque contenga, como en todos los casos, altas y bajas, basta para situarlo en un lugar de honor entre los narradores mexicanos de nuestro siglo.
Ancilarmente, además de novelista y cuentista, fue Revueltas unas cuantas veces autor teatral. No recordamos haber visto representada su obra Israel, que sólo conocemos por lectura; pero asistimos a los estrenos de otras de sus piezas: El cuadrante de la Soledad, en el teatro Arbeu, con escenografía de Diego Rivera, hace más de veinte años, y apenas el año pasado, en el teatro Orientación, Pito Pérez en la hoguera, obra inspirada en un personaje del novelista michoacano José Rubén Romero. Si como dramaturgo no alcanzó Revueltas la general aprobación y la importancia que nadie le discute como novelista y como cuentista, de todos modos su nombre queda inscrito también en el capítulo de nuestra historia literaria que se refiere a teatro, ya que no con un brillo resplandeciente, al menos con honor.
Que quienes no lo conocen se acerquen a Revueltas, lean sus libros, es nuestro mayor deseo y la más vehemente de nuestras recomendaciones.
16 de abril de 1976