Jaime Septién

La última quincena del sexenio de Calderón tuvo como protagonista una fiesta del derroche y la mercadería que se llamó “buen fin”. Tres días en que las familias mexicanas —con todo y adelanto de aguinaldo— se abalanzaron sobre los comercios grandotes y chiquitos para comprar cosas que no necesitaban y pagarlas con descuento, sí, pero con dinero que no tenían. La derrama económica fue mayúscula: se habla de cifras mareantes El “viernes negro” de Estados Unidos, copiado, extendido, tropicalizado. Por curioso que parezca, a la mayor parte de los críticos del sistema les entró el pudor y no dijeron mucho de esta bacanal de chucherías, quizá porque ellos también le entraron. Me parece que si uno está en contra del consumismo imbécil que alientan los medios de comunicación, lo menos que podría hacer es abstenerse de participar en esta copia mal hecha de los estadounidenses y su pasión por comprar y tener. Pero la congruencia no es una de nuestras virtudes. Mucho menos la austeridad. ¿Cuáles fueron los dos artículos más demandados del “buen fin”? Obvio: computadoras y pantallas de televisión. El sistema de los objetos se reproduce a sí mismo, con la asistencia del público y la anuencia de las autoridades. Uno pensaría que era la oportunidad de las familias por hacerse de algo que sirviera para el futuro; alguna inversión necesaria, un acuerdo básico para fomentar en el hogar el encuentro, la economía, el ahorro, quizá la productividad del negocio propio, del changarro. Nada de eso: el “buen fin” fue para engrosar a las empresas grandotas, las que venden un iPhone o las que comercian con pantallas de alta definición. No sé si la intención de la autoridad sea loable. Tampoco descarto que algunos comercios pequeños hayan visto repuntar sus ventas. El mercado interno se reanimó un poco, en espera de que llegue el puente Guadalupe-Reyes para poder sacar la cabeza del agua y respirar a pleno pulmón. El “buen fin” se acabó el pasado lunes 19. Ahora lo que se va a adelantar es la cuesta de enero. Pero como todo invita a seguir gastando en diciembre, el próximo enero se anuncia desolador. La pequeña virtud civilizada del ahorro está muriendo bajo el peso de la telecracia y de la política de las pantallas. Engatusados, engañados, conducidos al almacén por los medios de comunicación como reses al matadero, los mexicanos hemos vuelto a dar una prueba estupenda de nuestra obediencia publicitaria, de nuestra solidaridad con Walmart, de nuestro excesivo apego a Cotsco, a Sam’s, y a las súper ofertas de “la Comer”.