Un recuerdo de La región más transparente
Guadalupe Loaeza
Esta semana se inició un ciclo de conferencias en el que los herederos del boom realizan un homenaje póstumo a Carlos Fuentes (1928-2012), un entrañable escritor a quien me permito recordar en este espacio.
A Carlos Fuentes nada más lo podemos comparar con Diego Rivera. A lo largo de sus casi 60 años de escritor, el maravilloso novelista trazó un mural de nuestra historia, de nuestros personajes más entrañables, de nuestra cultura, de nuestra idiosincrasia, de nuestras contradicciones y hasta de nuestro futuro. Pero Fuentes no nada más fue un pintor, sino un extraordinario conocedor de México.
¿Cuántas personas serán capaces de concebir como él un país tan complejo y lleno de intrigas? ¿Cuántos novelistas tendrán esa claridad con la que Fuentes nos revela quiénes somos y por qué pensamos como pensamos? ¿Cuántos autores nos han transmitido esa fascinación que produce México? Casi no hay personas que sepan de cine, de arte prehispánico, de literatura, de música, de periodismo, del Quijote, de la historia novohispana, de política actual, como lo sabía Fuentes.
Es cierto que nuestra ciudad de México ya no era tan transparente, pero sin él, México es más bien la región más opaca del aire. Desde que nos enteramos que había fallecido el autor de muchas de nuestras novelas favoritas, el cielo nos pareció más opaco y se nos figuró que la ciudad había quedado enterrada bajo las cenizas del Popocatépetl.
Dicen que una de las fotografías que más apreciaba Fuentes es una en la que se ve de apenas unos años de vida, en la embajada de México en Brasil, en la cual don Alfonso Reyes lo tiene entre sus brazos. No olvidemos que la obra de don Alfonso fue una de las grandes pasiones de Carlos Fuentes. De ahí que su libro más popular, Aura, sea considerado un homenaje al cuento “La cena”, de Reyes. Pero también hay que decir que La región más transparente (1958) hace referencia a Visión de Anáhuac, el libro en el que don Alfonso describe la ciudad de México que vio Hernán Cortés, en 1519, y que inicia con la frase: “Viajero, has llegado a la región más transparente del aire”. Sí, esta frase es toda una visión panorámica de la ciudad, de sus lagos, de sus mercados y de sus flores que ríen.
A los 30 años de edad, Fuentes publicó su primera novela, La región más transparente; y ya era un consumado novelista, un consumado bailador de mambo y un consumado dandy. Nunca antes se había esperado una novela con tanta curiosidad, sobre todo porque su autor era uno de los jóvenes más cultos y de más mundo.
Con razón, Fernando Benítez decía en todos lados: “Este joven es un genio”. Apenas apareció en las librerías, las críticas comenzaron a alabar esta novela comprensiva y esclarecedora. Como dice José Emilio Pacheco: “La novela del joven Fuentes desbordaba los géneros y los incluía a todos en un fluir narrativo sin descanso… Todo era necesario para abarcar y para inventar una realidad a la que nadie se había enfrentado en toda su magnitud”.
Qué mejor elogio que las siguientes palabras, escritas por Salvador Novo, cuando apenas terminaba de leer La región más transparente: “No vacilo en calificar como el acontecimiento literario más importante que haya podido ocurrir en México desde hace muchos, pero muchos años, si es que alguna vez ocurrió antes que un joven se plantara de buenas a primeras armado de todas las armas del talento, la imaginación, el oficio, la cultura, la sensibilidad, el vigor y el arrojo a producir una primera obra cuyo calibre pudiera enorgullecer a la literatura mexicana moderna de poderse comparar con las que han hecho posible el surgimiento de un Faulkner, de un Kafka, de un Beckett”.
La región más transparente es una descripción de muchos Méxicos, de todas las clases sociales que lo forman y que lo destrozan. Están los porfiristas y los revolucionarios, pero también están las prostitutas y los intelectuales, los extranjeros advenedizos, los hacendados, los mojados, los obreros, los especuladores y hasta los poetas… Pero el centro de la novela es el ascenso de una nueva clase social, la que sobrevive a la Revolución y la que finalmente la traiciona.
Para muchos, el protagonista de la novela es Federico Robles, es decir, un arribista, un hombre con clase, pero, sobre todo, un personaje que simboliza la modernidad. Pero hay que decir que Federico también simboliza el fracaso, porque no se preocupa por el futuro.
El otro personaje fundamental es Ixca Cienfuegos, el centro de la historia, el testigo y el confidente. Por eso, Fuentes lo llama “el guardián”. A diferencia de Federico Robles, Ixca sí tiene pasado y sí tiene futuro, porque tiene en su sangre el pasado indígena. Una de las grandes convicciones de Ixca es que México necesita de su pasado indígena, porque de otro modo no podría ser comprendido.
En esta novela están todos los pasados de México, porque no nada más está el indígena, sino la Colonia y el siglo XIX con su herencia de prejuicios y de anhelos. También está el Porfiriato y la Revolución, es decir, la energía que mueve la historia de nuestro país.
No tengo duda, necesitamos leer La región más transparente, releerla, tenerla presente, saber sus pasajes, conocer sus personajes, porque cada uno de ellos tiene detrás un pasaje de nuestra historia, cada uno es una manera de comprender una parte de México. Pero, sobre todo, estoy segura de que muchas cosas que nos gustaría saber de este país tan incomprensible están en esta novela tan apasionante. Como dijera Fuentes, en su libro En esto creo: “A la intemperie, creamos democracias instantáneas, repúblicas nescafé, desesperadamente confiadas en la imitación extralógica de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos”.
Gracias, Carlos Fuentes, porque nos dejaste una gran enseñanza a los mexicanos: si queremos conocernos a nosotros mismos, tenemos que escarbar en nuestro pasado, ahí están todas las claves, ahí está el espejo en el que nos podemos conocer.