Responsable de cuatro atroces ataques terroristas
Carlos Guevara Meza

La muerte de Bin Laden a manos de un comando norteamericano en un barrio en una ciudad de Pakistán, sin duda es un acontecimiento capaz de opacar casi todos los conflictos en la zona de Medio Oriente, el norte de África y Asia Central: el jefe de Al Qaeda, el responsable de atroces ataques terroristas como los del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, el del 12 de octubre de 2002 en Bali, el del 11 de marzo de 2004 en Madrid y del 7 de julio de 2005 en Londres, el hombre que dio causa a la guerra de Estados Unidos contra Irak y Afganistán, con devastadoras consecuencias en Pakistán y en el mundo que ha vivido, desde entonces, prácticamente en un estado de excepción universal.

Según las fuentes oficiales, la operación se realizó en extremo secreto sin que se comunicara al gobierno de Pakistán por temor a que una filtración permitiera huir al hombre más buscado del planeta (no sería la primera vez). En sólo 40 minutos un comando asaltó la residencia y acabó con la vida de Bin Laden y otras personas, y dejó maniatados a un grupo de niños y mujeres (entre ellos una niña de 12 años, hija del líder islamista, quien declaró después que su padre había sido capturado vivo y luego ejecutado). Las dudas sobre si el gobierno o un sector del gobierno de Pakistán protegía a Bin Laden, lo que le habría permitido vivir en ese lugar por cinco o seis años según las fuentes norteamericanas, quedará en la duda mucho tiempo. La otra posibilidad para declarar públicamente que no se había informado a las autoridades pakistaníes sobre el operativo, es la de proteger a un gobierno de por sí muy debilitado de acusaciones de ilegitimidad por parte de su población. Lo que es cierto es que, formalmente, Pakistán fue invadido brevemente por su aliado Estados Unidos.

Muchos medios europeos han cuestionado la legalidad de la operación, algo que ni a la opinión pública norteamericana ni a los diferentes sectores del gobierno de Barak Obama parece molestarles mayormente: después de todo el anterior presidente, George Bush, ya había conceptualizado el asunto de acuerdo con la “mejor” tradición del Viejo Oeste: “se le busca, vivo o muerto”. Y por lo visto, de preferencia muerto. Y es que, después del inicial desconcierto de las declaraciones, Estados Unidos ha tenido que reconocer que Bin Laden no estaba armado y que no utilizó como escudo a una de sus esposas. La pregunta de cómo ofreció resistencia a un comando fuertemente armado, de manera tal que sus miembros se vieron en la necesidad de dispararle, también será una pregunta que rondará mucho tiempo.

Estados Unidos decidió deshacerse del cuerpo sepultándolo en el mar (algo expresamente prohibido por el Corán salvo para los marineros y sólo en casos de extrema necesidad), y hasta el momento de escribir estas líneas, tampoco había mostrado fotografías. Mientras no lo haga, y quizá aunque lo haga, seguirán las dudas sobre su muerte, por otro lado anunciada en el pasado más de una vez. Pero claro, sin cuerpo no hay tumba, sin tumba no hay monumento, ni peregrinación y, parecen pensar, tampoco memoria. Las cosas no son tan simples, pero es seguro que nadie querría la tumba de Bin Laden en su territorio.