Ofrecí dos mil pesos de recompensa/Carta a mi nietecita
Guadalupe Loaeza
Querida Lu:
Ya tienes dos años, sabes pintar, regar las plantas y formar con tus cubos de madera las torres más altas de Valle de Bravo. ¡Ya eres grande, porque te sientas a la mesa a comer con los adultos, comes sola y utilizas correctamente los cubiertos y la servilleta! Me consta que eres de muy “buen diente”, porque comes de todo y aprecias mucho la comida, especialmente las pastas, los frijoles, el arroz y las tortillas recién echaditas. Claro, te encantan las galletas y las paletas de fresa. ¿Sabías, Lu, que eres una niña privilegiada? Vives en el campo, diariamente tus padres te enseñan el nombre de las plantas, los lunes tienes tu clase de natación y los fines de semana te la pasas con dos abuelas súper consentidoras. Ambas, solemos llevarte al Zócalo para que compres, con tu “domingo”, una bolsita de chicharrón y una de algodón. También, y como eres una lectora voraz, te llevamos a la librería donde puedes comprar todos los libros que te gustan y cuadernos para pintar. Fue precisamente un sábado, saliendo de esa librería tan maravillosa, que lo perdí. ¡Sí, lo perdí! Desde entonces no hallo un solo momento de paz. Estoy nerviosa, angustiada y sumamente irritada. Hacía mucho tiempo no me sentía tan insegura, despojada, abandonada por todos y, lo que es peor, ¡culpable! Entre más pienso en este extravío, mi querida Lu, menos entiendo cómo pudo haber sucedido. Sinceramente me parece inexplicable, inaudito, pero sobre todo, im-per-do-na-ble. Me acuerdo perfecto del día, la hora precisa y el lugar en donde me percaté de que me faltaba algo. Fue el sábado 6 de octubre a las 12:45 de la tarde. Nada más pasar el umbral de la puerta de la casa, me percaté de que mi cuerpo empezó a sentir una extraña metamorfosis. Tuve la sensación de que me faltaba la oreja derecha, uno de mis pulmones comenzó a fallar y ya no tenía voz. Por más que quería emitir algún sonido, era imposible. Mis manos comenzaron a temblar, lo cual me obligó a soltarte la manita y quedarme parada como estatua de piedra, en medio del corredor. Con el único oído que me quedaba, de pronto, escuché, muy a lo lejos, cómo arrancó el taxi que nos acababa de dejar en las puertas de la casa de Valle. Fue en ese preciso instante que mi garganta hizo un sonido extraño. Era una sonido que venía del más allá, emitido desde el país de las cosas extraviadas; era un sonido de profunda angustia. De repente, me escuché exclamar, como si se tratara del grito original de un recién nacido: ¡mi ceeeeeeluuuuuulaaaaar! Como pude salí corriendo. ¿Te acuerdas que en esos momentos empezaste a llorar, mi queridísima Lu? Pobrecita, porque te asusté con mis gritos. Como de rayo, abrí la puerta y frente a mí me topé con la nada. “¡Mi ceeeeeeluuuuuuulaaaaar!”, volvía a gritar con el hilito de voz que me quedaba. Fue inútil. Ya no había nadie en la privada. El coche había desaparecido. Regresé contigo, te tomé entre mis brazos y las dos nos pusimos a llorar desconsoladamente. Nos arrullamos, nos reconfortamos y lo más bonito de todo fue que, poco a poquito, nos fuimos reconciliando con nuestro destino. Tú me hacías sonrisitas y me abrazabas. Intuías que algo muy malo me había pasado. “¿Dónde estará mi celular?”, te preguntaba una y otra vez. Tú decías con tu manita que estaba afuera en la calle, como diciéndome que se había evaporado por los aires y que ya no estaba por ninguna parte.
¿Te acuerdas, Lu, cómo te gustaba ver mis fotos de mi IPhone? Nada más me veías llegar y lo primero que hacías era dirigirte a mi bolsa para buscar el celular. Lo manejabas tan bien, bastaba con que te pusiera mi clave para encontrar la carpeta donde estaban las fotos de todos los nietos. “Mira, aquí está María bailando ballet”. “¿Ya viste a Tomás, qué chistoso se ve con ese sombrero de paja?”. “Este es Andrés pegándole a una piñata”. “Aquí está Lucía con su mamá”. “Mira, aquí estás tú, con el gatito que quiso morderte una pierna, ¿te acuerdas?”. Lista cómo eres, también encontrabas los videos, el del festival de ballet de María, bailando can-can, varias salas del Museo del Desierto en Saltillo, Coahuila, con imágenes de dinosaurios que filmé especialmente para Tomás, y el de María cantando “Mamma mía”.
¿Te acuerdas, Lu, que me acompañaste a las instalaciones de Radio Mexiquense, la estación que estaba escuchando el chofer del taxi que tomamos (¿te das cuenta de que hay 1,200 taxis en Valle?), para reportarlo con los radioescuchas? Pues, hasta la fecha, Lu, no ha aparecido. Y eso que ofrecí dos mil pesos de recompensa.
Bueno, Lu, olvidémonos de ese sábado tan triste. Te quiero dar una buena noticia. Ahora ya tengo un nuevo celular. Es igualito al otro, pero diferente. Este no tiene todas tus fotos, desde la primera, es decir, tres minutos después de nacida tomada en el hospital, hasta las más recientes que me envió tu mamá. Ya te imaginarás que estoy tristísima sin tu historia ilustrada con todas esas fotos. Nada más de ti, creo que tenía 200 fotografías: tu primer baño en tina, tus primeros pasos, tu primer diente y tus primeros jeans. ¿Te acuerdas ésa donde estás lista para ir a plantar, junto con tu papá, y que llevas una gorra puesta? ¿Y qué tal ésa en donde estás en la playa toda bronceadita con tu sombrero de marinerito azul marino que hacía juego con tus ojos súper azules? La que más me gustaba era una donde muestras tu broche tejido en crochet color morado del pelo. ¡Mentira! Ahora, me acuerdo de otra donde me enseñas con un gesto muy lindo tus nuevos croc color de rosa. ¿Y qué me dices en donde estás en tu primera fiesta de tu primer cumpleaños con los títeres? ¿Tú crees que la persona que se quedó con mi celular no me lo quiere regresar precisamente por todas esas fotos tan bonitas? No la culpo.
Sí, ya sé que tu abuela es dos veces culpable, en primer lugar por haber perdido su celular y en segundo porque nunca hice un archivo especial en mi computadora con todas las fotografías tomadas desde mi celular. Lo único que me consuela, es que ahora tengo un excelente pretexto para tomarte muchas, muchas más fotos, las cuales respaldaré de inmediato en mi computadora.
Bueno, Lu, te dejo porque está sonando, precisamente, mi celular y a lo mejor es la persona que se encontró el otro en un taxi de Valle de Bravo.
Te mando muchos besos y todo mi agradecimiento por haberme consolado ese sábado triste. Mamalú.