Ni por azar ni por milagro

José Elías Romero Apis

Cierto día me encontraba en una charla de sobremesa en la que varios comensales exponíamos nuestro personal criterio sobre las consecuencias que, durante todo un siglo europeo, tuvo la victoria de Wellington en junio de 1815. En mi turno final rematé, en cierto tono de vehemencia, con una frase cursi pero lógica. Dije que si Napoleón no hubiera perdido, hoy el Puente de Waterloo estaría en París, sobre el Sena, y no en Londres, sobre el Támesis. De inmediato, una dama mutista que nos acompañaba exclamó, con gran asombro: “¡No la friegues! ¿Se lo llevaron?”

Todos guardamos silencio y nadie trató de incomodarla. Por mi parte, de inmediato pensé que se me había brindado una lección. La historia y la política no se hicieron para todos. Comprenderlo es importante. La señora de mi relato tiene, sin embargo, el mérito de cierta sabiduría instintiva y casi animal. Nunca ha pretendido ser gobernadora ni presidenta. No ha dictado un solo discurso de Estado ni escrito un libro de política. Sabe que no está para gobernar sino para obedecer.

Pero, por el contrario, ¿cuántos políticos guardan esa reserva de distancia? Porque hay muchos, tan impermeables como mi interlocutora, que creen que la política es sencilla y accesible para todo aquél al que se le ocurra meterse a gobernar un municipio, un estado o un país.

Son aquéllos que se engañan con la aparente facilidad con la que los verdaderos políticos hacen sus realizaciones.

Es que los reales políticos pueden ser comparados con aquellos patinadores, bailarines o acróbatas que realizan sus rutinas como si fuera muy sencillo y provocan el deseo de imitarlos, suponiendo que cualquiera podrá hacerlo igual.

La cratología, o ciencia del poder, es a la política lo que la patología es a la medicina. El médico que no es patólogo no podrá diagnosticar, no podrá pronosticar y no podrá curar. El conocimiento del poder es para el político lo que el conocimiento de las enfermedades es para el médico.

Así, el político siempre debe estar en condiciones de reconocer su poder y el de otros. Su tamaño, su energía, su fuente, su duración, sus efectos, sus posibilidades, sus limitaciones, sus condicionantes, sus debilidades, sus atrofias, sus condueños, sus socios, sus acreedores, sus habilidades y mil cosas más.

Hace algún tiempo unos jóvenes alumnos míos que están decidiendo abrazar el oficio de la política me hicieron una pregunta de difícil respuesta.  ¿Con qué insumos se forma un político? Comparto  la apresurada respuesta que tuve a la mano.

Les dije que lo primero es con un conocimiento profundo de lo que conforma la ciencia de la política.

Lo segundo es con un sólido desarrollo de lo que se aprende en la vida diaria y que he llamado los “nueve sentidos” del político.

Lo tercero es una inteligente capitalización de lo que la vida nos va instalando a través del tiempo y que sólo la madurez lo brinda como regalo.

En cuarto lugar, poseer una afortunada dosis de cualidades intrínsecas que no son adquiribles si no se traen en la esencia intima..

Por último, en quinto lugar, algo que sirve si se tiene todo lo anterior o de lo contrario en nada ayuda. Tener mucha suerte.

Creo que quien no tenga lo que he mencionado en nada podrá hacer funcionar ni su cargo ni su posición ni sus privilegios.

w989298@prodigy.net.mx

twitter: @jeromeroapis