Carlos Guevara Meza
Mientras el conflicto en Gaza terminaba gracias en buena medida a la mediación del presidente egipcio Mohamed Morsi (lo que le daba un nuevo protagonismo a nivel internacional, especialmente en el mundo árabe y ante su pueblo), en su propio país las cosas se le ponían difíciles.
Desde la revolución que el año pasado derrocó al dictador Hosni Mubarak, Egipto ha vivido en la inestabilidad, a pesar de que la transición se ha realizado de manera bastante tranquila y en gran medida democrática. Aún así, Morsi ha tenido que enfrentar una seria oposición de diversas fuerzas políticas que no se han unido en contra suya por la sencilla razón de que no comparten nada más que su resistencia al presidente y a su partido (la Hermandad Musulmana).
Entre esas fuerzas se encuentran lo mismo partidos de izquierda socialistas, liberales y liberales conservadores, islamistas más moderados que la Hermandad y los partidos salafistas (que obtuvieron entre ambos la mayoría en las elecciones parlamentarias), estudiantes y jóvenes profesionistas modernizadores e importantes sectores del viejo régimen. Ha enfrentado también oposición entre los grupos institucionales (principalmente el poder judicial, que tampoco es un bloque, pues incluye tanto a defensores sinceros de la independencia de los jueces respecto del Ejecutivo, como a intereses corporativos y colaboradores de la dictadura).
En ese contexto, los debates sobre la nueva Constitución han generado muchos conflictos, que culminaron con la retirada de los partidos no islamistas de la Asamblea Constituyente, lo que ha permitido a la mayoría formada por la Hermandad y los salafistas campo libre para redactar un texto que suma muy pocas libertades y avances respecto a la situación anterior, y en algunos casos, claros retrocesos (aunque la Hermandad pugnó por cierta moderación y obtuvo una redacción menos retrógrada de lo que muchos esperaban). Al mismo tiempo, los tribunales analizaban demandas de disolución de la Asamblea (que ya había sido disuelta hace unos meses, pero fue reinstalada por Morsi).
El presidente, en esa situación, emitió un decreto constitucional otorgándose mayores poderes, limitando al poder judicial (en puntos como su capacidad para disolver la Asamblea o en la revisión de juicios a los esbirros de la dictadura, la mayoría de los cuales fueron liberados por los jueces) y fortaleciendo a la Constituyente impidiendo una posible disolución judicial y dándole más tiempo para afinar la Constitución, pero la resistencia estalló de inmediato.
La forma más visible fueron enormes manifestaciones y disturbios en las principales ciudades, pero también en una serie de golpes institucionales. La Hermandad Musulmana, cuyas sedes en varias ciudades fueron objeto de ataques violentos, optó por acelerar la redacción del texto constitucional y convocar a un referéndum para aprobarla, postura rechazada por la oposición que pedía un texto consensuado (con ellos) previamente.
Al final, Morsi optó por anular su decreto y atenerse al resultado del referéndum, ante el cual la oposición tiene muy poco que hacer a menos que se unifique en una sola fuerza política que haga triunfar un “No”, lo que obligaría a Morsi a convocar a elecciones para una nueva Constituyente. Pero se ve difícil: la Hermandad Musulmana cuenta con el aparato electoral mejor organizado y las fuerzas de oposición simplemente no pelean por las mismas cosas.