El beneficio de la duda
Guadalupe Loaeza
—Pues, a mí sí me gustó…
—En la toma de posesión todos los presidentes mexicanos dicen lo mismo. Llevo como 40 años escuchando siempre las mismas promesas, que no se cumplen nunca.
—Eres un pesimista, no se puede hablar con una persona como tú.
—¿Sabes cuál es la definición de pesimista? Pesimista es aquel que ha tenido una relación cercana con un optimista. ¿Cómo creerle a un presidente emanado del PRI? Ya estoy harto de palabras y palabras.
—Insisto, pues a mí sí me gustó. En primer lugar, ya se bajó el copete, lo cual lo hace verse mucho mejor y más moderno. No puedes negar que es más grato tener a un presidente joven y bien parecido, que uno feo y viejo. Por otro lado, me hicieron mucho sentido cosas que dijo, desde que respetará y conservará las lenguas y culturas indígenas, hasta su preocupación por reconstruir el tejido social.
—Otra vez con los pobres indígenas. Desde que tengo memoria han estado jodidos y por más que los presidentes ofrecen ayudarlos, no han salido de la miseria y de la enfermedad. Salinas, quién no ha prometido eso… No son más que una bandera para las buenas intenciones.
—No exageres. Híjole, cada día estás más cascarrabias. Tal vez con este gabinete sí se logre sacar el país adelante. Es un gabinete que resulta ser una mezcla de experiencia y juventud. Me gusta Osorio Chong, a quien traté cuando era gobernador de Hidalgo y siempre me pareció un político serio y confiable. A Chuayffet lo conozco hace años. Cuando era secretario de Gobernación, me llamaba por teléfono para preguntarme, entre bromas y veras, cómo se debería peinar. Es un hombre muy inteligente, culto, con sentido del humor; él sí que ha leído más de tres libros. De Meade tengo las mejores referencias; no hay persona que no hable maravillas del flamante secretario de Relaciones Exteriores. Y por último, me encanta Mondragón, ya dio muestras de eficacia y de profesionalismo. Además es médico. Así es que con ellos, quiero pensar que las cosas sí pueden cambiar en nuestro país.
—Cada seis años te haces las mismas ilusiones y siempre acabas despotricando con el saliente. Más que pesimista, soy un escéptico profesional. Como decía mi madre, a los políticos no les creas nada.
—Pues yo sí le creo a Enrique Peña Nieto, cuando hace una convocatoria tan urgente y tan loable como es una cruzada nacional contra el hambre. Esto urge. Sí, también le quiero creer a Enrique cuando afirma que el Estado tiene la obligación moral de respaldar a las mujeres jefas de familia, a las cuales les ofrece crear el programa seguro de vida y que cuando lleguen a faltar, será el Estado el que apoyará económicamente a sus hijos hasta que terminen la universidad. Sí le creo que habrá una partida presupuestal para que todos los mexicanos, mayores de 65 años reciban una pensión. Y lo que más le quiero creer es que le pondrá, por fin, un alto a la maestra Elba Esther. Quiero imaginar que Chuayffet ya tiene una estrategia muy bien pensada para ello. Si nada más se lograra eso, te lo juro que me sentiría satisfecha.
—¿Y lo recursos para cumplir todo esto, de dónde los va a sacar? Para todo eso se requiere por lo menos una reforma fiscal. ¿Tú crees que se van a poner de acuerdo en el Congreso? No le creas, como si todo dependiera de él nada más.
—Me urge creer. Ya estoy cansada de no creer en nada, ni en nadie. No quiero ser como tú, porque temo amargarme de más en más. Te confieso que las últimas palabras del discurso de Enrique me convencieron respecto de lo que siempre he creído: todo cambio profundo es resultado de creer, de creer en lo que hacemos, de creer en lo que somos, de creer en nosotros mismos, de tener confianza en lo que podemos, en lo que somos y podemos ser. Por lo que a mí respecta, quiero, aunque sea con un gobierno priista, comprometerme con mi país, para que cuando termine su gobierno, esté hecha un tiro para seguir luchando por el triunfo de un gobierno de izquierda.
—¿A los 72 años? A esa edad ya no vas a saber lo que es bueno y lo que es malo. Esperemos que por lo menos te toque la pensión de Enrique. ¿Por qué mejor no vamos a ver a James Bond. Estoy harto de tanta realidad, quiero ficción.
—Además de pesimista, eres de lo más cínico. Por último, permíteme decirte dos cosas más que me gustaron de las 13 decisiones de Enrique. Su programa de la construcción de trenes. Me da mucha ilusión que en México vuelva a existir una red ferroviaria. Así viajaban mis padres, por toda la república, cuando eran novios. Allí tengo sus cartas de amor describiendo sus viajes. Y por último, la licitación de dos nuevas cadenas de televisión abierta y para que haya más competencia, el derecho de acceso a la banda ancha.
—La película de James Bond empieza en una hora. ¿Vamos?
—Con una condición. Que no seas tan pesimista, y que por lo menos le des a Enrique el beneficio de la duda. Aunque sea durante los primeros seis meses.
—Para qué si el mundo se va a acabar esta semana.