Gonzalo Valdés Medellín
Siempre me ha parecido que internarme en la recomposición de mi biblioteca es algo fascinante porque toda vez uno encuentra libros que pretendió haber leído y, por múltiples sucesos, no leyó; o reencuentra autores clásicos que ya leyó y no puede uno retrotraerse al influjo de la relectura. Eso me ha vuelto a ocurrir recientemente, adentrándome en el reencuentro y encuentro con autores que tenía pendientes y con otros que ya había leído y guardé en la memoria del librero para, en algún momento, recuperarlos para la delicia de la lectura. Los asesinos de Ernst Hemmingway, libro de cuentos magistral; Los exhombres de Máximo Gorki; La cabeza de la hidra de Carlos Fuentes, los cuentos completos de Raymond Chandler (al lado de sus dos monumentales novelas El sueño eterno y El largo adiós, que leí a finales de los ochenta), Los adioses de Juan Carlos Onetti, Knulp de Hermann Hesse, Fatalidad de Knut Hamsun, Trío de Ricardo Garibay, son algunos de los libros que me han mantenido ocupado y, puedo decir sin miedo, casi hipnotizado en los últimos seis meses, cumpliendo por fin la autopromesa de leerlos pues, por algo, estuvieron en espera tantísimos años, resistiendo mudanzas, almacenajes, polvo y olvido. Pero entre esta zambullida a mi vieja biblioteca, que como los buenos vinos entre más vieja parece mejor, no me he podido sustraer al vicio de la relectura, y Tiempo de canallas y Pentimento de la gran dramaturga y memorialista antimacarthysta Lillian Hellman, así como los maravillosos relatos de Roberto Arlt en El jorobadito, los cuentos de Borges, Mahfouz y Cortázar (en libros obsequiados con tiernas dedicatorias por mi madre), A este lado del paraíso y Hermosos y malditos de Francis Scott Fitzgerald, Hasta no verte Jesús mío de Elena Poniatowska, los cuentos de la siempre terriblemente humana Carson MacCullers La balada del café triste y sus novelas Reflejos de un ojo dorado, Frankie y la boda y El corazón es un cazador solitario, entre otros más, me han conducido de nueva cuenta a mi condición de ratón de biblioteca que sin duda alguna sabe saborear página a página los buenos bocados, sobre todo cuando se trata de relecturas, como El mito del eterno retorno de Mircea Eliade, cuya edición de 1968 publicada por Emecé, encuentro al lado de El novelista miope y la poeta hindú, una breve, pero fascinante novela de José Gordon, que leí hace diez años y releo ahora al haberse cumplido justo la década de haber sido editada en la colección El Estudio, de Textos de Difusión Cultural de la UNAM. Porque esto de las relecturas es cumplir en cierta medida ese emblema del eterno retorno del libro que vuelve a nuestras manos y a nuestra mente tiempo después de que ya hubo estado con nosotros. Lo fascinante es volver a disfrutar de ese libro; adentrarnos en los personajes, en los pasajes, las descripciones, las atmósferas, aprender del autor y aprehender de la escritura. José Gordon escribe con una gracia cercana a la fábula. En El novelista miope y la poeta hindú cuenta con delicado equilibrio tonal ese amor pasión que vivieron Mircea Eliade (el novelista miope) y Maytreyi Devi (la poeta hindú), relatándonos con ojo omnipresente la vida del filósofo y su encuentro con la poeta; su desventurado alejamiento de ella y su intenso rehilvanar el destino agraviante a través de la literatura. El novelista miope y la poeta hindú es un libro que se lee como en una espiral de sueños. Gordon narra con magia y hace visibles tanto las escenografías, como los colores pasionales que van envolviendo la historia. En el capítulo titulado persuasivamente “En la biblioteca del deseo”, José Gordon pinta así su narración: “La atmósfera de serenidad donde trabaja con Maitreyi se entremezcla con la fragancia de la adolescente, con los atisbos de líneas sensuales que se asoman a través de la delgada seda, vestidos de color turquesa, de rojos intensos y púrpuras rematados con bordes que semejan el oro y la plata, el esplendor intenso que rodea a las imágenes de los dioses de la India. La intimidad con Maitreyi crece. Mircea se deleita con la finura de inteligencia de la joven poeta. La piel responde al menor roce casual… El romance secreto continúa durante el verano: besos en la biblioteca, silencios y miradas furtivas, pasión y miedo, transgresión de fronteras culturales. Eliade sabe que está leyendo una intensa novela que desborda las páginas y toma cuerpo…”. Y también, de pronto, parecería uno tener en las manos un espléndido guión cinematográfico y no queda más que mirar el relato, mirarlo, porque en la escritura de Gordon asiste la percepción de un fotógrafo que sabe detener el instante preciso y hacer que quien lo vea se estremezca de vida, de percepción inesquivable. Tal vez por ello Gordon cuestiona: “¿No decía el Baghavad Gita que el sabio es quien ve el silencio en la forma y la forma en el silencio?”. Los silencios en El novelista miope y la poeta hindú se van tornando en motor narrativo que, a su vez, se impone como una decisiva pausa para la reflexión, como si el silencio fuera la cama donde se levanta la representación de lo imaginado. Mircea Eliade, escritor rumano nacido en 1907 y fallecido en 1986, escribió en 1933 la novela de corte autobiográfico Maitreyi, basándose y refiriendo su amor por la poeta. La poeta siempre se lo incriminará, al grado de ella misma refutarle con otra novela que contará la historia desde su propia visión: No muere. Y expone Gordon: “La ficción interactúa de manera notable con la realidad. Maitreyi anhela un encuentro con Eliade”. Y hay reencuentro entre ambos. Pero sobreviene la muerte del novelista miope… Y el otro novelista, Gordon, cita a la poeta hindú quien, una vez muerto Mircea Eliade escribe: “Me doy cuenta de que Mircea debe haber sufrido inmensamente porque no se dio la culminación de este encantador e interminable amor…” (Maitreya Devi nació en 1914 y murió en 1990). Se cierra el libro, como culminaría un filme de grandeza romántica: pletórico de pasión, con un gran sentimiento de ternura. Pero vemos que en la contraportada se dice que el género del libro es el ensayo. Uno queda pensando que tal vez esto sea probable, pero no. José Gordon ha creado personajes de enorme vitalidad, que se mueven con la holgura de la novela, no obstante existan muchas gamas de información necesarias para saber a ciencia cierta la verdad de estos dos creadores del siglo XX y, sobre todo, de este pasaje en la vida de Mircea Eliade, uno de los pensadores fundamentales del siglo XX. ¿Ensayo, novela… cine escrito…? La obra de José Gordon es literatura viva. Me gusta volver a leer libros que me han deleitado antaño porque tengo la certeza que volveré a beber de aquellas mieles. En el caso de El novelista miope y la poeta hindú su reencuentro conmigo ha sido pródigo. Ojalá muy pronto una nueva edición de esta novela —para mí es una novela— llegue a los lectores de hoy con toda la fuerza, la pericia y el aliento humanista de su autor.