Víctima de una violación colectiva en la India

Bernardo González Solano

A casi un mes del terrible caso de Amanat (nombre supuesto) por la brutal violación que esta joven sufrió el 16 de diciembre pasado en una calle de Nueva Delhi, miles de mujeres han salido a la vía púbica para denunciar el brutal atentado del que fue objeto la estudiante de 23 años de edad, y de su muerte a consecuencia de la salvaje y degenerada agresión.

El miércoles 2 de enero, las manifestantes se reunieron en el memorial Rajghat, erigido en memoria del héroe de la Independencia de la India, el Mahatma Gandhi. Los acusados de la inhumana violación, perpetrada el 16 de diciembre de 2012, en un autobús de la capital del subcontinente, deberían comparecer el jueves 10 de enero, ante el tribunal por primera ocasión. Varias diligencias tendrían que iniciarse formalmente por “violación, secuestro y homicidio” contra los cinco criminales. La suerte de un sexto violador, menor de edad de 17 años, todavía no se determinaba. Los acusados podrían ser sentenciados a la pena de muerte.

Amanat, el seudónimo con el que los medios de comunicación bautizaron a la víctima, fue violada y torturada con una barra de hierro por los seis degenerados durante más de una hora, después de que habían golpeado brutalmente a su novio. La estudiante falleció el sábado 29 de diciembre tras dos semanas de dolorosa agonía.

A diferencia de lo que suele acontecer en un país en que el desprecio a la mujer se traduce en uno de los niveles de acoso y agresiones sexuales más aberrantes del planeta, ahora se produjo una desacostumbrada rebelión social contra la tradicional pasividad e insensibilidad de las autoridades —policiacas y civiles— hacia estos crímenes. De hecho, esta aberrante violación debería haber originado una repulsa mundial, pero no es así.

En el centro de la capital de la patria de la exprimera ministra Indira Gandhi, flotaba un olor de disturbio. La memoria no registra que una violación en Nueva Delhi hubiera conducido a las multitudes a la calle. Entre oraciones y cólera, con velas y sogas para ahorcar en la mano, la metrópoli india ha sido el teatro, durante más de dos semanas, de una agitación que haría historia: un movimiento social contra la violencia a las mujeres.

23 años, estudiante de fisioterapia

Hasta el momento, se desconoce el nombre de la víctima que provocó esta rebelión. Se inventó un sobrenombre para identificarla, pero nada más. Se desconoce casi todo acerca de ella. Unicamente que era estudiante de fisioterapia y que contaba 23 años de edad. Que seis desequilibrados sexuales la atacaron el 16 de diciembre de 2012 en un autobús del servicio urbano y que le introdujeron una barra de hierro hasta desgarrarle los intestinos y que murió el 19 de diciembre en un hospital de Singapur donde se le había internado para atenderla médicamente.

Una violación aberrante. La lenta agonía de la víctima, seguida por las cadenas de televisión ávidas por el morbo, liberó una revuelta popular mucho tiempo contenida. Las violaciones se han multiplicado por 10 en las últimas tres décadas, hasta llegar a 24 mil 206 casos en 2011, de acuerdo a las estadísticas oficiales. Pero este número podría ser muy bajo comparado con los crímenes que en realidad se cometen.

Aunque cada vez más mujeres tienen el valor el denunciar los ataques sexuales, todavía son mayoría las que no se atreven a hacerlo por el estigma social que provoca.

De las violaciones que se denuncian y llegan a los tribunales, pocas son condenadas. Unicamente el 26% en el año 2011, según informa la Agencia Nacional de Registro de Crímenes. Por ejemplo, Neha, una de las incontables mujeres de la India que han sufrido abusos sexuales que han quedado impunes, declara: “Fui ultrajada dos veces. La primera cuando me violaron. La segunda cuando fui a denunciarlo a la policía: me trataron como culpable y no hicieron nada por condenar al criminal”. En este caso, ocurrido hace seis años, también en Nueva Delhi, la policía no presentó la acusación formal “por falta de pruebas”, asegura la víctima, de 30 años de edad.

En este entorno, Meenakshi Ganguly, directora del sur de Asia de Human Rights Watch, dice: “Las mujeres en la India se sienten inseguras, piensan que no se ha hecho lo suficiente para protegerlas”.

En este terreno, los expertos aseguran que uno de los principales problemas podría ser la forma de la policía de abordar los crímenes. De tal suerte, en las últimas manifestaciones de protesta por el caso de Amanat, uno de los carteles portados por las enojadas mujeres rezaba. “La policía de la India es una vergüenza: permite las violaciones”; otros iban por el mismo sentido.

Bien dice la directora de Human Rights Watch: “La policía no siempre elabora los informes y a veces no son hechos por falta de personal o de capacidad para investigar bien”. Los periódicos indios publicaron a fines de diciembre pasado el caso de una joven de 18 años que se suicidó en el estado de Punjab, porque había sido violada por dos hombres y la policía tardó en registrar su caso y no detuvo a los culpables. La nota que dejó la suicida decía: “Han arruinado mi vida”.

El novio de la agraviada

El movimiento de protesta, de rebelión incluso, desencadenado por el drama de la violación de la estudiante de fisioterapia, no puede entenderse sino por las circunstancias mismas en que se desarrolló. El compañero de la agraviada también denunció, el viernes 4 de enero, la indiferencia de la gente que pasaba por el lugar y la actitud de los policías, cuando la pareja desnuda y ensangrentada pudo finalmente escapar de sus verdugos. Una policía manifiestamente más preocupada por razones de jurisdicción que por el cuidado de proporcionar los primeros socorros, lo que incluso niega.

Nadie en la India se sorprende que la violación colectiva de Amanat tuviera por teatro Nueva Delhi, que posee el récord poco envidiable de acumular el mayor número de agresiones sexuales que las ciudades de Bombay (Mombay, le llaman ahora), Calcuta, Madrás, Bangalore y Heyderabad juntas. Incluso si el número de violaciones declaradas es, según toda probabilidad, inferior a la realidad.

En la “cintura de la vaca”, el nombre dado a los estados más feudales y conservadores  del Penjab, Haryana y Uttar Pradesh, la emancipación de las mujeres (menos presentes en la India que en la población activa de China), sus constantes conquistas de nuevas responsabilidades económicas y sociales chocan frontalmente con los prejuicios culturales de los centros rurales urbanizados hace poco. Marcados por una mentalidad patriarcal profundamente enraizada, siguen considerando que las mujeres se aventuran en el espacio público corriendo riesgos y peligros.

La paradoja es completa. La India es, según la fórmula tradicional, la más grande democracia del mundo, donde el “político” más poderoso sin duda es una mujer, Sonia Gandhi, y lo peor, de origen italiano, que se convirtió en “india” al casarse con uno de los hijos de la famosa Indira Gandhi.

Sin embargo, este país-continente continúa siendo un pueblo, con una concepción estrecha y “liberticida” de la condición femenina. Aunque la Constitución les garantiza los derechos fundamentales de las personas, aún continúan siendo ciudadanos de segunda clase.

Las espontáneas manifestaciones —muy violentas algunas de ellas—, tuvieron lugar desde el día siguiente de la repugnante agresión de Amanat en Nueva Delhi y se extendieron a casi todo el territorio y a varios países.

Los medios han informado profusamente no sólo la brutalidad sufrida por la estudiante, sino de las agresiones de las que son objeto diariamente millones de ciudadanas en la “democracia más grande del mundo”, a la que se acusa de ser incapaz de proteger a la mitad de su población: más o menos 520 millones de mujeres.

También en Pakistán

Los testimonios de mujeres agredidas y desfiguradas por productos químicos o por tremendas golpizas han sufrido también la vergüenza, la mofa y la inacción policiaca, todo lo cual avivó esta inesperada oleada de indignación (femenina y masculina) que obligaron a las autoridades públicas a reaccionar.

Hay que reconocer que el juicio por el caso de la estudiante de fisioterapia contra cinco de sus agresores se inició en un tempo récord y éstos pueden ser condenados a la horca por un delito que usualmente quedaba impune. Esta incalificable violación provocó una conmoción social que traspasó las fronteras de la India y ofrece un hálito de esperanza para las mujeres asiáticas, víctimas de una cultura misógina que deja en papel mojado la buena voluntad de los códigos penales.

Así, la indignación se extendió a Pakistán donde una niña de nueve años permanece en estado grave desde el miércoles 2 de enero tras ser secuestrada y violada por tres hombres en la provincia de Punjab, en el este del país. La menor, que está hospitalizada en Lahore, perdió mucha sangre y padece graves daños internos, según informó el periódico paquistaní The Express Tribune.

En su reportaje  “La vergüenza de Pakistán”, el citado periódico compara el caso de la niña de Punjab con el de Amanat y pide una reacción similar a la de la India. Resume el artículo: “Las mujeres que han sufrido violaciones o agresiones en Pakistán tienen que enfrentarse además a una escasa atención en la prensa, lentos procesos judiciales, amenazas del entorno y presiones de la familia para silenciar su situación y evitar una mayor vergüenza”.

Para finalizar este reportaje, citaremos las palabras del novio de Amanat, de 28 años de edad, que en el ataque a su compañera resultó con una pierna rota y gravemente traumatizado: “¿Qué puedo decir? La crueldad que vi no debería suceder nunca. Intenté luchas contra los hombres y después les pedí una y otra vez que la dejaran”.

La verdad es que acabaron con la vida de ambos.