Pedro Blas García
Japón estrenó un nuevo primer ministro, Shinzo Abe, figura prominente del Partido Liberal Demócrata, quien entre el 2006 y el 2007 desempeñó igual cargo en condiciones radicalmente diferentes a las actuales.
La realidad actual se encuentra caracterizada por una crisis general sin precedentes y el rechazo al empleo de la energía nuclear como fuente de desarrollo energético, entre otros factores adversos.
Presidente además de la formación política triunfante en los comicios del 16 de diciembre, el otra vez jefe del gobierno japonés logró una alianza con el Partido Komei, con lo cual ambos grupos acumulan 325 de 480 escaños en la Cámara de Diputados (294 los liberales demócratas y 31 de Komei), al obtener mayoría de dos tercios, algo que no resulta igual en la Cámara de Senadores.
El propio Abe, definido en medios de prensa y por analistas japoneses como una figura de fuerte tendencia conservadora, admitió que la victoria representó el castigo de los votantes frente a la gestión del Partido Democrático, cuyos jefes de Gobierno se alternaron en el poder desde el 2007, cuando él fue el perdedor en las urnas.
Además, en esas elecciones, según datos oficiales, sólo acudió a las urnas el 59 por ciento de los votantes, 10 puntos menos que en cualquier anterior proceso electoral y el más bajo desde fines de la Segunda Guerra Mundial.
Con ese panorama, fuentes de prensa como la televisora NHK, entre otras, se cuestionan la estabilidad del nuevo gobierno frente a los problemas críticos generados por el terremoto y posterior tsunami del 2011 y la debacle del crecimiento económico.
La elaboración de un gran presupuesto para el año fiscal 2013 aún no está definido en su monto total, el cual contempla un exhaustivo análisis sobre el presente y el futuro de la energía nuclear en el país y la posible ejecución de una ley para un aumento del impuesto al consumo.
Por el momento, Abe renovó cargos dirigentes en su propio Partido y adelantó al frente de la cartera de Relaciones Exteriores a Fumio Kishida, ex jefe del grupo parlamentario de esa agrupación.
En su anterior gabinete fue el encargado de los asuntos de Okinawa, donde crecen las protestas por la presencia militar de Estados Unidos, y la operación desde allí y por primera vez en Japón de los controvertidos aviones tipo Osprey.
En ese último territorio, desocupado por Estados Unidos solamente en 1972, Washington concentra aproximadamente el 70 por ciento de sus bases militares en tierras japonesas, las cuales, según denuncias de organizaciones políticas y sociales, almacenan armamento nuclear y son fuentes de apoyo logístico a las fuerzas aéreas y de la VII Flota en el Pacífico.
El nuevo gobierno en política exterior ha reiterado la importancia de fortalecer sus vínculos con Washington y el incremento de la alianza militar en medio de crecientes disputas territoriales con varias naciones vecinas, entre ellas China y Rusia.
Principales retos del nuevo gobierno
Desde 1885, conocida como Era Meiji, Japón ha tenido 60 primeros ministros y solamente uno, Shigero Yoshida, repitió sin intervalos desde 1946 hasta 1954, precisamente por el entonces Partido Liberal (sin el apellido Demócrata).
De acuerdo con diversos analistas, es demostrativo de la inestabilidad y coherencia de una política aplicada tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, basada en el neoliberalismo.
Uno de esos defectos fue la articulación de una línea destinada a elevar el asunto nuclear como fuente principal de generación energética, la que contó con el aporte tecnológico de empresas estadounidenses como Westinghouse y el beneplácito de los gobiernos de turno.
Así, se construyeron centrales sin los requisitos exigidos en una nación asentada en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, propensa a grandes sismos y sus devastadores consecuencias.
Junto a los retos presentes, Abe y su gobierno debe decidir en breve tiempo -cuanto más un año- si mantienen la perspectiva nuclear, aplican el uso de otras fuentes renovables y en consecuencia, detienen la caída de la tasa general de beneficio y logran estabilizar la inversión financiera global.
Los problemas derivados de la destrucción de la instalación de Fukushima llevaron a la renuncia a mediados del 2011 del primer ministro Naoto Kan, quien admitió la falta de previsión ante los hechos.
Estos acontecimientos obligaron a evacuar más de 80 mil personas- aún sin regresar a sus hogares-, causó algo más de 20 mil muertos y contaminó extensas zonas agrícolas y marítimas de la costa sureste del archipiélago.
Informes oficiales y de comisiones independientes japonesas y de otros países confirmaron que el desastre superó la tragedia de Chernobil, Ucrania, de los años 80 y originó una masa de escombros superior a los 20 millones de toneladas, buena parte de ellas dispersas a través del Pacífico y en algunos casos llegaron a las costas del estado de California.
Políticamente Japón, una nación de casi 130 millones de habitantes, no ha logrado superar en los últimos años el llamado Síndrome de la derrota en la Segunda Guerra Mundial.
Su papel en la región disminuye notoriamente al vincularse en todos los órdenes y con creciente dependencia a los argumentos hegemónicos de Estados Unidos, sobre todo en el plano militar.
A todo esto se une que la crisis generada tras el sismo del 2011 obligó a cerrar 52 de las 54 centrales nucleares que generaban casi el 30 por ciento de la energía eléctrica, provocó multitudinarias protestas en el país y realineó tendencias políticas, la mayoría cuestionadoras del papel de la nación, otrora poderosa fuerza económica, ante el cambio climático y la inseguridad social.
Para Kojin Karatani, profesor de la Universidad Meiji, de Tokio, “sin el reciente terremoto, el Japón habría sin disputa proseguido su triste combate por un status de gran potencia… un sueño que ahora resulta inconcebible y debe ser abandonado”.
De manera demoledora, el especialista plantea que bien podría ser que solo entre ruinas puedan los pueblos ganar la valentía necesaria para emprender un rumbo radicalmente nuevo.