Ajuste del modelo económico

Mireille Roccatti

El nuevo régimen del gobierno que encabeza Enrique Peña Nieto ha planteado la necesidad de ajustar el modelo de desarrollo; en buena medida la decisión obedece a la situación de pobreza de más de la mitad de la población y a que 28 millones de mexicanos sufren de pobreza alimentaria, saldo éste que debe abonársele a las tres décadas de haberse implementado las políticas neoliberales que nos llevó a un Estado minimalista, con estabilidad macroeconómica pero sin crecimiento, y que profundizó la brecha de desigualdad social.

El intenso recorrido que realizó por todos los rincones del país permitió en el curso de su campaña al entonces candidato conocer y palpar de cerca la monstruosidad de la miseria en que se desenvuelve un segmento importante de nuestros compatriotas, en especial de quienes sufren hambre. Por ello mucho ha impactado el lenguaje llano del Ejecutivo federal, de hablar de hambre y olvidar los tecnicismos de “miseria extrema”, y proponer desde que asumió posesión su compromiso de erradicar el hambre y abatir la pobreza.

La desigualdad social —y así debe reconocerse— es tal que pone en peligro la misma gobernabilidad, por lo cual se han iniciado acciones concretas de gobierno para comenzar a trabajar sin esperar a que se articule una propuesta específica en el Plan Nacional de Desarrollo. Adicionalmente a estas acciones inmediatas, es muy importante que en la construcción del PND participe la sociedad en su conjunto —que nos involucremos todos—, que el sistema de planeación democrática lo hagamos realidad y que se incorporen las visiones de todos los sectores sociales.

En este contexto es necesario recordar que México a partir de la década de los años treinta y hasta finales de los sesenta creció a ritmos del 7% por ciento, con baja inflación y estabilidad cambiaria, que este fenómeno conocido como el milagro mexicano se sustentaba en un sector primario fuerte que con sus excedentes de capital permitió la industrialización del país; y conviene recordarlo porque es una muestra de que sí podemos. Que en este momento resulta prioritario fortalecer el sector primario, en especial el campo, en el cual es más lacerante la pobreza, en especial la alimentaria y que ha llegado el momento de pagar la deuda histórica que la nación tiene con los habitantes del campo.

Esa sin duda resulta una prioridad atendible, sólo que también es necesario diseñar acciones concretas de políticas públicas para atender los asentamientos urbanos que de manera caótica y casi sin servicios viven en los cinturones de miseria que rodean no sólo nuestras grandes metrópolis, sino también las ciudades medias, y no hay que olvidar que son los mexicanos del campo que abandonaron sus tierras en busca de mejores oportunidades de vida y, menos olvidar, que los grandes conglomerados de pobladores marginados de las ciudades forman parte de segundas y terceras generaciones que sufren de pobreza transgeneracional, luego de que la falta de oportunidades los expulsó del agro y migraron hacia las ciudades.

El reto es mayúsculo, lo menos que podemos hacer es apoyar y aportar nuestra energía para que disminuya la brecha de la desigualdad social y, en el corto plazo, trabajar intensamente para erradicar el hambre y la miseria entre los mexicanos.