Desafíos

Bernardo González Solano

El próximo lunes 21 de enero, millares de personas se apiñarán en una fecha que acostumbra ser muy fría, frente al histórico Capitolio en Washington (que se empezó a construir en 1793 y su primera etapa se terminó en 1800) —y varios millones de estadounidenses y de otras partes de la Tierra testimoniarán el acto por medio de la televisión y la Internet— para presenciar la ceremonia de juramento a la presidencia de Estados Unidos del reelecto mandatario número 44, el primer mulato afroamericano en su historia, Barack Hussein Obama, que nació el 4 de agosto de 1961, en Honolulu, Hawaii.

Aunque Obama no hubiera logrado la reelección, su nombre ya pertenecía a la historia por haber sido el primer afroamericano en llegar a la Casa Blanca. De tal suerte, el triunfo electoral que obtuvo en noviembre de 2008 no fue una victoria efímera. Cuatro años más tarde, Barack Obama sería reelegido para su segundo y último mandato. La Unión Americana eligió como inquilino de ocho años en la Casa Blanca a un hombre que encarna la diversidad étnica del vecino del norte.

El peso de las minorías

Las minorías de origen “no europeo” pesan cada día más: 15% de latinos en la población (aproximadamente de 313 millones de habitantes en todo el país); 13% de negros o afroamericanos; 5% de asiáticos. Para el año 2050, estas “minorías” serán mayoritarias… En la elección presidencial de 2012, se identificaron con el primer presidente negro en la historia del país y no con la pareja de hombres blancos que competían con el pendón republicano. Las mujeres publicitaron a Barack Hussein Obama. El voto afroamericano se inclinó por el candidato demócrata en un 93%, el de los latinos en 71%, y el de los asiáticos en 73%. En el conjunto de la población, los menores de 30 años votaron por Obama con más del 60%.

Gracias a las circunstancias electorales que favorecían a la oposición, los 129 millones de estadounidenses que salieron a votar el 6 de noviembre de 2012 eligieron, sin embargo, en la Cámara de Representantes a una sólida mayoría republicana. ¿Esquizofrenia electoral? ¿Señal de cierto desarrollo político? Los politólogos deciden. La prensa estadounidense diagnostica una moral poco segura, por no hablar de depresión. La prensa esboza el retrato de un país que duda frente a los desafíos que lo esperan.

En el interior, la crisis financiera de 2008 reveló las fallas de un capitalismo a la manera de Wall Street: especulativa, desordenada, prodigiosamente desigual. Obama se esforzó por pegar los pedazos. Pero el crecimiento permaneció muy mediocre. Y la Casa Blanca y el Congreso, demócratas y republicanos, nunca pudieron definir conjuntamente una estrategia seria frente a la patología que destruye las bases del Tío Sam: la deuda, el abismo de una deuda acumulada por un país que consume más de lo que produce y un Estado que gasta más que lo que gana.

El desafío también es exterior. La más grande de las democracias industriales no está segura ya de su primer lugar: enfrenta la competencia de la República Popular de China, segunda economía del planeta. Su imperio político está desquiciado. Este principio de siglo vive la hora de las potencias emergentes —India, Brasil, Indonesia, Turquía—, que, siguiendo la estela de China, rechazan el liderazgo estadounidense.

Habitualmente colocados en las anticipaciones optimistas, los estadounidenses se refugiaron voluntariamente en la nostalgia de los “buenos viejos tiempos”. Hermosearon los años 1950 y 1960, olvidaron los dramas que subrayaron el decenio de 1970; lloraron los años de Ronald Reagan (1980-1988) y recordaron alegremente los dos mandatos de Bill Clinton (1992-2000). En aquel momento, los republicanos no estaban bajo la bota de un grupo de extremistas y los dos grandes partidos terminaron por entenderse poco o mucho sobre los problemas del país.

Pero llegó el final de este consenso, de las grandes leyes bipartitas y de un centrismo político que parecía compartido entre las dos cámaras del Congreso. Algo se perdió en el camino, una forma empírica de hacer política.

Deseos y buenos propósitos

Así las cosas, salvo que se crea en los milagros, los deseos y los buenos propósitos por sí mismos no pueden cambiar la realidad. El rito del 31 de diciembre de 2012 con el que los responsables nacionales desean lo mejor —o lo menos malo— a sus conciudadanos no termina con las pesadas incertidumbres que pesan sobre el año 2013 que empieza.

Pese a las apariencias, es el caso de Estados Unidos. Sn duda alguna, el compromiso presupuestal bosquejado in extremis entre la Casa Blanca y los republicanos debería permitir evitar un fracaso de consecuencias incalculables para la economía estadounidense y mundial. Bajo reserva de aprobación por la Cámara de Representantes, este acuerdo aleja la amenaza de severas alzas de impuestos y de recortes drásticos y automáticos en los gastos públicos que rápidamente volverían a colocar a Estados Unidos en la recesión.

Pero si el presidente Obama se llevó esta mano, está lejos de ganar la partida. La batalla crucial para reducir el endeudamiento público estadounidense nuevamente fue pospuesta por algunas semanas. Falta acuerdo sobre este expediente esencial desde ahora hasta la próxima primavera, el éxito logrado por Barack Obama el 31 de diciembre no ha sido más que una victoria pírrica. En estas condiciones, habrá que ver cómo se desarrollan los próximos juegos de fuerza entre Obama y la oposición republicana.

Los politólogos estadounidenses la llaman “la maldición del segundo mandato”: un fenómeno inesperado o un error político que hace tropezar al presidente de Estados Unidos después de su reelección. Todos los inquilinos de la Casa Blanca lo han sufrido en grados diferentes. Richard Milhous Nixon tuvo su Watergate. Ronald Reagan, el escándalo de la venta de armas en Irán; Bill Clinton, el affaire de Mónica Lewinsky; George Walker Bush, el huracán Katrina… Barack Hussein Obama, ¿…?

¿Barack Obama está amenazado por esta maldición? Hasta el momento, el 44 presidente de Estados Unidos ha escapado a los escándalos. Su administración ha podido realizar un proyecto de reanimación económica de más de 700 mil millones de dólares sin incidentes mayores de corrupción. Ningún affaire contra las buenas costumbres ha salpicado a la Casa Blanca, ninguna humillación nacional comparable a la crisis de los rehenes estadounidenses en Irán, en 1980. Una lista debida a la suerte, dicen los analistas, y probablemente también por el hecho de que el presidente controla de cerca todas las decisiones importantes.

Opina The New York Times

Obama no ignora los precedentes históricos. “Yo estoy más que consciente de todo lo que se ha escrito sobre los excesos del presidente en su segundo mandato”, explicó en su primera conferencia de prensa después de las elecciones de noviembre de 2012. “Pero no fui reelegido para sentarme a descansar cómodamente en un sofá”.

The New York Times publicó una serie de editoriales sobre lo que el periódico considera las prioridades del segundo mandato: la lista va de la reestructuración del código de impuestos a la clausura de la prisión de Guantánamo, Cuba, pasando por una reforma del procedimiento electoral a fin de evitar las largas filas frente a las casillas de votación.

Excepto las cuestiones presupuestales, la inmigración es considerada el primer expediente a la orden del día. Así como el control de las armas de fuego, sobre todo después de la matanza de niños y profesoras en la escuela de Newtown, Connecticut, en el mes de diciembre pasado.

De acuerdo con el famoso periódico neoyorquino, el presidente Obama planea presentar en los primeros meses del año una reforma migratoria contenida en una sola ley que abrirá una vía a la ciudadanía para la mayoría de inmigrantes ilegales. Dada la importancia que esta ley tiene para los mexicanos que se encuentran en los dominios del Tío Sam, abundamos en el tema.

Fuentes oficiales citadas por el rotativo de la Gran Manzana informan que importantes funcionarios de la Casa Blanca —donde habrá cambios de personajes como corresponde a un segundo mandato, incluyendo políticos republicanos aparte de algunos demócratas— y un grupo de senadores de ambos partidos han trabajado, por separado, en sendas propuestas de ley para impulsar una reforma migratoria que resuelva la situación de once millones de indocumentados en el país.

Obama propondría los cambios en una sola ley integral, con lo que se opone a la propuestas de legisladores republicanos, como el senador Marc Rubio, que piden dividir la legislación en partes que aborden por separado temas como los jóvenes indocumentados o los inmigrantes cualificados. Es posible que Obama anuncie los puntos centrales de su plan en el discurso anual sobre el “Estado de la Nación” ante el Congreso el 12 de febrero próximo.

El nuevo equipo de Obama incluirá caras no precisamente nuevas, pero lo más relevante es que desaparecerá del escenario internacional la famosa Hillary Clinton, que se desempeñaba como secretaria de Estado, y será sustituida por el excandidato demócrata a la presidencia en 2004, John Kerry; al Pentágono llegará Chuck Hagel, un exveterano de la guerra de Vietnam, y a la Agencia Central de Inteligencia, John Brennan, que era el principal consejero en materia antiterrorista, y quien asesoró al presidente para dar caza a su enemigo número uno, Osama Bin Laden, una década después de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Obama ya forma parte de la historia, no solo de Estados Unidos, sino del mundo entero.