Barack Obama
Bernardo González Solano
El domingo 20 de enero, Barack Hussein Obama prestó juramento oficialmente, para un segundo mandato, como presidente de Estados Unidos, en un acto privado en la Sala Azul de la Casa Blanca. Le acompañaron su esposa Michelle y sus dos hijas, Malia, de catorce años de edad, y Sasha, de once.
Obama inició constitucionalmente su segundo gobierno el vigésimo día del primer mes del año 2013. John Roberts, magistrado presidente del Tribunal Supremo, tomó la protesta de ley en una ceremonia que apenas duró un minuto.
La Biblia
A la manera de los vecinos del norte, la Biblia utilizada para la importante ceremonia del domingo procedía de Chicago y fue un regalo del padre de Michelle, Fraser Robinson III, a su madre, LaVaughn Delors Robinson, en 1958, que, por cierto fue la primera mujer afroamericana en dirigir la Biblioteca del Instituto Moody Bible de Chicago, donde había nacido en 1915.
Tras el juramento oficial, Obama besó a su esposa y a sus dos hijas. A la más pequeña, Sasha, le dijo sonriendo: “Lo conseguí”. Y vaya que sí lo hizo, pese a los tremendos problemas que encaró en su primer mandato.
Al día siguiente, lunes 21, tuvieron lugar las celebraciones y la ceremonia pública de juramento frente al Capitolio donde Obama hizo lo propio con dos ejemplares de la Biblia: la que utilizó hace 150 años Abraham Lincoln y la otra que fue propiedad del activista afroamericano Martin Luther King Jr.
Esta fue la 57a inauguración en la historia de Estados Unidos, protagonizada por el 45o presidente. Aunque ya no hubo la misma expectación de 2009, cuando se reunieron 1.8 millones de personas en la explanada del Capitolio, todo un récord, ahora hubo aproximadamente 800 mil estadounidenses que festejaron el inicio del nuevo mandato presidencial.
Ceremonia del show
Sin duda, el juramento de los presidentes de Estados Unidos es todo un show, que abarca desde un servicio religioso al que asiste el mandatario y su familia en compañía de los miembros del gabinete en la iglesia episcopaliana frente a la Casa Blanca, St. John Church; una invitación a tomar el té con los miembros del Congreso que integran la comisión de los actos inaugurales; la propia ceremonia pública ante las escalinatas del Capitolio, primero jura el vicepresidente, Joe Biden, y después el presidente Obama.
El discurso del nuevo mandatario duró veinte minutos en el que esbozó las líneas generales de su siguiente y último gobierno. En esta ocasión, la cantante Beyoncé entonó el Himno Nacional; James Taylor y Kelly Clarkson interpretaron American the Beatiful y My Country Tis of Thee, respectivamente. El poeta del acto fue Richard Blanco, un literato gay de origen cubano y nacido en España. La bendición corrió a cargo del pastor episcopaliano Luis León, también de descendencia cubana.
Ninguna otra ceremonia política estadounidense tiene tanto tinte a “la americana” como la del juramento presidencial.
Acto seguido, Obama almorzó en el Congreso, invitado por el Legislativo. Hasta en el menú del almuerzo se “cubrió todo el territorio nacional”, desde la costa este con entrada de langosta con crema de almejas a la Nueva Inglaterra (el crustáceo es típico de Maine y la crema de la zona de Boston); el plato principal, bisonte al grill con pastel de papas y rábano, reducido con huckleberry, fruto estatal de Idaho; de postre, pastel de manzana a la manera del Valle de Hudson, con crema y helado, acompañado de queso madurado y miel.
Un menú estadounidense aunque el “bisonte con papas” algunos no lo consideraron el plato más sofisticado para el banquete inaugural.
Quizás los adversarios de Obama en el Congreso —los republicanos— quisieron enviarle un mensaje gastronómico “pesado” al presidente reelecto. Así es la política, del otro lado del río Bravo y en todas partes.
No podía faltar el Desfile Inaugural del que tomaron parte Obama y Michelle a lo largo de la avenida Pensilvania hasta la Casa Blanca.
Y, para terminar, el Baile del Comandante en Jefe, para cuatro mil miembros de las Fuerzas Armadas, y el Tradicional Baile de Inauguración, al que asistieron 40 mil personas. Los bailes forman parte de la tradición del cambio de presidente de Estados Unidos. Se llegaban a realizar hasta ocho bailes el día del juramento, pero dada la crisis ahora se redujeron a solo dos. Eso sí, el presidente vistió riguroso esmoquin negro y corbata de pajarita blanca.
En este tipo de ceremonias, los analistas están al tanto de todo lo que sucede.
El discurso
No de balde, Estados Unidos todavía continúa siendo el “imperio”, cuyo ejército es el más grande del mundo, de ahí la presencia de los militares en prácticamente todas las ceremonias del juramento presidencial. Pero, ni duda cabe, el discurso que pronuncia el mandatario es el punto de referencia para el gobierno del Tío Sam los siguientes cuatro años.
Aunque muchos analistas consideraban que el mensaje de Obama no tendría el propósito de levantar ámpulas, lo cierto es que al analizarlo, casi palabra tras palabra, pasará a la historia como una pieza oratoria más de varios presidentes estadounidenses. Obama se ha significado por ser maestro del género. No podía ser ahora la excepción. “Una década de guerra ha terminado, una recuperación económica ha comenzado”, dijo.
Con estas palabras, Obama resumió su primer mandato y al mismo tiempo con ellas presentó lo que quiere que sea su segundo periodo en la Casa Blanca: una mayor renuncia a la acción miitar —“todavía creemos que seguridad duradera y paz permanente no requieren perpetua guerra”—, y una apuesta por medidas económicas que hagan pagar más a los ricos y no anulen gastos sociales. Asimismo, el presidente de la Unión Americana se comprometió también con los derechos de los inmigrantes y de los homosexuales.
En un llamamiento a la unidad nacional, Obama indicó que los retos que enfrenta Estados Unidos sólo pueden abordarse si finaliza la tozuda confrontación ideológica que subsiste en las trincheras políticas del Congreso de Washington. “Estamos hechos para este momento, lo atraparemos siempre que lo hagamos juntos”, dijo.
Fue claro que la mayor parte del discurso se orientó a la política interna, aunque tuvo también palabras claras y directas sobre política exterior, que acentuaron la línea seguida por la Casa Blanca, de apuesta por el multilateralismo y repliegue de presencia en el exterior.
Declaró: “Mostraremos coraje para intentar resolver nuestras diferencias con oras naciones pacíficamente… América seguirá siendo el áncora de fuertes alianzas en cada rincón del globo, y renovaremos todas esas instituciones que extienden nuestra capacidad de gestionar crisis afuera, pues nadie tiene mayor interés en un mundo en paz que su nación más poderosa”.
Todo mundo sabe que la agenda más inmediata de Obama es la económica, y justificó su insistencia en que la mayor parte de la carga sea para las rentas más altas, algo que los republicanos consideran demagogia de lucha de clases: “Este país no puede triunfar cuando un número de personas cada vez más reducido le va bien y a una creciente mayoría apenas puede salir adelante. Creemos que la prosperidad de América debe descansar sobre los amplios hombros de una emergente clase media”.
Además, renovó su compromiso en la lucha contra el cambio climático, el área en que los propios activistas demócratas más incumplimientos atribuyen a Obama. Este no hizo autocrítica, sino que apuntó a aquellos oponentes republicanos que “aun niegan el abrumador juicio de la ciencia”.
Varios estudiosos señalaron que Obama marcó un tono diferente, más progresista para su siguiente periodo, anticipando un futuro distinto y mejor, en que exista verdadera igualdad de oportunidades, sin discriminaciones ni ventajas legales que favorezcan el triunfo de unos pocos a costa de la marginación perenne de otros; un futuro en el que los grandes valores en los que se asienta la Unión Americana se encuentren realmente al servicio del más humilde de sus habitantes.
Acotó: “Respondamos a la llamada de la historia e iluminemos el incierto futuro con la preciosa llama de la libertad”.
Este fue un discurso que definió a Obama como nunca antes. Fue un discurso que sitúa al mandatario en un rumbo claro, el de la paz y la justicia social, y un discurso, como escribió Antonio Caño, corresponsal de El País en Washington, “que algún día permitirá, quizá, referirse al mandato de Obama como aquel en el que se intentó reducir las diferencias entre los norteamericanos, y el país ganó unidad y fe en su destino como una fuerza para el bien, como una fuente de esperanza para los pobres, los enfermos, los marginados, las víctimas de prejuicios”.
Obama aludió a la reforma migratoria al declarar que “nuestro viaje no habrá terminado hasta que encontremos una mejor forma de acoger a los esforzados y esperanzados inmigrantes que todavía ven América como la tierra de las oportunidades”.
En este rubro, Obama sabe que hay muchas esperanzas puestas. Esperanzas que en el mayor de los casos tienen raíces mexicanas. Hay millones de connacionales que van en la segunda o tercera generación que luchan por conseguir la residencia legal del otro lado de la border, sin perder la esencia mexicana.
Dentro de cuarto años se hará el balance del gobierno de Obama. En cuatro años, Estados Unidos ya habrá elegido a otro mandatario, el número 46. Para bien de millones de personas, ojalá las reclamaciones no apabullen a los logros.
Entre tanto, como el propio Obama le dijo a su hija Sasha: “Lo conseguí”. Vaya que lo hizo.