Carlos Guevara Meza
Se han cumplido dos años desde las revueltas que derivaron en la caída del régimen de Hosni Mubarak en Egipto. De entonces a la fecha, la situación económica del país se ha deteriorado drásticamente, y la situación política está lejos de estabilizarse aun cuando, en las formas, los egipcios tienen más democracia ahora que durante los últimos treinta años. No hubo celebraciones. La revolución se conmemoró con terribles disturbios callejeros que arrojaron un saldo de 50 muertos y cientos de heridos en las principales ciudades, incluidas la capital, El Cairo, y aquellas por las que pasa el Canal de Suez. Y aunque esto no impidió el tráfico interocéanico, es seguro que los grandes intereses económicos mundiales no estarán muy tranquilos.
Cuatro días de disturbios terminaron por obligar al presidente Mohamed Morsi a establecer medidas drásticas, entre ellas sacar a la calle al Ejército y decretar el toque de queda en algunas ciudades. Lo peor sucedió en Port Said (una de las entradas del Canal) donde la violencia tuvo que ver con la condena a muerte de 21 acusados de los trágicos eventos del año pasado cuando, en un partido de futbol, se dio un enfrentamiento que terminó con la muerte de 74 personas ligadas al equipo visitante. Los muertos pertenecían a una porra que fue particularmente activa en las revueltas que derrocaron al gobierno, por lo que muchos sospecharon que se trató de una venganza de autoridades y simpatizantes del antiguo régimen. Sin embargo, ningún mando policíaco fue condenado.
En medio de los disturbios, el presidente Morsi llamó a una mesa de diálogo con todas las fuerzas políticas que fue rechazado por el principal grupo de oposición (el laico y liberal Frente de Salvación Nacional), que exige como condición previa la derogación de la nueva constitución, aprobada en un referéndum en el que participó el 33 por ciento del electorado, y que había sido redactada y aprobada por la mayoría islamista en los órganos legislativos sin contar con el consenso de otras fuerzas revolucionarias (si bien es de señalar que obtuvieron representaciones minoritarias en elecciones sin incidentes, y que se retiraron del debate constitucional a pesar de los continuos llamados de Morsi).
Al parecer, Morsi retrasó todo lo que le fue posible las medidas de emergencia, que su propio partido (la islamista Hermandad Musulmana) le exigía. Pero el rechazo de la oposición al diálogo no le dejó más remedio. Por lo pronto, es claro que la Hermandad está buscando y logrando obtener el mayor número de posiciones en todos los puestos del gobierno con el fin de hacerse de una hegemonía incontestable, mientras la situación económica del país empeora ante la caída del turismo y la inversión extranjera, desalentadas por lo volátil del contexto político y la violencia. El gobierno ha pedido créditos de emergencia a organismos como el FMI, que está dispuesto a otorgarlos a cambio de medidas que afectarían muchísimo al grueso de la población (como la cancelación de subsidios a productos básicos como alimentos y combustibles), lo que sin duda abonaría poco al restablecimiento de la normalidad. En abril, con nuevas elecciones legislativas, quizá se verá mejor hacia dónde la sociedad egipcia quiere encaminar su revolución.


