Miguel Ángel Muñoz

Con la muerte de Rubén Bonifaz Nuño (Córdova, Veracruz, 1923-Ciudad de México, 2013) se va, uno de los cuatro mejores poetas de México de la segunda mitad del siglo XX. Una poética única, sorprendente. Miembro de una generación de escritores como Luisa Josefina Hernández, Ricardo Garibay, Fausto Vega y Miguel Guardia. Tuve la fortuna de trabajar con él el libro Elogio del espacio. Apreciaciones sobre arte (Colegio Nacional, UNAM y UAM, 2012), en el cual me tocó reunir la mayoría de sus textos históricos y críticos sobre arte prehispánico y contemporáneo de México. Elogio del espacio. Apreciaciones sobre arte, reúne algunos de los trabajos de Rubén Bonifaz Nuño que podríamos calificar de histórico-metodológicos, o en algunos casos abiertamente teóricos sobre el arte prehispánico y contemporáneo de México, redactados a lo largo de casi cuarenta años. Me atreví a presentarlos bajo un título intencionalmente sencillo por dos motivos: el primero atiende a su contenido, pura y simplemente ensayos críticos al filo de piezas y regiones arqueológicas: olmecas, aztecas, mayas. El segundo, de impronta personal, puesto que expresan en buena medida el gusto muy personal del poeta al analizar la obra de Ricardo Martínez, Ángela Gurría o Santos Balmori, que reflejan sí, no sólo un gusto, sino también el asombro estético y su relación con el arte precolombino. Textos, pues, de carácter puntual, pero que con todo pretenden una coherencia que va más allá de la retórica explícita del título: son ejercicios de persuasión, en efecto, demasiado áridos, tal vez, en algunos puntos, pero que aspiran a convencer al lector con su argumentación e inducirle a discrepar, a intervenir, en suma, sobre una temática, además, suavemente lejana. Publicados al azar, por lo general en catálogos y en libros concretos, constituyen, sin embargo, una aproximación a obras, artistas, momentos de arte e incluso problemas de interpretación histórica que, al releerlos, los considero de actualidad renovada a la vida de las distancias caprichosas que la literatura artística postmoderna se empeña en hacer suyas. Del minimalismo metodológico en alza al neopsicologismo de la percepción con pretensiones tecnológicas, o el retorno intempestivo de la vieja historia de género. Como si la Coyolxauhqui, Cihuatéotl o la “mal llamada Coatlicue” —como dice Bonifaz—, por hablar del arte antiguo, fueran secuencias intercambiables de un eterno universo de formas. Si los textos alcanzan cierta unidad de tono y contenido, al lector corresponde calificar el resultado. Por ello considero una iniciativa importante, el rescate de autores esenciales para la comprensión del arte antiguo y contemporáneo de México, como la obra crítica y poética sobre artes visuales de Bonifaz Nuño. Con todo, para Bonifaz, la poesía —sucesiva y atada al concepto— ha perdido su batalla por atrapar lo inmediato. Por el contrario, la pintura —simultánea y liberada por el color— sigue librando ese combate. “La mayoría de los poetas no comprende bien la pintura”, me decía con agudeza Yves Boneffoy. En los escritos sobre arte de Bonifaz, eluden el impresionismo lírico al que recurren muchos escritores cuando se enfrentan al arte. Al contrario, él distingue lo pictórico de lo pintoresco y se enfrenta con rigor a cuestiones como la escultura azteca, olmeca o el valor de artístico y cultural de la Coyolxauhqui, en la cual encuentra la grandeza del arte azteca. Sus monumentales libros El arte en el Templo Mayor, Imagen de Tláloc, Hombres y serpientes. Iconografía Olmeca continúan siendo en la actualidad un corpus imprescindible para el estudio de la cultura prehispánica de México. Libro directo, sin meandros retóricos ni impertinentes incursiones eruditas. “Durante siglos —dice Bonifaz— hemos que se nos diga quién somos; hemos llegado a creer lo que nos dicen. La barbarie española nos calificó por medio de la humillación; para comprobarlo, bastaría con poner los ojos sobre lo escrito por Cortés o Díaz del Castillo; los frailes, luego, nos hicieron vernos como servidores de las fuerzas del mal; diablos eran los objetos de nuestra veneración…”. Así, Bonifaz ha intentado revertir nuestra historia prehispánica a través de entender no sólo las culturas del pasado, sino ver en el arte nuestra propia identidad. Los insuperables análisis descriptivos relatan con destreza y legibilidad los modos de la crítica artística cuando se enfrenta a las obras de arte antiguas, como por ejemplo, El chapulín La calabaza, Cabeza de serpiente, El vaso de maíz, Tláloc, con un intuitivo punto de poesía y crítica. Para Bonifaz, la historia del arte es sencillamente historia de la crítica de arte. El poeta se sitúa frente a la filología artística y contra la positivista religión del dato, sin interés más allá de la precisión erudita, de cronología, género y escuela. Bonifaz considera que la obra de arte adquiere su condición de excelencia sólo cuando se interpreta desde las ideas y la cultura destiladas en el gusto de un artista. Las reacciones críticas sobre la obra constituyen así el juego de valor que encauza la producción sensible y visual del artista. Para comprender la escultura de Ángela Gurría o la pintura de Ricardo Martínez, por ejemplo, debemos determinar las bases teóricas de su arte, su visión de la naturaleza y sus preferencias artísticas sobrepuestas a las propias experiencias intelectuales. A esta trama de influencias concéntricas Bonifaz la califica de gusto, una tradición crítica que permite el juicio de valor sobre la obra de arte y nos da su medida de calidad en el doble contexto de la cultura y del arte de su tiempo. miguelamunozpalos@prodigy.net.mx