Camilo José Cela Conde

Madrid.- Uno de los enigmas más misteriosos e inquietantes que existen para la comprensión de lo que es el ser humano, instalado entre la filosofía y la ciencia, es la de la capacidad de nuestra especie para percibir la música. La condición de esas vibraciones producidas por los instrumentos de cuerda y viento a cuyo resultado llamamos melodía abarca un ámbito cuyas características han sido estudiadas y explotadas por los compositores más ilustres y por los físicos más notables. Pero lo que los filósofos llaman qualia, las experiencias subjetivas que llevan a que uno considere armónico y agradable un sonido, siguen sin entenderse a fondo.

Un paso adelante en ese camino ha sido dado por un equipo de psicólogos dirigido por Andrew J. Oxenham, de la universidad de Minnesota en Minneapolis, Estados Unidos, por medio de un experimento que acaba de aparecer en los Proceedings of the National Academy of Sciences. Sus resultados niegan que las frecuencias situadas por encima de los 4 ó 5 kiloherzios sean indetectables por el oído humano, en contra de lo que se creía hasta ahora. Ya fuera a causa de la convicción acerca de la existencia de tal límite, o más probablemente como resultado del trabajo empírico de los luthiers, lo cierto es que son ésas las notas más altas que emiten los instrumentos musicales modernos.

Pero Oxenham y sus colaboradores han puesto de manifiesto que la percepción del tono y la melodía pueden alcanzar registros aún más altos en determinadas condiciones. Está implicada en ese fenómeno la naturaleza misma de lo que es la producción de sonidos que identificamos como musicales, resultantes de una combinación de tonos simples. El oído es capaz de percibir tonos simples de un registro tan alto como los 6 kiloherzios siempre que la combinación de todos ellos, formando los armónicos complejos, se sitúe en el rango de los 2 kiloherzios. Sucede como si una frase compuesta por palabras todas ellas invisibles surgiese con fuerza combinándose ante nuestros ojos.

Una consecuencia importante del trabajo experimental realizado por los psicólogos de Minneapolis consiste en que pone de manifiesto una vez más la manera como trabaja el cerebro. La percepción musical no puede entenderse como el resultado de un camino cuesta arriba que lleva desde el tímpano y los nervios auditivos al reconocimiento de la melodía. Intervienen también procesos de arriba hacia abajo —top down, en la terminología técnica— que permiten hacerse con los tonos gracias a la percepción previa de otros armónicos. Dicho de otro modo, la memoria actúa no sólo como un almacén sino como una pieza esencial para la obtención de nuevas experiencias. Por desgracia, los hallazgos de Oxenham no nos explican el sentido profundo de lo que son esos qualia que nos llevan a extasiarnos con el aria de la reina de la noche en La flauta mágica. Puede que, como sostiene Noam Chomsky, ese tipo de conocimiento quede fuera de la capacidad inmensa de la ciencia para describir el mundo y sus fenómenos.