Gaddafi tiene un arma contra la intervención europea.

Carlos Guevara Meza

La muerte de Osama Bin Laden sin duda es capaz de opacar todo lo que sucede en el mundo islámico. El propio Occidente lo convirtió en el icono del extremismo religioso y de la “guerra santa”. Como el fin de ese icono ha buscado presentar su muerte (ahora confirmada por la propia Al Qaeda, según informaciones periodísticas). Pero ello no significa que los conflictos se hayan resuelto o dejado de existir: sólo pasaron a las páginas interiores de los diarios y a las notas breves de los noticieros.

En Libia la guerra sigue, sin que la intervención autorizada por la ONU parezca marcar ninguna diferencia. El mismo juego de avances y retiradas de las últimas semanas se mantiene, aunque las fuerzas de Muammar Gaddafi han comenzado el sitio de Tobruk, ciudad rebelde que ya es la única en proporcionar combustible a la zona sublevada, y que ahora se encuentra incapacitada para exportar petróleo al extranjero, limitando aún más las posibilidades económicas de la revolución Libia, por no hablar de su propia supervivencia.

Mientras tanto, Gaddafi parece haber encontrado una nueva arma contra la intervención europea: por un lado, impide la evacuación de civiles de las zonas de guerra; mientras por el otro, parece estar organizando directamente el envío de precarias embarcaciones repletas de refugiados hacia las costas italianas. El resultado es que más de 10 mil personas se encuentran asiladas en Italia y otros países en pésimas condiciones, además de que ha aumentado el número de víctimas por los naufragios. Recientemente ocurrió el escándalo de un pequeño navío que estuvo a la deriva durante 16 días, los náufragos literalmente murieron de hambre y sed aparentemente dejados a su suerte por la flota occidental que patrulla el Mediterráneo. Sobrevivientes declararon que aún estando a la vista de un portaviones (que podría ser francés), no se les prestó ayuda. Italia (frente a cuyas costas ocurrió el suceso), Francia y la OTAN niegan cualquier conocimiento y participación en la tragedia. Sin tantas víctimas y en algunos casos con rescates oportunos y hasta heroicos, la situación se repite a diario. Por lo pronto, la coalición interventora acordó en Roma el pasado 5 de mayo dotar de fondos y recursos al gobierno rebelde para continuar su lucha (muy generosos, pues el dinero se sacará de los fondos congelados a la propia Libia).

Los talibanes, por su parte, lanzaron una pequeña ofensiva en represalia por la muerte de Bin Laden que pudo ser controlada sin muchos problemas. Mientras, en Siria el gobierno de Al Assad ha incrementado sustantivamente la represión contra los sublevados en ese país, incluso sacando los tanques a la calle. Varias ciudades se encuentran prácticamente bajo sitio de su propio ejército, a pesar de que la rebelión no está luchando de manera armada. El número de víctimas aumenta, sin que sea posible confirmar números exactos por el férreo cerco informativo del gobierno. Y sin que la comunidad internacional pueda hacer nada después del fiasco de la intervención en Libia, y debido a la conexión del régimen sirio con grupos como Hezbollah y Hamas. En Túnez y Egipto, los regímenes de transición tienen problemas para gestionar la revolución y los disturbios e incluso los enfrentamientos continúan. Y esto no es todo.