Al maestro
Si las aulas son abandonadas no habrá revolución posible, ni esperanzas de cambio.
Si las aulas son abandonadas no habrá revolución posible, ni esperanzas de cambio.
La formación de cuadros no ha sido prioridad, porque se ha dado un valor superlativo a los temas electorales.
La vocación democrática no es la principal prenda que caracterice a nuestra clase política.
Somos un país de muchos escritores aunque no de tantos lectores.
Neruda es, porque sigue vigente, un poeta popular, se adhiere al sentir, sus letras son frescas como una cumbre.
El tema de la seguridad es aún el nudo gordiano del gobierno nacional, el jinete apocalíptico, la angustia que prevalece, la obscuridad que perdura.
Juárez prevalece, más allá de formas y rituales.
Es conveniente la modernización, sacudir lastres que impiden una mejor productividad.
La oposición cuestiona porque su propia inercia lo lleva a expresarlo, caso contrario pasaría a ser un ente descafeinado.
La franquicia electoral concebida por la profesora optó por el silencio, su gremio no levantó la mano.
En la mayoría de los expedientes en que se involucraban sacerdotes han quedado impunes con aparente complicidad de la jerarquía religiosa.
En El Padrino, los jefes del hampa tenían sus propios códigos, no llegaban a los extremos del terrorismo ni a la venta de drogas a menores.
Las estrategias deben ser distintas porque el discurso del bien común, la democracia o el amor se ha erosionado.
Los rebases en materia de gastos de campaña siguen vigentes como una práctica común.
La opacidad siempre despertará suspicacias porque la corrupción ha sido un problema estructural.
Las reyertas internas han socavado la presencia y alcances del perredismo.
Sólo doce años bastaron para desinflar esperanzas y expectativas cifradas en un cambio que nunca se dijo para qué.
Permanece la seguridad pública como un gran pendiente, lo mismo ocurre con la generación de empleos.
El trabajo debe hacerse, la recomposición del tejido social es un imperativo.
El trabajo debe hacerse, la recomposición del tejido social es un imperativo.
La responsabilidad de los nuevos gobiernos es alta, y si no hacen la diferencia tendremos otro desencanto.