Ignacio Trejo Fuentes

Álvaro Rendón fue asesinado a balazos cuando conducía su auto rumbo a su casa en Culiacán luego de visitar a su amigo escritor César López Cuadras, que está enfermo. Me cuentan amigos mutuos que no se dio cuenta que en un retén le marcaron el auto, de manera que quienes operaban la revisión le dispararon.

Rendón —a quienes apodaban Feroz— era profesor universitario. Lo conocí hace muchos años (quizá veinte), y me sorprendió su pasión por la literatura: no hablaba de otra cosa, y hacía que sus amigos hicieran lo mismo. Cuando escritores como Carlos Fuentes, Carlos Montemayor, Carlos Monsiváis, Gonzalo Celorio, Vicente Quirarte, Héctor Aguilar Camín, Ángeles Mastretta, Daniel Leyva y varios más visitaban Culiacán para dar cursos o conferencias, Álvaro se las ingeniaba para reunirse con ellos en algún restaurante o cantina, o en el vestíbulo de un hotel, y los interrogaba que daba gusto: aquéllos correspondían su interés y le contaban cosas de su vida y obra, o de la de otros. Feroz se sentía en el Paraíso, y luego transmitía a sus alumnos sus nuevos conocimientos. Confieso que más de una vez debí decirle: “Ya, Álvaro, cámbiate el disco; hablemos de otra cosa, de narcotráfico, de mujeres hermosas (en Culiacán viven las más bellas del mundo), de lo que quieras, pero ya no de literatura”. Se desconcertaba, y hacía el intento de abordar otros temas. Aunque volvía a su pasión.

Quienes lo conocimos (sinaloenses y/o forasteros) llegamos a la certeza de que no había lector más poderoso que Álvaro. De veras, su voracidad era impresionante. Quién sabe cómo le hacía, mas conseguía novedades nacionales y extranjeras, frecuentaba revistas y suplementos; era, así, una enciclopedia andante. Ignoro si escribió libros (tal vez dejó algunos inéditos), pero lo recordaremos como un feroz lector. Y como un tipo simpático, amable, capaz de quitarse la camisa por sus amigos.

Cuando me enteré de su muerte lloré, lo juro. Y de seguro hicieron lo mismo sus demás amigos; porque si toda muerte duele, la de un amante de la literatura que no hacía mal a nadie lástima doblemente. Quiero imaginar que en el momento en que debió detenerse en el retén mencionado al principio, lo ignoró por ir pensando en laberintos borgesianos, en recuerdos del porvenir, en tiempos perdidos, en llanos en llamas, en soledad de siglos…

¿Fue Álvaro víctima de los daños colaterales de la infamia o tan sólo se trató del encuentro con un destino feroz, terrible, abominable? Lo único que sé es que lo llevaré por siempre en mi recuerdo y en mi corazón. (Imagino que donde quiera que éste, buscará escritores para hablar de su tema obsesivo). Descanse en paz.