“El Islam y los mahometanos son la peste bubónica del siglo XXI.

Socialistas, comunistas, musulmanes, haced un bien al planeta: Suicidaos”.

Chantal Cramer y Fabián Rouquette, líderes del Frente Nacional francés.

Regino Díaz Redondo

Madrid.- Al copiloto que estrelló el avión de Germanwings con 150 muertos, 49 de ellos de nacionalidad española, le han encontrado todos los males. Desde un catarro hasta que es un monstruo que anunció la catástrofe, la elaboró, y, entre sonrisas, dijo “algún día haré algo para que el mundo recuerde mi nombre”, según informó una de sus ex novias que habló en algún lugar oculto de Alemania.

Andreas Lubitz, de 27 años de edad, culpable de la catástrofe según indicios, declaraciones oficiales y versiones periodísticas, era, en principio, un joven inteligente, con vida normal, deseoso de progresar y con ansias de pilotear aviones de larga distancia como comandante de Lufthansa.

Pero de pronto, el fiscal francés Brice Robin, que escuchó las conversaciones y los ruidos en la caja negra rescatada, informó que “Lubitz tenía la voluntad de destruir el avión”, palabras que él tradujo a su manera sin transcribir textualmente lo que escuchó en el aparato.

¿Por qué?

Seguimos con Brice: “el comandante salió de la cabina y dejó a cargo al copiloto una vez estabilizada la altura de vuelo y a 20 minutos de llegar a Dusseldorf. Iba al baño y, al volver, no pudo entrar a la cabina de mando. Marcó los números habituales para acceder y la puerta no se abrió. Se comunicó con su compañero y éste no respondió”. Sin embargo, “la respiración de Lubitz era normal…”, señaló.

¿Normal porque estaba tranquilo y lúcido o porque desarrollaba sibilinamente su plan de suicidio colectivo?

Es casi seguro que el joven aviador cayó en una depresión pero lo dicho por el fiscal sólo arroja conjeturas e hipotéticas verdades que seguramente nunca serán comprobadas. ¿Qué tal si convocase a una conferencia de prensa para que los periodistas escucharan textualmente lo que se oye en la caja negra? Al menos esto evitaría las dudas que todavía se ciernen sobre el motivo de la catástrofe.

En tanto, Lufthansa no emite ningún comunicado. Ni para bien ni para mal; no avala ni desdice lo que explica Robin y se calla ante las especulaciones, cada vez mayores, que surgieron sobretodo en los diarios alemanes que se distinguen por un sensacionalismo impresionante.

Rodeado de reporteros, Brice agregó que “la respiración del copiloto era normal” a juzgar por lo que él considera el buen funcionamiento de la sístole y diástole de Lubitz

¡Cuán minucioso es el fiscal!

Recordemos que los primeros datos sobre el “sin duda enajenado” señalaban que era un muchacho que pasó con brillantez las pruebas físicas y sicológicas realizadas por la compañía de aviación y que, en su pueblo natal, todo el mundo coincidía en que su compatriota estaba lleno de ilusiones y quería progresar en una profesión que adoraba.

Aún no se sabe qué opinan los expertos, sicólogos y siquiatras que se han destinado a investigar el asunto. Inclusive, no hay noticias de que se haya abierto una investigación propiciada por Lufthansa ni los nombres de quienes la conformarían.

A Lubitz le atribuye Brice todos los males del mundo. Se habla de que era un “esquizofrénico y trastornado bipolar”. Y aún más, “lo inyectaban contra la paranoia y desvaríos mentales”.

Por si fuera poco, el copiloto tenía “un desprendimiento de retina” por lo que no le revalidarían su permiso de volar en junio próximo.

Algunas cosas han quedado en claro. Primero, que el comandante Patrick Sonderheimer, apaleó la puerta blindada de la cabina para entrar y que le gritó a su copiloto “maldita sea, ábrela, por favor”. Después, ¡vaya descubrimiento!, supimos que utilizó un hacha para intentar derribar lo que no era derribable porque estaba construido en acero.

Sonderheimer tecleó una clave ultrasecreta que utilizan los pilotos en caso de una emergencia incontrolable. Tampoco tuvo buen resultado.

Pero ¿cómo se explica que los pasajeros no hayan escuchado los gritos y los hachazos del capitán y que las aeromozas y el personal de a bordo no hubiesen informado a la gente.?.

Persiste la incógnita.

Según la misma fuente, las víctimas sólo se enteraron de la tragedia un minuto antes de ocurrir. Lo que pasó en la ante-cabina no lo oyeron ni lo vieron.

Algo raro, o al menos, inquietante.

Se sabe que Lufthansa ya indemnizó con 50 mil euros, cantidad previa al dinero que se dará a los familiares en el futuro.

¿Pero cuándo llegará el futuro?

Tomemos como ejemplo que los parientes y familiares de las víctimas de Spanair y del Yak-42 aún no han sido indemnizados adecuadamente y se quejan de ello, aunque sin mucho éxito, ante las autoridades.

Al tiempo que Brice informaba que “Lubitz tuvo un intento asesino, inexplicable”, han surgido las primeras protestas de la gente afectada por la tragedia.

“El suicida, siempre en boca de Brice Robin, hizo descender el avión desde los 9,000 metros durante 8 minutos hasta estamparse contra los Alpes”. En 10 minutos todo acabó.

Las familias del copiloto, del comandante y el personal de vuelo, aún no han declarado y, si lo hacen, que lo harán, posiblemente no sepamos la versión completa.

El “sicópata” Lubitz “habría roto en pedazos una carta del Aeromedical Center en la que se le daba de baja por considerar que estaba en tratamiento”, aunque no se dice si sicológico o físico.

La historia del Lubitz propenso a la locura pasará como un acontecimiento sin esclarecerse totalmente.

Ocurre a menudo porque las compañías aéreas no son muy dadas a dar informes sobre los motivos de los pocos accidentes aéreos anuales. Es cierto que los vuelos en avión son el medio de transporte proporcionalmente más seguro del mundo.

El hospital que atendió al joven alemán señala que éste fue tratado “pero no por problemas depresivos” aunque Die Welt, diario supergritón, escribió que estaba de baja “por un síndrome subjetivo de sobrecarga por estrés laboral, que padecía un burn out y tomaba pastillas como tratamiento sicosomático”.

Brillante erudición del siempre sensato periódico germano. El Times londinense también echó su cuarto a espadas y manifestó que “Lufthansa no sabía de los males que padecía Lubitz” por lo que no pudo retirarlo de su trabajo.

Según los especuladores de la información, Lubitz “tenía problemas de visión y afectada la retina”, y no podría nunca aspirar a ser piloto intercontinental.

Para terminar, transcribo a continuación la carta que Curra Ripollés, familiar de los 42 militares españoles muertos en el Yak, para que usted deduzca cómo se manejan estos asuntos aéreos:

“Lo siento, pero he de ser realista con todos vosotros en este momento. No firméis nada, no dejéis que ningún abogado se os acerque, no permitáis que los políticos se hagan las fotos con vosotros. Organizaos, montad una asociación. Buscad abogados que sean humanos, que no os quieran cobrar por adelantado, que no se atrevan a deciros que no hay nada que hacer por la vía penal. El gobierno no os defenderá, no será vuestro tutor, no os dará amparo. Al revés: iréis a juicios y ellos estarán enfrente.

Y no lo creeréis, pero, cuidado, hay elecciones a la vista y os prometerán cosas que jamás cumplirán. Esto ha sido así una y otra vez”.