Desde comienzos del 2017, Irak y Arabia Saudita vienen dando algunos pasos en aras de lograr un fortalecimiento de su relación bilateral. Más allá de obvios intereses económicos de ambas partes, otros elementos de carácter estratégico regional repercuten en este reacercamiento.

Ambas partes tuvieron buenas relaciones durante la década de los 80, cuando independientemente de las diferencias ideológicas entre el Baasismo iraquí y el Wahabismo saudita, Riad otorgó un amplio financiamiento para el esfuerzo de la guerra iraquí en contra del nuevo proyecto de la revolución islámica en Irán.

Posteriormente, los vínculos bilaterales se deterioraron considerablemente con la invasión iraquí de Kuwait en 1990, y por las múltiples sanciones internacionales a las que estuvo sometido el régimen de Saddam Hussein durante varios años.

La guerra contra Irak, desarrollada fundamentalmente por los Estados Unidos entre el 2003 y el 2011, y la recomposición de un nuevo poder central iraquí con predominio chiita más propenso al desarrollo de relaciones con Irán, detuvieron cualquier iniciativa importante de la parte saudita.

Esta situación cambió en el 2014, cuando luego del surgimiento del grupo autodenominado Estado Islámico, el entonces rey saudita Abdullah Ibn Abdelaziz decidió abrir una embajada en Bagdad y apoyar la lucha contra tal movimiento extremista.

Con la muerte de Abdullah y el ascenso del nuevo rey Salman Ibn Abdelaziz, varias acciones de Arabia Saudita impactaron negativamente en sus vínculos con Bagdad, ya fuera con su pronta intervención militar en Yemen contra la rebelión de los hutíes (hacia los que Irán e Irak muestran simpatías), o luego de la ejecución del prominente religioso chiita jeque Nimr Al-Nimr en enero del 2016.

Junto a estas nuevas tensiones, el intercambio de acusaciones verbales fue notable: mientras los sauditas acusaron al gobierno iraquí de no proteger a los pobladores sunitas y de tener estrechas relaciones con Irán, los iraquíes responsabilizaron a los sauditas de promover las acciones de grupos terroristas dentro de su territorio.

La sorpresiva visita del canciller saudita, Abdel Al-Jubair, a Irak en febrero del 2017, rompería este ciclo agresivo, dando paso a una nueva fase en la relación bilateral.

A esa visita, siguieron las del primer ministro iraquí, Haider al-Abadi a Arabia Saudita en junio, y la del líder religioso iraquí Moqtada As Sadr para entrevistarse con el príncipe heredero Mohammed Ibn Salman en julio.

La visita de As Sadr fue un hecho de trascendental importancia que demostró que, aunque en algunos momentos los alineamientos sectarios contribuyen a la polarización de conflictos en el Medio Oriente de hoy, en todos los casos de crisis existen otros muchos más elementos de índole política, económica y estratégica, que pueden prevalecer sobre cualquier dicotomía exagerada sunita-chiíta.

Imaginar un encuentro entre una de las figuras religiosas chiitas de mayor peso dentro de Irak, con el heredero del trono saudita comprometido con un credo sunita conservador, es algo que algunos considerarían imposible.

Mientras As Sadr es miembro de una familia de gran legitimidad religiosa histórica, fue una figura clave con su Ejército del Mahdi en combatir la invasión estadounidense en Irak, y ha tenido una estrecha relación con Irán, país donde también ha cursado estudios religiosos; Mohammed Ibn Salman está enfrascado en resaltar el papel de Arabia Saudita como guía del mundo islámico en general, desarrolla un mayor activismo directo en varios conflictos de la zona, esboza una reestructuración económica para el país junto a algunos ajustes de hábitos sociales, mantiene su alianza con los principales pilares de la religiosidad wahabita, y continúa dando prioridad a conservar la relación estratégica de décadas con los Estados Unidos.

En estas reuniones se discutieron temas económicos, petroleros, comerciales, la ayuda económica saudita de 10 millones de dólares para brindar asistencia humanitaria a refugiados y desplazados iraquíes por la guerra, la posibilidad de abrir un consulado saudita en Nayaf (ciudad bastión del Movimiento Sadrista), así como la promoción de inversiones para contribuir al desarrollo de las regiones sur y centro de Irak, es decir, las zonas culturalmente árabes del país.

Pero también es factible especular que As Sadr pueda haber ofrecido sus buenos oficios a Ibn Salman, para intentar mediar o servir como canal de comunicación, en el conflicto entre Arabia Saudita e Irán.

Ya previamente As Sadr había exhortado a ambos países a dejar de un lado su escalada política y establecer un diálogo mutuamente beneficioso que contribuya a dar fin a la guerra sectaria en la región.

Ambos líderes jóvenes pueden tener un alto grado de coincidencia en adoptar estrategias que garanticen, tanto los intereses de cada uno de sus países, junto a sus aspiraciones de índole personal. Mientras Ibn Salman ya es formalmente el heredero al trono saudita, As Sadr también debe estar muy interesado en ir ascendiendo políticamente hacia el poder máximo en Irak.

As Sadr probablemente está pensando en un futuro Irak más equilibrado y con una línea de acción propia. El hecho de que haya tenido buenas relaciones con Irán en años anteriores, no debe llevar automáticamente a considerar que su influencia solo esté motivada por un ánimo pro-Teherán.

De hecho, As Sadr ha tenido también contradicciones con Irán, especialmente cuando los iraníes han intentado contener la influencia del religioso, o respecto a la figura del ex primer ministro Nouri Al-Maliki, quien es visto como un político muy cercano a Irán y contra el cual As Sadr ha mostrado una fuerte oposición.

En la actualidad As Sadr ha venido criticando fuertemente al fenómeno de la promoción sectaria en Irak, y a algunas de las milicias chiitas iraquíes financiadas por Irán.

Ha expresado que: “las sectas son una bendición, pero el sectarismo es una maldición”, por lo que su visión es hoy más cercana a un proyecto nacionalista-iraquí que sectario-chiita.

Llama la atención que luego de su visita oficial de tres días al reino, As Sadr ordenó a sus seguidores retirar toda la propaganda antisaudita presente en varias ciudades del país, y que proliferó luego de la ejecución del jeque Al-Nimr, enviando así una señal de buena voluntad hacia los sauditas y a su interlocutor Ibn Salman.

Toda esta atmósfera positiva ha facilitado también la creación de comités especiales entre los dos países, encargados de intercambiar información de inteligencia, luchar contra el terrorismo, asegurar el movimiento transfronterizo, combatir el tráfico de drogas y facilitar el otorgamiento de visados.

El actual acercamiento bilateral tiene que analizarse dentro de toda la dinámica estratégica de la región, y es favorecido tanto por el interés iraquí de desarrollar relaciones con otros países vecinos de la zona además de Irán, logrando mejores equilibrios en su política exterior y neutralizando el protagonismo de algunas milicias chiitas iraquíes muy alineadas con Irán. Paralelamente, los sauditas están obviamente interesados en disminuir la influencia de su rival iraní en Irak, y aprovechar las contradicciones de Teherán tanto con Tel Aviv como con Washington.