La nueva visita de Jared Kushner al Medio Oriente y sus encuentros específicamente con los líderes de Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), pretenden retomar el proceso de paz en la zona, pero sus perspectivas de éxito son extremadamente dudosas.

Desde que Donald Trump estaba en campaña electoral, anunció que buscaría mediar en el conflicto palestino-israelí para alcanzar un acuerdo final. No obstante, su posición se fue inclinado hacia Israel cuando prometió que trasladaría la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, y criticó a la administración Obama por “maltratar a Israel” y haberse abstenido de votar la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU, que consideró ilegales a todos los asentamientos israelíes en territorios ocupados a los palestinos desde 1967.

En menos de un mes de haber llegado a la Casa Blanca, Trump recibió al primer ministro Benjamín Netanyahu, mostrando que se abría una nueva etapa en la relación de los Estados Unidos con Israel. Durante esa temprana visita, Trump pareció abandonar la línea tradicional estadounidense hacia el conflicto, comprometida con la creación de dos estados, y abrió la posibilidad de respaldar la idea de un único estado.

Tal como se esperaba, Trump designó a su amigo David Friedman como embajador en Israel. Sin ninguna experiencia diplomática, Friedman ha trabajado como abogado de los negocios de Trump en casos de bancarrotas y además tiene inversiones en asentamientos israelíes construidos en los territorios ocupados.

Trump encargó el proceso de paz a su yerno y más cercano asesor, Jared Kushner, sin antecedentes en política global y cuya familia también tiene importantes inversiones en Israel. Y lo ha enviado junto con Jason Greenblatt, (otro abogado dedicado a bienes raíces que Trump ha nombrado como enviado especial para negociaciones internacionales) a conversar con autoridades palestinas e israelíes.

El adjudicar la responsabilidad de recuperación del proceso de paz al trío Kushner-Friedman-Greenblatt, con limitada experiencia en el campo diplomático y respecto al histórico conflicto palestino-israelí, son decisiones de la administración que marcan una inclinación hacia Israel, y que afectan cualquier papel equilibrado y neutral que los Estados Unidos requerirían desempeñar como mediadores.

No obstante, luego de que Trump también se reuniera con el presidente Abbas en mayo, se mostró totalmente optimista (pero también superficial y prepotente) respecto a lograr la paz entre Israel y los palestinos, cuando expresó; “francamente creo que no es algo que sea tan difícil, como la gente ha pensado durante años”.

Durante su gira de mayo por la región, que lo llevó a Arabia Saudita, Israel y a territorio de la ANP, Trump decidió no trasladar su embajada a Jerusalén como esperaban los israelíes; ni tampoco condenó la construcción de asentamientos judíos en los territorios ocupados, tal como aspiraban los palestinos que hiciera.

Es muy factible que durante sus intercambios con la monarquía en Riad, la firma de numerosos acuerdos económicos, de lucha antiterrorista y de ventas militares por 110 mil millones de dólares, el presidente estadounidense decidiera congelar su decisión respecto al traslado de la embajada -por las enormes protestas que ello generaría en el mundo árabe e islámico-, y que retomara algunos elementos centrales de la Iniciativa de Paz Árabe presentada por los sauditas en el 2002. Esta iniciativa propone en general, que los países árabes reconozcan a Israel, a cambio de que se cree un estado palestino independiente, con su capital en Jerusalén este y según las fronteras previas a la guerra de 1967.

No obstante, los grandes y numerosos temas a discutir mantienen su complejidad y total vigencia, lo que hace difícil que se pueda lograr un acuerdo general de paz a corto plazo. Algunos de esos son: los asentamientos israelíes y la geografía definitiva del estado palestino, el control de sus fronteras, sus estructuras de seguridad, el estatus final de Jerusalén, el tema de los refugiados y el derecho al retorno, control y manejo de recursos agrícolas e hídricos, etcétera.

Además, no se puede dejar de tener en cuenta que el poder palestino aparece dividido hoy entre Cisjordania y Gaza, y que muchas de las decisiones que tome el gobierno de la ANP en sus negociaciones con Israel, podrán ser cuestionadas por agrupaciones de base islámica y por la sociedad civil palestina, esa misma que crecientemente critica la gestión de sus autoridades. Paralelamente el gobierno de Netanyahu está pasando por una fuerte crisis política interna, y ha reiterado su oposición a la creación de un estado palestino independiente y a detener la construcción de asentamientos. Ello conspira contra cualquier negociación.

Pero el mediador potencial, también enfrenta serios obstáculos: las contradicciones entre las declaraciones y  la práctica de la administración Trump que generan una política exterior incongruente; el caos dentro del círculo más cercano de colaboradores con la expulsión y sustitución de asesores muy cercanos; su retórica irritante y práctica desafortunada de enviar mensajes por twitter cuyos contenidos tienen que ser rectificados por figuras como el secretario de Estado Rex Tillerson y el secretario de Defensa, John Mattis; sus crecientes diferencias con el Partido Republicano; sus controversias con la prensa y las “noticias falsas”; así como las lógicas dudas y rumores respecto a su continuidad en la presidencia del país, son todos factores que generan niveles crecientes de escepticismo en la comunidad internacional, los palestinos y hasta en sus aliados israelíes.

Algunos imaginan que Trump puede triunfar; otros piensan que vamos a presenciar la misma vieja historia de siempre respecto al conflicto palestino-israelí. En realidad, el análisis de las circunstancias indica poco espacio para el optimismo en la actual mediación estadounidense. Incluso, el principal encargado de esta gestión, Jared Kushner, brindó mayor desilusión, cuando en una conversación que se filtró a la prensa, dijo que se estaba trabajando para intentar lograr una salida al conflicto, “Pero puede que no exista solución”.