Ahora que Paul Auster ha llamado la atención de los lectores hacia la figura y obra del periodista y narrador estadounidense Stephen Crane (Nueva Jersey 1 de noviembre de 1871- Alemania, 5 de junio de 1900), con el libro La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), crece el interés por releer a este autor de culto, contemporáneo de Joseph Conrad y Henry James, que vivió sólo 28 años y publicó 12 libros. Transcribo las primeras líneas de Hotel azul (La nave de los locos, Premià, 1983) traducida por Miguel Ehrlich, relato que mantiene en vilo al lector.

“Ninguno sabía qué color tenía el cielo. Sus ojos miraban horizontalmente y estaban fijos en las olas que se precipitaban hacia ellos. Éstas tenían un tinte de pizarra, excepto en las crestas que eran de un blanco espumoso, y cada uno de los hombres sabía qué colores tenía el mar. El horizonte se estrechaba y se ampliaba, se sumergía y se elevaba, y en todo momento las olas, que parecían irrumpir en picos como peñascos, endentaban la línea del horizonte.

”Muchos hombres deben de tener una bañera más grande que el bote que ahora hendía el oleaje. Estas olas eran injustas y atrozmente abruptas y altísimas, y cada una de las crestas espumosas significaba un problema en la navegación del pequeño bote.

”El cocinero estaba agachado en el fondo del bote y observaba con ambos ojos las seis pulgadas de borda que lo separaban del océano. Tenía enrolladas las mangas sobre sus gordos antebrazos, y las dos pecheras de su chaleco desabotonado pendían al inclinarse para desaguar el bote. A menudo decía:

”–¡Dios, ese montón sí que pasó cerca!

”Al hacer esta observación miraba, invariablemente, hacia el este, por encima del mar borrascoso.

”El engrasador, timoneando con uno de los remos el bote, se erguía a veces para evitar el agua que se arremolinaba en torno a la popa. Era un remo débil y pequeño y con frecuencia parecía estar a punto de quebrarse.

”El corresponsal, bogando con el otro remo, observaba las olas y se preguntaba por qué estaba allí.

”El capitán herido, tendido en la proa, se encontraba en ese momento sumergido en ese hondo desánimo y apatía que invade, al menos transitoriamente, aun a los más valientes y pacientes cuando, de buen o mal grado, el inflexible cede, el ejército cae vencido, el barco se hunde. La voluntad del capitán de un buque se halla profundamente arraigada en su maderamen, haya comandado un día o una década; y este capitán llevaba grabado el duro recuerdo de una escena, en el amanecer gris, de siete rostros que se daban vuelta y, más tarde, de un fragmento de mastelero, con un globo blanco en alto, que acuchillaba las olas de un lado a otro, bajaba cada vez más, y luego se hundía. A partir de ese momento hubo algo raro en el timbre de su voz. Aunque firme, ésta tenía la gravedad del dolor y un tono que iba más allá de las oraciones o las lágrimas.

”–Mantén el bote un poco más hacia el sur, Billie –dijo.

”–Un poco más hacia el sur, capitán –recitó el engrasador en la popa.

”No existía diferencia entre estar sentado en ese bote o sobre un potro corcoveante, y del mismo modo tampoco un potro sería mucho más pequeño. La embarcación se encabritaba, se empinaba y hocicaba como un animal. Cada vez que surgía una ola y el bote se elevaba a su encuentro, recordaba un caballo que saltase una valla atrozmente alta […]”

 

Novedades en la mesa

Anagrama pone sobre la mesa el nuevo ensayo de Michel Houellebecq, H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, donde el escritor francés reflexiona acerca del genio americano.

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