Otra vez, como en los momentos más oscuros de su historia, la autonomía de la UNAM vuelve a estar en riesgo. Ahora amenazada por la bestia autoritaria de un régimen depredador que busca apoderarse del cerebro y corazón de México.

El presidente López Obrador hace las veces de un vulgar porro, de un provocador que intenta desestabilizar a la comunidad universitaria para que sus gorilas siembren un movimiento estudiantil que exija la renuncia del rector y cuestione la legitimidad de los órganos de gobierno.

Se trata de un plan perverso, urdido por el circulo más dogmático y radical, más resentido y pedestre de la 4T en contra de la máxima Casa de Estudios. Ahí están los Taibo, los Ackerman y los Max Arriaga. Ahí está la misma Sheinbaum haciendo las veces de marioneta de Palacio.

¿Qué buscan? Apoderarse de la UNAM, punto. Representan esa ala de izquierda estaliniana que pretende acabar con la libertad de cátedra para imponer el pensamiento único de una izquierda obsoleta, que sólo ofrece atraso y mediocridad.

Y no solo se trata de apoderarse de las directrices académicas y culturales. En el fondo hay algo más grave: buscan hacer de la UNAM un centro de operación político electoral al servicio del régimen.

Desde ese laboratorio universitario se pretende incubar un semillero de votos a favor de Morena, hacer que los estudiantes acuñen una estructura de movilización que defienda los intereses “cuatroteístas”.

Y entonces, ocurrirá lo que sucede en toda dictadura bananera. Los estudiantes aprobarán, sólo en la medida en que repitan sin error el código doctrinario y participen eficazmente en la defensa del caudillo redentor.

Hay que decirlo fuerte y claro: López Obrador quiere asesinar a la autonomía de la UNAM. Es decir, quiere matar la libertad de cátedra. Ni siquiera un Díaz Ordaz, con todos sus excesos, se atrevió a tanto. Muchos presidentes de México han tratado de subordinarla a sus intereses sexenales, pero ninguno intentó –como se hace hoy– poner a la universidad pública bajo el control absoluto del Estado.

Lo decíamos ayer. La contrarreforma eléctrica puede ser la antesala de otras expropiaciones. Casi nada, la expropiación de una de los centros académicos y de investigación más grandes de América Latina. El gobierno busca clausurar la mente de los mexicanos.

Hemos escuchado a los líderes más lúcidos de la UNAM salir a defender los derechos de la máxima Casa de Estudios. Pero hoy se antoja preguntar: ¿Quién está hablando a los estudiantes? ¿Quién se dirige a ellos para advertirles que está en juego no solo el futuro de su universidad, sino su libertad y la libertad de la nación?

Cuando López Obrador acusa a la universidad de haberse derechizado, de tener profesores fifis y neoliberales, de ser unos burgueses silenciosos al servicio del gran capital, no se está dirigiendo al cuerpo académico, sino a los estudiantes.

Lo que está haciendo el presidente con toda esa vocación insidiosa que lo caracteriza es inyectar veneno en el ánimo de los universitarios más pobres. Haría falta poner una bocina en lo más alto de la Torre de Rectoría para que los mismos estudiantes le exijan al tabasqueño que no se entrometa y respete el orden jurídico de la institución.

La integridad de la UNAM no había vuelto a estar, desde el 68, en una situación de tan alto riesgo. Esto obliga a recordar la advertencia que el rector Javier Barros Sierra dirigió en ese momento a los estudiantes: “Estén alertas a los provocadores”.

Alertas para impedir el más criminal de los asesinatos. Si muere la autonomía de la UNAM también morirá la esencia de México: su libertad.

@PagesBeatriz

También te puede interesar leer

Miserable