Con la noticia del fallecimiento de Gerardo de la Torre (Oaxaca, 15 de marzo de 1938-CDMX, 8 de enero de 2022), en las redes sociales se popularizó la frase con la que inicia Morderán el polvo. Novela de orientación conyugal (Grupo Editorial Vid, 1997), una historia desenfadada acerca de las relaciones amorosas, con el divertido manejo de la ironía del escritor experto. Transcribo las primeras líneas.

“Nunca me he ido a la cama con una mujer fea, pero he despertado con algunas horribles.

”Se hablará aquí de Gladys, a quien recluté la noche de una tarde en que, harto de trabajar en el guión de una historieta y beber en solitario vodkas con agua quinada, tomé un taxi y pedí al chofer que me llevara a La Bella Irene, en la calle de Izazaga.

”La Bella Irene es un saloncito infame, angosto, mal iluminado, con incómodos compartimientos de madera pintados de color de rosa encajados en dos de los tres muros. El tercer muro lo ocupa una barra de madera basta y frente a ella se alinean bancos altos. A veces me instalo en uno de los bancos, exijo un vodka con quina y cáscara de limón y converso con el cantinero.

”Para un escritor que se pasa las horas inventando historias y poniéndolas en papel, para un solitario que se acerca a la línea de los cincuenta años, es indispensable hacer vida social. Y mi vida social, en los últimos años, se reduce a líquidas reuniones con los compañeros del oficio y ocasionales visitas a La Bella Irene. Aquí, amparado en las sombras, no me limito a la charla trivial con el cantinero. A veces prefiero hundirme en uno de los compartimientos acompañado por alguna de las muchachas que acuden al lugar con intención, las malvadas inocentes, de servir a su prójimo y, si se puede, ganar algún dinero acostándose con los clientes.

”Frecuento ese lugar de unos diez años a esta parte, pero sólo en temporada de secas, cuando me veo privado de la dulce compañía de las mujeres que han formado parte de mi vida. A su tiempo hablaré de Dolores y las demás, pero es momento de referir lo de Gladys.

”Aquella noche –que con seguridad puedo fechar entre Ausencia y Soledad, mujeres de las que se referirán no pocas cosas– elegí uno de los compartimientos. La historia que escribía no acababa de tomar forma, así que solicité un vodka polaco y me puse a trazar palabras y garabatos en un cuaderno. No deseaba compañía, de modo que rechacé las sonrisas y las cortísimas faldas de Pilar y Mariana; en cambio, acepté unos vodkas más. El argumento se resistía a cuajar y, bajo el efecto del alcohol, las palabras comenzaban a cambiar de sitio y de significado. En ese momento justo apareció Gladys, una morena delgada de ojos tímidos, rostro anguloso y labios gruesos. Llevaba un vestido rojo muy apretado que los pechos pugnaban por abandonar. Me preguntó si le invitaba una copa y terminé por invitarle cuatro o cinco de anís, mientras bebía yo un número semejante de vodkas y no dejaba de plantearle el escabroso problema del detective encadenado a una columa de concreto mientras el asesino, al lado, afilaba la navaja para arrancarle la piel a tiras. Al final, con el asunto sin resolver pese a las tímidas sugerencias de la muchacha, tomé un taxi y conduje a Gladys a mi departamento en la colonia Roma Sur…”

 

Novedades en la mesa

La nueva novela de Bernardo Esquinca, Asesina íntima (Almadía) recrea en una historia policiaca construida con hechos reales, el caso de la “mataviejitas”.

 

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