El presidente ha decidido montar una campaña en contra de los aspirantes del Frente Amplio por México a la Presidencia de la República.

Todos los días, desde hace un par de semanas, dedica varios minutos de la “mañanera” para hacer ver a los contendientes de la oposición como enemigos de su gobierno y del país.

A Xóchitl Gálvez la presenta como la candidata de la “mafia del poder”, de los “traficantes de influencias” y de quienes quieren seguir “saqueando a la nación”.

En el mismo cajón mete a Santiago Creel y a Enrique de la Madrid a quienes califica como emisarios de la oligarquía y de los gobiernos más corruptos del pasado.

El presidente está creando un ambiente que recuerda las condiciones en que fue asesinado el entonces candidato Luis Donaldo Colosio.

En esta ocasión el escenario es mucho más peligroso. López Obrador atiza la violencia política en un momento en que los cárteles ocupan el 81 por ciento del territorio nacional y cuando el crimen organizado se ha convertido en el principal operado electoral de Morena.

El inquilino de Palacio dedica hoy más tiempo para hablar del método y de los aspirantes de la oposición que de sus “corcholatas”. Está obsesionado con descarrilar el proceso de los adversarios y decidido a impedir que siga prendiendo en el ánimo de los electores Xóchitl o cualquiera de los competidores que se registren.

La pregunta es si López busca parar con balas a la oposición.  Con sus palabras pone la vida de los aspirantes en la mira de los delincuentes.

La campaña presidencial del 2024 será la más peligrosa de la historia moderna. Si en las elecciones intermedias del 2021 los “narcos” secuestraron y asesinaron candidatos para favorecer a Morena, en la contienda por la presidencia un magnicidio puede llegar a formar parte de algún plan.

La sucesión presidencial se dará en un contexto donde la delincuencia goza de absoluta impunidad. Chiapas, por ejemplo, un estado tomado por los cárteles Jalisco Nueva Generación, Sinaloa y los Maras Salvatruchas son intocables para el Ejercito.

El obispo de San Cristóbal de las Casas lo ha denunciado con toda claridad: “Hay un vacío de autoridad que permite la violencia y deja impunes a los delincuentes”.

El obispo de Apatzingán también puso en evidencia la protección que el gobierno le da a los criminales. El virrey de Palacio despilfarra saliva en el Zócalo para festejar los 30 millones de votos que obtuvo hace cinco años, pero no dedica una sola frase para solidarizarse con las familias de los muertos.

López Obrador ha permitido que el crimen organizado crezca y se convierta en un factor real de poder. Si antes las televisoras y la cúpula empresarial eran quienes ponían presidentes, ahora la invitada a la mesa es la delincuencia.

El presidente siempre voltea la realidad. Dice combatir la corrupción cuando se beneficia de ella. Y ahora acusa a Xóchitl Gálvez, a Enrique De la Madrid y a Santiago Creel de pertenecer a la “mafia del poder”, cuando él principal aliado de la mafia es él.

El gobierno está obligado a cuidar la integridad física de los futuros candidatos a la Presidencia. De volverse a repetir en el país un magnicidio –como en 1994– esa muerte, tendrá un solo responsable político.

López Obrador acabará sus días tratando de hacer olvidar lo que él mismo sembró y propició.

 

@PagesBeatriz

 

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