La transición le quitó el complejo de inferioridad a España
Regino Díaz Redondo
Sevilla.- La transición española se logró porque todos los grupos políticos y financieros cedieron parte de sus principios ideológicos para lograr un acuerdo. Sí, se escuchó el sonido de los sables y la inconformidad airada del pos-franquismo duro.
Al fin, unos y otros consideraron que la dictadura había caducado y era preciso que viniese la democracia en forma pacífica para vencer “el miedo que existía a que estallase otra guerra civil”.
El sentido común de la mayoría de los protagonistas fácticos: derecha, izquierda, (comunistas, inclusive), ejército, franquistas, Iglesia católica y las organizaciones sindicales encabezaron este fenómeno.
Los protagonistas
Los actores más relevantes de la transición fueron el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, el cardenal Vicente Enrique y Taracón y Manuel Fraga. Este no tuvo más remedio que aterrizar en la derecha porque el centro lo ocupó Unión de Centro Democrático.
Los líderes obreros participaron pero “como hermanos menores supeditados al Partido Socialista Obrero Español”.
La gente y sus exigencias legítimas por la paz, el pan, la salud y el deseo de libertad fueron la amplia base fundamental para edificar, inexorablemente, el país que despertaba de una pesadilla dictatorial.
El cambio tan estudiado en este y otros continentes
—“que podría exportarse a Latinoamérica, con todo respeto a esas naciones”—modificó las estructuras necesarias para conseguirlo.
El intento de golpe de Estado de 1981 acabó por consolidar este movimiento social, único en Europa y también estudiado en los Balcanes.
Lo anterior forma parte del análisis que hace la doctora Angeles González Fernández, la historiadora que más se ha interesado en el tema para analizar el trasiego del franquismo a la libertad que ahora gozamos, a veces mancillada por insensatos.
Esta dama es autora de libros y ensayos sobre ese acontecimiento, da conferencias por España y el resto de Europa y es catedrática titular de la Universidad de Sevilla.
Como todo proceso nuevo, profundo y permanente, se fue dibujando “día a día, a medida que surgieron los acontecimientos con importantes limitaciones y, sobre todo, del Partido Comunista que hizo ver a los reformistas del régimen que sin su inclusión en la vida política no podía conseguirse el consenso”.
Reitera que quizá este agente político fue el que más transigió en contra de su teoría primigenia y a favor de un visionario futuro que lo legalizaba, al fin, después de 36 años de ser perseguido y apartado de la escena española.
Tres opciones
Requerida por Siempre!, González Fernández explicó que en la transición “hubo tres opciones: la reformista, desde dentro del franquismo que no tenía posibilidad alguna de alcanzar la democracia; la inmovilista, anclada en el 18 de julio de 1936, y la rupturista, que buscó un gobierno provisional, un referéndum, una Constitución y, por tanto, se integró a Europa y a las organizaciones internacionales del mundo occidental”.
Sin embargo, “ninguna de ellas tenía en ese momento el arraigo suficiente para hacer el cambio por sí sola. Lo que permitió la conjugación de las tres tesis o posiciones en una sola realidad: entrar al mundo real de la libertad”.
Se da el caso que “los dirigentes del Partido Comunista, con Santiago Carrillo al frente, se hicieron una foto histórica con el fondo de la bandera rojigualda para demostrar su aceptación a las negociaciones y mostraron una habilidad y un sentido común sorprendentes que cautivó a muchos pero no lo suficiente para captar a la mayoría de españoles que huían del totalitarismo”.
Ni indómitos ni anti-diálogo
El resultado de este acuerdo “ha dado lugar ahora, sin lugar a dudas, a una política débil, escasa participación y a un reducido interés de la ciudadanía por la política”.
La transición, agrega la doctora González Fernández, “nos quitó el complejo de inferioridad que arrastramos durante mucho tiempo. Ingresamos a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y hemos echado por tierra la fama que teníamos —no sé si buena o mala— de ser indómitos y poco dados al diálogo”.
Por ejemplo, “muchos empresarios actuales por convicción ideológica o por conveniencia para lograr el progreso de sus negocios —actitud irreprochable— votaron y votan por la izquierda, aunque sean los menos”.
Estuvo bien claro, “la transformación de la política económica de España pasaba por el único sendero que permitiese la libertad de mercados y el franquismo no la garantizaba”.
La historiadora admite que “la derecha más radical, más conservadora, convive con la visionaria y se ubica en un amplio porcentaje dentro del Partido Popular, corrientes con las que tiene que lidiar el actual presidente de ese grupo político, Mariano Rajoy, quien no ejerce un liderazgo fuerte como el de [José María] Aznar”.
El Rey, Suárez y González
Hablamos del Rey: “El objetivo de Juan Carlos fue el restablecimiento de la monarquía y su deseo de que perdurara con el apoyo ciudadano”.
Sobre la participación de Adolfo Suárez, primer presidente de la democracia, manifiesta que “fue el hombre necesario en el momento oportuno. Tenía arrojo e iniciativa y una extraordinaria capacidad de persuasión. Mas carecía de formación intelectual y de experiencia política, perdió el pie y no pudo controlar la fuerza de su partido”.
Para esta señora académica, Felipe González “tuvo y tiene, conserva, una gran capacidad como orador y fue un gran presidente, pero no atajó a tiempo los gravísimos problemas de la corrupción que afectaban a su partido. El GAL (manera de acabar con ETA mediante la contratación de mercenarios, cosa que nunca aceptó Felipe), no controló a los arribistas y negó las acusaciones contra Luis Roldán, entonces director de la guardia civil, que pasó un largo rato en la cárcel.
—¿Fue Santiago Carrillo un revisionista…?
—¿Qué es para usted un revisionista?
—El que como secretario general del Partido Comunista concede y transige en cosas que nunca había hecho un dirigente de esa clase social.
—Ya. Carrillo, el Partido Comunista, apostó en los años 50 por una política de reconciliación nacional y que en España no hubiese vencedores ni vencidos. O sea, que comunismo y democracia no eran incompatibles para él.
El entonces cardenal Vicente Enrique y Taracón, presidente de la Conferencia Episcopal, contribuyó a hacer posible la transición, se declaró partidario de ella, pero la Iglesia consiguió que en la Constitución de 1978 se reconociese en uno de sus articulados que el catolicismo era mayoritario en España, lo que se contradice con la Carta Magna que manifiesta con claridad que el Estado es laico y aconfesional.
Fraga Iribarne
El actual factótum y referente del Partido Popular es ahora Manuel Fraga Iribarne, ministro con Francisco Franco, y cabeza de lo que se llamó en aquellos momentos “apertura”, pero su edad y malos soportes lo hicieron jugar un papel distinto al que él mismo había concebido, aunque una gran parte de los políticos sigue respetándolo pese a las acometidas de la izquierda. Es cierto que se radicalizó y que su pensamiento se quedó en el pasado, pero también lo es que está presente física e intelectualmente en todos los actos donde se deben emitir juicios concretos y puntuales sobre la dirección ideológica de España.
En cuanto “a nuestra actualidad”, González Fernández está convencida de que “José Luis Rodríguez Zapatero nos recuerda al Largo Caballero de la Segunda República. Es un líder más bien obrerista, pero, desde luego, no tiene el peso intelectual ni la capacidad de reflexión de González. No ha sido un buen jefe del Ejecutivo ni en la primera ni en la segunda legislaturas. Peor en esta última. Es un buenista que se deja llevar por lo que entiende que son sus principios al margen de la realidad, porque no basta la voluntad para transformar sus ideas en pro del progreso nacional”.
Sobre los empresarios considera que “no son un bloque monolítico. En lo que están de acuerdo es que el franquismo en su última etapa era un obstáculo para el crecimiento económico”.
La Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras fueron, en aquel momento, más radicales que el Socialista Español, “pero se subordinaron a las estrategias de éste y cedieron al protagonismo de las élites políticas. Nunca fueron actores de primera fila; protagonizaron una moderada conflictividad laboral en términos cualitativos. Hubo menos huelgas, sin duda”.
Porque “está claro que en España no tenemos un modelo sindical basado en la afiliación sino en la representación”.
—No obstante, pese a todo, ¿España va bien?
—Podría ir mejor. Ahora vamos mal.
—¿Se avizora en un futuro, próximo o lejano, la instauración de una república? ¿Hay posibilidades de conseguirlo?
—Es una utopía en este momento. Otra cosa será cuando el Rey muera y se produzca la sucesión porque su hijo [Felipe] está mejor preparado pero no tiene su carisma.