Por: Mario Saavedra

Aunque autoría de un realizador con más bien escaso e intermitente recorrido en el séptimo arte, el proveniente de la televisión y con formación teatral Tom Hooper, El discurso del rey (The King’s Speech, Reino Unido,  2010) muestra los mejores atributos de una escuela fílmica muy bien definida, que entre sus más representativos méritos reconoce la limpieza narrativa, la hechura de un guión de maqueta cuidadosamente calibrado, el empleo meticuloso de los más diversos recursos técnicos y una impecable puesta en escena redimensionada por un sólido casting compuesto por extraordinarios intérpretes.

Director antes del drama Red Dust, el joven Tom Hooper ha echado mano —en su nuevo y más que afortunado filme El discurso del rey— de un asunto histórico relativamente reciente pero poco conocido: la tartamudez y el pánico escénico del duque de York, circunstancia ésta que se tornará mucho más dramática cuando ante la abdicación de su hermano Eduardo VIII y la muerte de su padre Jorge V tenga irremediablemente que acceder al trono. A diferencia de otras cintas de corte histórico preocupadas por diversos aspectos baladíes y de artificio que no logran darles el peso específico necesario, El discurso del rey parte de una premisa que tiende distintas amarras para con las debilidades humanas, los entretelones e intríngulis del poder e incluso la predominante aparición de los medios electrónicos en un periodo particularmente crítico y sensible de la vida moderna: los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial.

Partiendo del que quizá sea el factor predominante en esa arriba descrita peculiar manera de hacer cine de los ingleses, el solvente libro cinematográfico del experimentado escritor y guionista David Seidler se caracteriza por ser el resultado de un proyecto largamente acariciado y revisado, en un principio pensado para el espacio teatral (la solidez en la construcción de los personajes y de los diálogos son prueba fehaciente de ello, dentro de una tradición dramática especialmente significativa), a partir una problemática física que el propio Seidler también padeció en primera persona, como víctima del holocausto en una misma época en que Inglaterra y el mismo Jorge VI jugaron un papel determinante de cara al nazismo. Pero más allá de centrarse en los hechos consignados por la historia oficial, la peculiaridad del guión del justamente premiado David Seidler (Oscar al Mejor Guión Original) estriba en fijar su mira en la lucha interior del hombre que enfrenta en principio sus más cruentas  debilidades, sus miedos, sus angustias, porque, como nos lo deja ver por ejemplo García Márquez en su excelsa novela en torno viaje último del libertador Simón Bolívar hacia la muerte, en su travesía por el río Magdalena a Santa Martha, cada ser humano tendrá que lidiar a solas con su personal laberinto.

Hondo relato de una epopeya personal, no exento de fino y corrosivo sentido  del humor, uno de los mayores logros de este Discurso del rey se encuentra en cómo los talentos aquí bien compenetrados del guionista y el realizador, en el cruce providencial de intenciones acordadas, logran sostener y ejemplificar la tesis del historiador inglés Arnold Toynbee de que las circunstancias personales suelen pesar tanto sobre las sociales como éstas sobre las individuales. Así contrasta la mudez de quien representa la fuerza antagónica del amenazante nazismo, en oposición a la verborrea demagógica (disfrazada de éxito oratorio, y en el fondo una cualidad admirada por el tartamudo Jorge VI) de Adolfo Hitler.

La historia se centra en el enfrentamiento y la complicidad de dos personalidades antagónicas y a la vez complementarias, la del afectado noble en busca de una tabla de salvación y la del excéntrico y fracasado actor y terapeuta Lionel Logue en busca del éxito, del reconocimiento. Extraordinario pretexto para urdir un complejo y sobrado mano a mano entre dos primerísimos actores: el inglés Colin Firth y el australiano Geoffrey Rush dando vida precisamente a un inglés y a un australiano, a un conservador Jorge VI y un liberal Lionel Logue, buena parte de la película descansa en este tour de force encarnada por el ahora galardonado Colin Firth y el otrora premiado también como primer actor Geoffrey Rush por su no menos descarnada caracterización del protagónico esquizofrénico de la cinta Claroscuro del australiano Scott Hicks. Completan el notable reparto, todos ellos en perfecto casting, Helena Bonham Carter, Guy Pearce, Jennifer Ehle, Derek Jacobi, Michael Gambon, Timothy Spall (como un flemático Winston Churchill que se nos descubre también llegó a ser tartamudo) y Anthony Andrews.

Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión Original y Mejor Actor en la pasada entrega de los Oscares de la Academia de Ciencias Cinematográficas de Hollywood, El discurso del rey venció con sobrados méritos sobre otros largometrajes que, como el aquí ya comentado thriller El cisne negro, trascendió sobre todo por la espectacular primera parte de Natalie Portman, o la más que convencional y aburrida El peleador de David Russell, o el insípido western Valor de ley de los hermanos Coen, o una apenas actualizada pero del todo intrascendente Red social de David Fincher.