La codicia por el oro negro

Regino Díaz Redondo

Madrid.- El ser humano está en la cárcel de la democracia. Se debilita su fortaleza y es acosada por quienes la utilizan como estandarte para defraudar, confundir y aprovecharse de la ignorancia, la estulticia y el desánimo de la gente.
Esta experta Señora con ínfulas de matrona, de pitonisa, es manipulada sin piedad. Pasó a ser marioneta, un títere al servicio de los poderosos.
Prisionera por haber perdido la mayoría, reo fácil de manejar, tan distinguida dama es ya una entelequia y un fantasma que comienza a decepcionar en manos ajenas al bienestar general.
Pero su hermana, la realidad social del mundo, Doña Realidad, crece con ímpetus sorprendentes. Es portadora de la protesta contra dictadores, especuladores, jefes financieros y políticos, abrasados por la lumbre de la soberbia.
Las dictaduras árabes y norafricanas oyen, aterrorizadas, el grito de los marginados. Estos se rebelan por la sordera de los países occidentales y se enfrentan a monarcas autoritarios, multimillonarios, dueños de tierras, inmuebles, centros turísticos, protagonistas de orgías romanas… y dueños del petróleo. El avance de Doña Realidad es incontenible y despierta la esperanza de alcanzar un mundo más justo, menos cínico, más igual, menos avaro.
Ahora es Africa, después algunos países asiáticos y más tarde quizá logre meter la mano en Latinoamérica donde no se desea una revolución armada, que todos repudiamos, pero sí un mejor nivel de vida y mayor respeto a los derechos humanos.
El ciclo político social instaurado después de la Segunda Guerra Mundial se diluye, inicia su curvatura hacia abajo y el cambio es impostergable, invade mentes y acciones; busca horizontes limpios y no hay vuelta atrás.
La Revolución de los Jazmines en Túnez, la caída del egipcio Hosni Mubarak desde la Plaza de la Liberación en El Cairo, la locura de Gadafi, en Libia, son precursores de otros movimientos multitudinarios que salieron a la luz y darán paso también a emancipaciones en Marruecos, Yemen, Barhein, Argelia, Sudán y algunos más.

El futuro, impredecible

El Alauín subsahariano vuelve a ser mancillado por tropas de Rabat. Están en alerta roja los gobiernos y jeques de los Emiratos Arabes.
Arabia Saudí, la principal productora de crudo, la joya de la corona, ve al lobo bajar por la sierra y se parapeta. Ofrece reformas estructurales, se rearma con equipos sofisticados, encarcela subrepticiamente a opositores, contrata mercenarios para fortificarse y cede con falsa humildad y auténtica amenaza advirtiendo que si hay revueltas en su territorio perderá occidente.
Hay que dar un paso atrás. El menos oneroso para salvar, según ellos, el futuro de la libre empresa de los grandes capitales, del progreso y de la civilización y la seguridad de quienes la representan.
El mundo nuestro, el que tan soberbiamente llamamos occidental, reconoce que sus alianzas con las dictaduras y el totalitarismo han sido perjudiciales y que se convirtieron —¡ya era hora¡— en cómplices de la asfixia de millones de personas.
La comunidad internacional —ONU, OTAN, Unión Europea, China, Japón, Rusia, Estados Unidos— y alguna oligarquía al sur del Río Bravo, están en la mira.
El proceso de cambio comienza, es irrevocable. El futuro, impredecible. Será para bien, claro. Aunque por el momento es necesario rehacer el rostro taciturno, casi monstruoso, de los que han detentado el poder desde hace 70 años.
Me concentro en este último ejemplo por ser el más grave: Gadafi, hasta hoy —hoy es marzo— lleva 42 años al frente de un país clave. Libia es la segunda nación productora de crudo. Su jeque, monarca absoluto, dueño de jaimas imperiales en cuyo interior habitan y cohabitan el lujo y la esclavitud, la obediencia y el radicalismo, posee una fortuna de unos 52 mil millones de dólares, más o menos los que tiene el hombre más rico del mundo, según Forbes.
Compró lo que pudo en países europeos y estadunidenses.
Depositó cifras estratosféricas en bancos extranjeros y fue un benefactor reconocido.

Las conquistas irracionales

En su momento dejó de ser parte del “eje del mal” por decisión del ex presidente Bush y se convirtió en su aliado y protegido hasta que hubo que rectificar.
El presidente Obama hace lo que puede. Se muestra fuerte y amigo de las libertades, lucha con ahínco contra estos males, es un mandatario respetable pero tiene que rendir cuentas a su Congreso, pletórico de intereses creados no muy legítimos.
En este continente, los gobiernos que recibieron a Gadafi con alfombra roja, que aceptaron sus caprichos, que lo adularon y respaldaban como socio importante para el desarrollo de sus economías, ahora cambian de traje y resulta que el jeque es un señor de horca y cuchillo.
Está confirmado que hay centenas de muertos entre los opositores al libio, quizá miles por la mesianía de Muamar. Ni siquiera se ha aprobado un espacio aéreo libre para suministrar ayuda a los inconformes que tienen la razón.
Ahora muchos remilgos. En el caso de la invasión de Irak, ninguno.
Muamar pregona: “sólo tengo mi jaima. Carezco de fortuna personal y Al Qaeda es la culpable”.
Por cierto, ¿qué ha sido de Osama Bin Laden?
Ante la frase de Winston Churchil “la política es más peligrosa que la guerra”, pronunciada en los tiempos en que fue Premio Nobel de Literatura, parece ser profética. Los políticos, al servicio de la economía, se mueven desde el poder fáctico a las órdenes de conquistas irracionales.
El fantasma de los “Hermanos Musulmanes” en que se apoyaban las actuales democracias para apoyar a estos autócratas ya no se lo cree nadie. El islamismo no es el peligro. El oro negro es el codiciado y por conseguirlo hay muertes y sacrificios, inclinaciones de cerviz y palmaditas en las espaldas de los sátrapas.
Los legionarios contratados por Trípoli reciben sueldos escandalosos de 2 mil 500 euros diarios. Llegan del Chad, Níger, Mali, Sudán y Zimbabwe.

Aún mana sangre negra

El Tribunal Internacional de La Haya parece ser una excepción porque se cree en él ante los titubeos y cautela de las demás sociedades indecisas.
Pasa algo. Pasará algo peor. Mientras, eso sí, se congelan cuentas de Gadafi, se expulsa a su gente de las instituciones de Derechos Humanos. Prácticamente se rompen relaciones humanas y portaaviones de Estados Unidos avanzan por mares cercanas a Libia.
Sí, habrá una edición final contra este individuo pero nadie será inocente y sí responsable de los asesinatos cometidos.
Todavía mana sangre negra de la tierra, hay esclavos nativos y gobiernos corruptos que respaldan a los explotadores. Después de muchas décadas existe el enriquecimiento ilícito. Los señores intocables de ayer son hoy escoria de los que hay que desprenderse antes de que contagien su lepra política y económica.
La civilización de los estragos se agota, agoniza y sus estertores arrastran muerte y desolación. El ciclo actual no da más. El final principia a desdibujarse. Se hunden los sistemas políticos y financieros. La cara de la ética está llena de agujeros, de heridas que no cicatrizan. Los rostros de la avaricia contumaz aparecen. El miedo y la desesperación dan paso a la protesta social. Ya no hay parches para ocultar los navajazos. La operación quirúrgica tiene que ser completa y larga.
La gente sólo desea sobrevivir en mejores condiciones; las computadoras buscan soluciones. Los que las manejan no las encuentran.
La realidad se abre paso aunque sea con la vieja verborrea. Los demagogos están a punto de sufrir una enfermedad irreversible, terminal. Estos ruidos y las cenizas son el preludio de la erupción de un volcán cuya lava es imparable y mortal.
¡El Mediterráneo acaba de descubrirse!