Yuri Gagarin, hace 50 años

Guillermo García Oropeza

Hace medio siglo, la Unión Soviética lanzó al espacio al primer cosmonauta, Yuri Gagarin, hoy Rusia celebra el aniversario en medio de un mundo que ha cambiado en forma espectacular. No sabemos si para bien o para mal pero los cambios han sido de  tal magnitud que nos cuesta trabajo ajustarnos a ellos.
Nosotros, los que éramos jóvenes en aquella era, cuando Gagarin realizó su hazaña, nos sentimos poco cómodos y seguros de entender las cosas en el mundo de hoy. Y es que tantas cosas han pasado, tantos avances tecnológicos se han alcanzado, tales cambios en la estructura del poder en el planeta se han dado, tales males sociales nos han invadido, que estamos definitivamente confusos y superados. Así es que vemos con cierta nostalgia ese tiempo de hace cincuenta años cuando el joven ruso fue el heraldo de una era nueva.

En el mundo de Gagarin el poder era disputado por los Estados Unidos y sus aliados o satélites, como los quiera llamar, y por la Unión Soviética y un gran bloque socialista. Tendrían que pasar muchos años para que este enfrentamiento en una llamada guerra fría se resolviera con el triunfo de los países capitalistas y el derrumbamiento y desaparición de la Unión Soviética.

Aunque una Rusia disminuida subsistiera y tras dolorosos ajustes continuara viva en el concierto de los poderes, mientras China que hace poco mas de sesenta años se afirmara en su revolución, se ha convertido, con los años, en un gigante emergente de naturaleza ambigua y contradictoria como un sistema comunista y supercapitalista al mismo tiempo.

Europa lucha por mantener su prestigio y prosperidad, mientras que el tercer mundo, aunque ya en rigor no existe el segundo, sigue esperando resolver su eternas carencias.

Y en aquel mundo de hace cincuenta años, la Unión Soviética se anotó de pronto un tanto impresionante, maravilloso al lanzar a Gagarin al espacio. Con un sofocón, los Estados Unidos se dieron cuenta del peligroso avance científico de sus rivales y se sumieron en un doloroso autoanálisis que revisó con alarma su sistema educativo y tuvieron que respetar a aquellos “rojos” que rompían los tradicionales límites del hombre.

Y el avance soviético se encarnaba en un joven simpático y sonriente que había viajado al espacio y se había asomado al infinito, no había visto el cielo de las iglesias con sus ángeles y nubes y había regresado sin problemas a la Madre Tierra, donde su país lo acogió  triunfante y aclamado por multitudes y al que miles de muchachas recibieron con flores como a un héroe de la antigüedad.

La imagen sonriente de Yuri Gagarin dio la vuelta al mundo que lo proclamó como un héroe no ya de la Unión Soviética sino de la humanidad entera.

Fue el primer cosmonauta, que así se llamarían los soviéticos en contraste con los “astronautas” capitalistas, y tras de él continuaría un programa espacial soviético que se anotaría otros éxitos aunque ninguno tan espectacular como el de Yuri.

Años después moriría Gagarin en un accidente aéreo. Pero las cosas han cambiado y ahora la carrera al espacio rara vez logra convertirse en noticia impresionante. Estamos quizá demasiado atentos a lo que pasa aquí en una tierra amenazada por grandes catástrofes financieras, sociales y ecológicas, y no volvemos ya  la mirada a ese espacio sideral a cuyas fronteras llegó un joven sonriente y entusiasta hace cincuenta años, en aquel tiempo que añoramos.