Refundación del Estado mexicano

Javier Esteinou Madrid

(Tercera de cuatro partes)

Para avanzar en el proceso de restructuración de la sociedad mexicana desde los Sentimientos Comunicativos de la Nación con el fin de lograr la superación de la profunda crisis de civilización en la que está sumida la sociedad a principios de la segunda década del siglo XXI, ahora más que nunca es urgente la presencia activa de un Estado-nación fuerte que reencauce el caos que existe en dichas transiciones sectoriales, hacia nuevos órdenes civilizatorios que ofrezcan horizontes alternativos reales para la sobrevivencia de los seres humanos.

Hay que considerar que la capacidad de acción del Estado para regular las crisis, a través de sus diversas formas de intervención rectoras (monetaria, política, ideológica, social, educativa, comunicativa) reduce o elimina la posibilidad de la peligrosa “autorregulación” capitalista sin controles, que tarde o temprano ocasionarán nuevos desastres sociales, y plantea la existencia de opciones civilizatorias que nos protegen de la barbarie que genera la lógica de acumulación desregulada de capital depredador sin contrapesos.

Sin la presencia del Estado, el desarrollo sostenible es imposible alcanzarlo, pues el Estado es condición central para lograr el crecimiento económico, político social y cultural de la sociedad.

De lo contrario, será la dinámica de la anarquía la que se apodere del futuro, creando un orden desastroso que devaste crecientemente a los ciudadanos.

En este sentido, actualmente las comunidades de la República se encuentran ubicadas en el tiempo histórico político del rescate y la refundación del Estado-nación que impida el avance acelerado del caos con su respectivo proceso de deterioro social. Es decir, para superar la crisis de civilización en la que se encuentra la sociedad mexicana, nos encontramos en una coyuntura que demanda la transformación profunda del Estado en su conjunto.

Debido a este delicado panorama, después de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana por el gobierno en turno en el año 2010, como un show mediático superficial destinado para el consumo espectacular de las televisoras; ahora es imperioso rescatar desde la sociedad civil el espíritu emancipador de los movimientos libertarios anteriores con el fin de crear desde esa inspiración histórica condiciones políticas, jurídicas, culturales, que fortifiquen los mecanismos de participación equilibrada de las mayorías sociales en la conformación de los destinos de la República. Con la creación de tales instrumentos se evitará el resurgimiento de los capítulos del autoritarismo, la esclavitud y la dominación que antaño subordinaron de forma descarnada a la población mexicana y que hoy amenazan con resurgir con mucha fuerza en la etapa de la modernidad nacional.

Sin embargo, pese a la creciente necesidad imperiosa de renovación sustantiva de las estructuras sociales en México, hoy no contamos en el país con la presencia de un Estado fuerte y eficaz para solucionar tales desafíos, sino encaramos progresivamente la acción del fenómeno del Estado fallido, que significa que la cabeza nacional rectora del desarrollo colectivo, cada vez, es menos capaz de resolver equilibradamente los grandes problemas del país, especialmente comunicativos, para darle una conducción armónica al desarrollo de las comunidades mexicanas.

De esta forma, en los recientes años, cada vez más, los gobiernos mexicanos han sido incapaces de solucionar los principales desafíos que exige la dinámica de crecimiento de la población a principios del tercer milenio, y lentamente consintió el resurgimiento de un clima de tensión, inseguridad y violencia que sólo se presenció en los anteriores estallidos de inestabilidad en los periodos de lucha por la Independencia en el siglo XIX y la Revolución Mexicana en el siglo XX.

Así, en las últimas décadas, cada vez más, el Estado mexicano se convirtió en una entidad inepta para resolver los grandes desafíos que exige resolver el crecimiento armónico de las comunidades nacionales de principios del tercer milenio, particularmente en el ámbito de la comunicación.

En este sentido, si uno de los grandes frutos de los movimientos emancipadores de la Independencia y la Revolución fue la edificación de un Estado-nación republicano fuerte que se caracterizó por ser una nueva entidad de poder soberano que se enfrentó a las fuerzas imperiales colonizantes que dominaron a los habitantes del país durante muchas décadas y por atender con justicia reivindicadora las necesidades fundamentales del crecimiento de la población; esa conquista histórica progresivamente se ha desvanecido.

Ahora, después de la conmemoración de las revoluciones bi-centenarias, observamos que contrariamente a la propaganda de los discursos oficiales que proclama la existencia de un Estado maduro, justo, eficiente, sólido, maduro y democrático; los indicadores de la cruda realidad confirman que en los inicios del siglo XXI presenciamos un Estado-nación más desdibujado, debilitado y subordinado que, cada vez, cuenta con menos capacidades de gobernabilidad para darle dirección democrática a la sociedad mexicana en base a los postulados de justicia, igualdad, equilibrio, oportunidades y paz social que fueron las banderas de los movimientos liberadores anteriores.

En consecuencia, si en los comienzos de los siglos XIX y XX empezamos el desarrollo comunitario del país con un Estado mexicano fuerte que pudo luchar contra los poderes fácticos que amenazaban su esencia rectora en tales períodos de la historia nacional; doscientos años después celebramos el Bicentenario de la Independencia y la Revolución con la presencia de un Estado endeble que cuenta con poca voluntad, capacidad y visión para enfrentar a los poderes fácticos, especialmente de naturaleza mediática, que lo debilitan o desdibujan, permitiendo la imposición de otro proyecto de nación distinto al que formula el espíritu de la Constitución Mexicana de 1917 y sus leyes complementarias.

Así, la sociedad mexicana hoy ya no cuenta con el tradicional Estado republicano, sino con la actuación de un Estado mediático híbrido que agravó la existencia del fenómeno del Estado fallido en México, que paradójicamente es el tipo de Estado que enmarcó la remembranza del Bicentenario libertario en el 2010 después de 200 años de lucha y de esfuerzos pacificadores de diversas generaciones de la sociedad mexicana para construir un Estado autónomo, sólido y soberano en el territorio nacional.

Es por ello que en este contexto de evocación resulta central reflexionar sobre el nuevo Estado posmoderno que ha surgido en el país ante la transformación del Estado republicano tradicional que parece que a comienzos del siglo XXI, progresivamente, se desvanece no obstante los empeños independentistas que efectuaron los movimientos sociales populares en los procesos de autonomía de los últimos dos siglos en nuestra historia nacional.

La acumulación del mosaico de esta realidad histórica refleja la presencia real del Estado mexicano fallido en el ámbito de la difusión e interacción colectiva, pues éste no fue capaz históricamente de crear un nuevo proyecto de comunicación y de interrelación ciudadana que fortalezca las bases filosófico morales de la nación; sino permitió que se desarrollara prioritariamente el proyecto de transmisión masiva privado-comercial  que es funcional para la expansión del gran capital y de la estructura de poder correlativo que lo protege a escala nacional e internacional.

Dicha etapa fallida protagonizada por la expansión del poder mediático sobre el terreno de lo público, se ha distinguido por no poder conducir a la sociedad mexicana por un rumbo de gobernabilidad estable y justa.

jesteinou@gmail.com