Regino Díaz Redondo


Madrid.- Los neocom españoles son como los camaleones. Criticaron abruptamente la retirada de tropas de Irak a propuesta de José Luis Rodríguez Zapatero.

Antes habían apoyado, casi con delirio, el acuerdo de las Azores en donde se fraguó, por obra y gracia de una decisión unipersonal de George W. Bush, la invasión de ese país porque “tenía armas de destrucción masiva”.

Se ahorcó a Saddam Hussein porque era un dictador despreciable, cosa en la que podríamos estar de acuerdo. Pero estos honestos y pacifistas individuos ahora demuestran su pulcritud pacífica al apoyar, pero sin  exacerbar los ánimos, la decisión de crear una zona de exclusión aérea en Libia, aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU y por las principales potencias americanas y europeas. Se abstuvieron, eso sí, Alemania, China, Rusia, Brasil e India por razones políticas y de interés personal.

 

Sembradío de cadáveres

Ahora, miren ustedes, estos individuos no toman en cuenta que Muammar Gadafi, Ben Alí y Hosni Mubarak eran dictadores y el pueblo los derrocó. Siguen en tela de juicio las monarquías de Yemen, Bahrein, Siria, Sudán, Suazilandia y hasta se mueve el piso de Marruecos.

Todos han sembrado de cadáveres sus territorios desde hace décadas ante la sordera de las potencias occidentales.

La honorable derecha española, defensora de los trabajadores, preocupada por defender la democracia, acusa al homicida Rodríguez Zapatero de “cambiar de chip” sin el mayor rubor, con las miras electorales de siempre.

Si no fuera porque los conservadores son tan honrados y se preocupan lealmente por el bienestar de los desfavorecidos, podríamos pensar que actúan de mala fe. Pero no es cierto. Ellos, tan limpios de culpa, tan sanos de alma, quieren reiterar su compromiso con la verdad y la congruencia que tanto les distingue.

Han encontrado que era indispensable —absolutismo limpio de culpa— condenar a todos los iraquíes de entonces porque contribuyeron a las matanzas ocurridas en su territorio para que se produjese la liberación y se instaurara la democracia.

Esta historia la resumen al expresar que en estos momentos —óiganlo bien— en estos momentos Irak es una balsa sobre aceite.

 

Proclamas

Hermanos todos, amigos; los políticos, los empresarios y algunos militares están unidos con una sola intención: el progreso cívico y la consecución de mayor igualdad social.

Por lo visto allí no hay ya atentados. La gente se olvidó, inclusive, de este término. Las nuevas generaciones — engolan la voz— nacen con un código de ética irreprochable: juntémonos para fortalecer los principios inalienables de los valores. Los niños irán a las escuelas donde maestros honorables les inculcarán que los malos se han acabado y que aquel trío que se reunió en la isla portuguesa tomó decisiones ejemplares para el mundo.

A lo largo de España se colocarán carteles con las fotos de los visionarios hombres que sacrificaron su prestigio para que triunfase la verdad y volviera la libertad. Valientemente se enfrentaron a la ONU, a la OTAN, a la UE, pero no importaba porque primero y, por encima de todo, estaba la liberación de los oprimidos y la vuelta al buen camino de ese Estado árabe.

Ahora, de acuerdo con su instinto libertario, se enojan y repudian que el presidente del gobierno español haya obedecido los mandatos extranjeros  —“estamos tutelados”— y que supedite su decisión a las órdenes de los canallas impulsores de los conflictos bélicos.

Seguimos: tienen razón cuando expresan que Rodríguez Zapatero improvisa y toma decisiones sobre la marcha sin pensar en las consecuencias ni en el bienestar de los españoles.

Aquí y allá, la respetable derecha de este país es admirada y añorada. Ya se piensa en el 2012 en que vendrá el gobierno de Mariano Rajoy a poner los puntos sobre las íes. Se acabarán las dudas. España saldrá del anonimato, se vencerá el caos con lucidez y utilizando todos los ingredientes liberales progresistas, como lo ha comprobado siempre la historia de la nación con Francisco Franco en el poder.

La paz se escribirá con mayúsculas en todos los rincones y los que no se inclinen serán castigados por las falanges progresistas de miles y miles de personas afiliadas a un sindicato vertical y al anhelado pensamiento único.

 

Fobias

Recuperarán su estrellato los líderes de agrupaciones obreras denostados por los gobiernos demócratas. Manos limpias y el partido de la Falange serán coadyuvantes para alcanzar la libertad entre los españoles como lo hizo el Caudillo desde que se alzó en Marruecos, con tropas moras, para combatir a los comunistas y “a esa gentuza” que quiso imponer sus ideas totalitarias semejantes a las de la Unión Soviética.

Se descubrirán complots del Frente Popular y se convencerá de que la Segunda República no estaba formada por republicanos sino por oscurantistas al servicio del marxismo.

Manuel Azaña será considerado como el gran traidor que hizo el intento, “afortunadamente fallido”, para instaurar un totalitarismo cruel.

Pronto, muy pronto, volverán los cantos de cara al sol para iluminar a los humillados por la democracia caduca. El yugo y las flechas volverán a ondear en todas las banderas con signos venerados y defensores de las buenas maneras en una España que en el 36 quiso salirse del orden utilizando la democracia para cubrir su fracaso.

La decencia pisará fuerte en España. Los abortos, crímenes contra la vida, desaparecerán; los homosexuales serán borrados porque son una aberración. La Ley de la Memoria Histórica pasará a mejor vida porque la historia la escribirán los admirados clericales, los jerarcas de la Iglesia representados por la conferencia episcopal.

La pederastia será estudiada con mucho cuidado para concluir que el hombre es pecador, pero no tanto como para condenar a sacerdotes y obispos que la hayan practicado porque sólo tuvieron un pequeño tropezón, casi insignificante, frente una labor de apostolado cristiano de toda la vida.

Se excomulgará a los sacerdotes que, contrarios a los preceptos de la Iglesia, ayuden a que sobrevivan las embarazadas que desean abortar y que de no hacerlo corren el peligro de perder la vida.

Es el caso de Pere Manel, un cura de los que aún hay muchos —más de los que se piensa— que todavía anteponen a la doctrina de la fe el humanitarismo con sus semejantes.

Calificarán de demagogos a quienes piden mayor austeridad del episcopado. La jerarquía eclesiástica lo tiene muy claro: el laicismo es ateísmo y, por tanto, es contrario a las leyes divinas. Y vaya que tiene razón.

Además, su participación en política será bienvenida porque, sostienen,  hay que orientar a los confundidos y a los enfermos del mal peor: la democracia.

Adán y Eva podrán ser excomulgados… veintiún siglos después.

Las cadenas reaparecerán y la quema de libros, formando grandes piras, volverán a ser utilizados por estos lúcidos pensadores. Cuantos menos libros haya menor será el contagio enfermizo.

Razonar será delito en las mentes subversivas y con la desaparición de los perturbados viviremos en santa paz.

Europa volverá a terminar en los Pirineos. España será un espejo de libertades lejos de falsos arrebatos de los “progres retrógrados”.

Los puros sepultarán con sus encomiables consejos y actitudes positivas a la violencia que trajeron los revolucionarios exégetas. No más demagogia, reiterarán. El progreso somos nosotros, cantarán con el brazo extendido y en la palma de su mano derecha se posará un cuervo neofascista.

Que conste, no soy un jacobino.