Ignacio Trejo Fuentes

 

Narrador, ensayista, académico, Fernando Reyes se ha dado a la tarea de editar libros de varia invención, propios y ajenos, y destaca la serie Fantasiofrenia. Antología del cuento dañado, de la que acaba de aparecer el tercer volumen. Se trata de incluir autores mexicanos conocidos, casi desconocidos o de plano principiantes cuyos cuentos se distancian de lo amelcochado, de lo light, y optan por lo sórdido, lo truculento.

Y sí, cuando uno lee las piezas incluidas en los tres tomos se estremece y hasta horroriza: la violencia y la locura son su seña de identidad. Debo aclarar que los principales lectores de esta serie son estudiantes preparatorianos, y que realmente gozan con los ejercicios: el profesor-editor les lleva los libros y, a veces, invita a los autores incluidos a charlar con aquéllos.

La tercera entrega sigue al pie de la letra los lineamientos establecidos desde el principio: aquí sólo caben “cuentos dañados”: la cordura no tiene lugar. En “Amor”, Édgar Omar Avilés cuenta en pocas líneas cómo una mujer mata a puñaladas a su hija. Ismael Colmenares, en su cuento, descubre un mundo de prostitución, pederastia y muerte. En el suyo, Bernardo Fernández refiere que una joven groseramente gorda decide amputarse las piernas y un brazo, y quiere conservar sólo una mano para poder masturbarse a gusto.

“Teoría del color”, de Rogelio Flores, es un auténtico alucine. Javier García-Galiano nos habla de un vendedor de muñecas: estremecedor. Mónica Lavín describe una extraña compulsión de los padres de la protagonista narradora: la carne. Agustín Monsreal ofrece un caso tenebroso de soledad en “Los placeres simples del pobre”. Israel León O’Farrill entrega un extraordinario relato en torno a un asesino serial: nos sorprendemos al descubrir su identidad.

Eduardo Antonio Parra sostiene un cuadro impresionante de sadomasoquismo, en el que el amante termina asesinando a su pareja sexual para, por fin, conocer “El placer de morir”. Como Monsreal, Édgar Pérez Pineda aborda el tema de la soledad convertida en locura, primero, y luego en muerte. Fernando Reyes muestra un caso de locura extremo: la protagonista es una mujer abandonada por su marido que monologa ante un hijo inexistente. Eusebio Ruvalcaba cuenta de un hombre que tiene muñones en vez de manos y cómo los utiliza para hacer el amor a su mujer: grotesco. Guillermo Samperio se ocupa de los delirios de un hombre luego de perder a su amante: cree hacer el amor con Penélope Cruz en una sala de cine: su exmujer se parecía a la actriz.

En “Tía Nela” Enrique Serna narra la transformación de un joven en “mujer”, debido a una operación quirúrgica; la forma en que asesina a su tía y cómo deambula por el departamento vestido de novia, totalmente loco. Contribuyo con una historia donde un anciano se viste de novia y muere y es enterrado así: curiosa coincidencia. En “De fornicare angelorum” Guillermo Vega Zaragoza elucubra sobre las posibilidades y consecuencias de hacer el amor con un ángel celestial: espléndido.

Aunque las diferencias técnicas y estilísticas entre unos cuentistas y otros son evidentes, en términos generales puede hablarse de gran calidad, y sobre todo debe remarcarse el alto contenido de violencia, locura y muerte. Ojalá el compilador continúe la serie.

 

Fernando Reyes, Fantasiofrenia III.
Antología del cuento dañado. Ediciones Libres, México, 2011; 98 pp.