El concierto, de Radu Mihaileanu

Mario Saavedra

Entre mis películas predilectas conservo Encuentro con Venus, sui generis cinta del notable realizador húngaro István Szabó que con inteligencia y sarcástico humor aborda el siempre entreverado mundo de la lírica, en su caso a partir de un supuesto montaje del Tannhäuser de Richard Wagner en la Opera de París donde el director invitado padece de golpe, en una milagrosa producción que tendrá que remar contra corriente, el vedetismo y la envidia de sus protagonistas, los vicios del sindicalismo y la burocracia, e incluso los imponderables en un medio tan proclive a la superstición, a lo que los italianos llaman “jettatura”.

Si bien no alcanza la circularidad del ya clásico de Szabó, entre otras razones porque el guión se permite ciertos clichés y ligerezas que en Encuentro con Venus no tienen cabida dadas la personalidad y la naturaleza del también autor de Mefisto y Coronel Redl, la hace no mucho estrenada en México cinta El concierto (Le concert, Francia, 2009) del rumano Radu Mihaileanu vuelve a abordar el tan apasionante como accidentado mundo de la música.

Sin la agudeza de Szabó, Mihaileanu nos ofrece sin embargo una película amable y simpática, divertida y hasta entrañable, con voluntad de agradar desde la sencillez y sin grandes pretensiones.

Como ya hiciera en Vete y vive del 2005, parte de una situación de suplantación de identidad para hacer viajar a toda una orquesta desde Moscú hasta París, y tocar allí el famoso Concierto para violín y orquesta en Re mayor Op. 35 de Tchaikovski, un viejo sueño truncado hace treinta años por la intolerancia de Brézhnev. Pronto sabemos que quien trata de reunificar a la antigua orquesta es Andrei Filipov, célebre director de la orquesta del Bolshoi caído en desgracia por defender a sus músicos judíos, y quien por lo mismo ha sido degradado a trabajar como afanador del Teatro. Pero él y sus compañeros de viaje esconden secretos propósitos personales, con los que buscan revivir épocas pasadas de mayor esplendor en la música, en el partido o en los negocios, todas ellas realidades que llevan en su condición, en la sangre.

El director rumano apuesta aquí por la comedia desenfada, a través de un ritmo trepidante de situaciones absurdas y diálogos ingeniosos que funcionan adecuadamente y consiguen el efecto deseado. Y quizá su mayor pecado sea acceder a ciertos estereotipos que por su previsibilidad redundan en una visión prejuiciada de la realidad: mítines comunistas con acólitos bien pagados, judíos que no pueden evitar ver negocio en todo lo que tocan, un manager ex KGB que suspira por los viejos tiempos del partido o un magnate que duda entre comprar un equipo de fútbol o ser sponsor de su capricho musical. Es una manera hasta cierto punto fácil de propiciar la sonrisa, porque sus personajes causan pena y compasión en su desgracia cómica, y desde ahí se echan a la bolsa al espectador medio. Melodrama al fin de cuentas, lo hilarante termina por dar paso a la conmoción, a través de flashbacks en blanco y negro que evidencian —quizá de manera innecesaria—  momentos de atropello y humillación; el descubrimiento final, como era de esperarse, apunta al clímax emotivo largamente esperado que provoca el sollozo.

De narrativa convencional y hasta cierto punto previsible, con personajes estereotipados y caricaturescos en su dibujo, de todos modos la historia funciona en su estado de melodrama, y opera en principio por su honestidad y por su coherencia. Y en ese nivel, desde la comedia del ridículo, el retrato está bien logrado: la decadente Unión Soviética, con brochazos de desilusión y de desencanto, de desconfianza por los cambios y la remoción de puestos venidos con la perestroika, de crítica a unos nuevos ricos tan corruptos como los anteriores. Melodrama optimista y humano, se sostiene conforme lanza una crítica tanto a la práctica fallida del comunismo como a los excesos del capitalismo, buscando así revivir la armonía eslava y restaurar el honor atropellado.

En tono de parodia, con el ulterior giro dramático ya anunciado y descrito, El concierto no deja de entusiasmar el gusto de quienes declaramos nuestra afición por el mundo de la música, en este preciso caso con la presencia protagónica de ese clásico de clásicos que es el único pero toral concierto para violín escrito por Piotr Ilich Tchaikovski. Sin ser la gran película, ni siquiera entre las muchas en derredor del arte de Euterpe o del bel canto,  y pese a que el texto del que parte tampoco ofrece demasiadas novedades, esta cinta del rumano Radu Mihaileanu se deja ver con placer, entre otras razones porque está hecha con oficio y cuenta con extraordinarios actores en su bien seleccionado casting, entre ellos, en los papeles estelares, los ya consignados franceses y eslavos Alexei Guskov, Dimitri Nazarov, Mélanie Laurent (inolvidable en su espacial de Bastardos sin gloria de Tarantino) y Francois Berleand.