Artista que murió casi centenario


Mario Saavedra

Mejor conocido como Chucho Reyes y considerado una de las personalidades artísticas más originales de la plástica mexicana del siglo XX, Jesús Reyes Ferreira (Guadalajara, 1880-Ciudad de México 1977) fue un creador autodidacta. Aprendiz en un taller litográfico, se emplearía más tarde en la Casa Pellandini, una famosa tienda de su natal Guadalajara que importaba de Italia materiales de arte, grabado y figuras, y donde por otra parte entró en contacto con la decoración de aparadores que tanta fortuna le traería.

 

Amortajar cuerpos

Asociado con un amigo para comprar maderas finas con las cuales fabricaban muebles para vender, al mismo tiempo que empezaba a practicar su afición de coleccionista de objetos antiguos, este siempre inquieto artista tapatío llegó a tener como una de sus más extrañas prácticas el amortajar cuerpos de personas conocidas. Excéntrico oficio por el que “cobraba con alguna pieza de su interés”, se sabe que entre las personalidades que más respetaba y admiraba tuvo entre sus manos a su paisano José Clemente Orozco, en una cercana experiencia con la muerte que marcaría sustancialmente su estética.

Ya independizado acondicionó una tienda de antigüedades donde vendía tanto piezas de origen europeo como figuras de arte popular, en una sincera afición que a la postre lo convertiría en uno de los primeros en resaltar el valor y el gusto por lo auténticamente mexicano, dentro de una sociedad orientada entonces todavía hacia lo europeo. Es más, gracias al florecimiento cultural de Guadalajara por ese entonces, en su casa de antigüedades se reunían artistas como el Dr. Atl, Montenegro, Orozco, Guerrero Galván, Orozco Romero, Anguiano, en un ambiente que mucho los influiría a tomar los pinceles con mayor deleite y a echar a volar sus propios temas e inquietudes artísticas.

Creador de un arte auténtico y original, Chucho Reyes pintó sus primeros papeles de china con el fin de utilizarlos para envolver las antigüedades que compraban sus clientes, hasta que estos “papeles” cobraron un valor estético por sí mismos y comenzaron a pagar por ellos. De una maduración artística más bien lenta, otro dato no menos curioso es que hasta 1938 dejó su natal Guadalajara y se trasladó a la ciudad de México, y precisamente a partir de entonces, cuando contaba ya con 58 años de edad, empezaría a producir el 85% del grueso de su obra. Ya en la capital, compró y decoró una casa en la calle de Milán, en la colonia Juárez, que habitó hasta su muerte.

 

Sin caballete

Chucho Reyes nunca utilizó el caballete, ya que pintaba sobre una mesa en la cual desplegaba sus papeles de china de todos colores; tomaba los pinceles a mediana distancia (después de haber preparado personalmente sus tintas, pues utilizaba sus propias composiciones y mezclas) y desarrollaba el temple con verdadera maestría.  Utilizaba pliegos de papel de china importados, hechos a base de arroz y con una cama de seda; en ellos colocaba sus mezclas de pintura, algunas veces con clara de huevo, a través de una técnica de craquelado a la cual se le puede atribuir su buena resistencia.

Más conocido por unos temas que por otros, su siempre vigorosa y sugestiva obra está poblada, entre otros seres, por gallos, caballos, ángeles, muertos, cristos, calaveras. Sus calaveras, por ejemplo, nos recuerdan el sentido sarcástico que José Guadalupe Posada imprimió a los espectros, si bien las muertes de Chucho Reyes carecen del sentido revolucionario del artista hidrocálido y se enriquecen más bien por su carácter festivo y popular.

 

Reconocimiento

La maestría de este notable ilusionista jalisciense fue reconocida por figuras de la talla de Luis Barragán, Mathias Goeritz, Juan Soriano, Paul Westheim y Octavio Paz, a la par de que artistas relevantes del arte universal como Picasso y Chagall admiraron la fuerza inventiva y el colorido de su pintura. Entre sus amigos arquitectos con los que intercambió interesantes ideas sobre decoración urbana, caso especialmente trascedente fue Barragán, con quien trabajó de cerca en el desarrollo del proyecto de urbanización del Pedregal de San Angel, en una provechosa complicidad donde el mundialmente reconocido arquitecto también tapatío siempre reconoció la persistente influencia de los colores de la obra de su entrañable amigo.

A partir de los años 50 se podría decir que Chucho Reyes inició su etapa de  madurez creativa, manifestando su peculiar gusto por las texturas y los empastes, por las curvas que producen movimiento y un sentido del equilibrio que surge de manera espontánea. En obras posteriores se puede apreciar la aplicación de polvo de oro en un intento por provocar un nuevo efecto visual.

Artista de lenta decantación, no menos curioso resulta que un creador de su envergadura haya hecho su primer viaje a Europa hasta los 87 años de edad, y uno después, ya casi nonagenario, al Medio Oriente. Chucho Reyes compartió con mucha gente sus observaciones estéticas, y quizá muchos de los nuevos planteamientos de la arquitectura, la decoración y la pintura mexicana tuvieron cabida dentro del cosmos que contuvo el talento visionario de un artista tan singular como influyente en el curso del arte mexicano del siglo XX.

La Fundación Luis Barragán conserva 194 piezas que este sui generis artista tapatío vendió y obsequió a su paisano y amigo, y de esta nutrida colección podemos ver ahora en el recientemente acondicionado Centro Cultural Ex Capilla de Guadalupe, en el Parque Lira, más de cincuenta piezas de diferentes periodos de creación reyesiana.  En su mayoría dedicadas al ilustre arquitecto, las más de estas valiosas y entrañables piezas de Chucho Reyes se exhiben y salen por primera vez de la Casa Museo Luis Barragán, decretado hoy por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad y uno de los museos más visitados sobre todo por los turistas extranjeros.