Ignacio Trejo Fuentes
(Tercera y última parte)
Lector furibundo, cinéfilo a más no poder, promotor cultural incansable, editor, académico, Gustavo Sainz se convirtió en un baluarte de la literatura nacional a raíz de Gazapo, su primera novela: luego de “abandonar” lo que Margo Glantz llamaría “Literatura de la Onda” se dedicó a escribir libros sensacionales como La Princesa del Palacio de Hierro y Compadre Lobo. Más tarde dio un giro radical a su literatura y entregó libros complejos como Salto de tigre blanco.
Alguna vez le dije: “Gustavo, tus libros son cada vez más incomprensibles; ¿Por qué no vuelves a escribir historias como La princesa…?”. Me dijo, lapidario: “¿Por qué, mejor, los lectores aprenden a leer?”. Y es que sus novelas son de una experimentación total, al nivel de los mayores experimentadores del mundo. Y son bellas, retadoras.
Pero volviendo a lo dicho en la entrega anterior, el gran Gustavo se fue a enseñar en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque). Se llevó en un tráiler de Grijalbo sus treinta mil volúmenes, que luego vendió a la Universidad de Kansas, donde enseñaba John S. Brushwood. El departamento de la calle Nazas, donde vivía Sainz, y que luego se hizo dos, era un prodigio: estantes en todas las paredes, pintados de blanco, mismo color de los muebles y las alfombras. Le dije: “Maestro, sólo un loco puede vivir en un espacio de albura impecable”. Sólo sonrió, con esa sonrisa condescendiente tan suya.
Luego, Gustavo Sainz se mudó a otra universidad, y se afincó en una de Indiana (no en Notre Dame). Casado con Alessandra Luiselli (notable y bellísima novelista) tuvo dos hijos: Claudio y Marcio.
He contado lo anterior sin otro motivo que mostrar mi agradecimiento a uno de los mayores enseñantes de mi vida, a su generosidad a toda prueba. Aunque sí hay un motivo importante. Me enteré de que, después de tres décadas de residir en Estados Unidos, Gustavo Sainz vuelve a México. Se instalará en Saltillo, Coahuila, donde enseñará y editará libros. Una biblioteca que llevará su nombre será su centro de operaciones editoriales y académicas, y la enriquecerá con su propio acopio de libros.
Eso me hace recordar mis tiempos juveniles. Cuando veía a Gustavo comprar libros y películas y discos, no podía yo dar crédito a tanto vigor y tanta disciplina. ¿Se puede pasar la vida leyendo, escribiendo, enseñando…? Supe que sí, porque además de todo eso, Gustavo era —es— hedonista, y ha tenido una suerte endemoniada con las hermosas mujeres.
Cuando viene a México, me reúno con él y con otros de sus amigos y discípulos (hace un par de años la Universidad de la Ciudad de México le organizó un homenaje, al que acudimos: tres días de mesas redondas que culminaron con una charla excepcional de Sainz). Y estoy contento porque vuelve a México. Espero que los reconocimientos y homenajes se multipliquen, y que alguna institución de las que tanto le deben (la unam, el inba) lo promuevan para el Premio Nacional de Ciencias y Artes, por lo menos. Bienvenido, maestro, y un abrazo enorme.