En su versión mexicana

Mario Saavedra

Hoy resulta casi impensable tratar de entender el característico humor inglés sin el tamiz de lo hecho por los Monty Python, ese célebre grupo de humoristas que sintetizó en clave de humor la idiosincrasia británica de las décadas de los sesenta y setenta.

Después de su muy popular serie para la televisión inglesa El circo ambulante de los Monty Python este afamado conjunto de cómicos hizo una serie de películas cuya carga hilarante está construida a partir de sketches breves con una importante carga de crítica social, de naturaleza y ambiente surrealistas donde la posibilidad del absurdo se muestra siempre como algo latente.
A partir en una de sus películas: Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores de 1975, el propio grupo concibió algunos años después la comedia musical Monty Python’s Spamalot. Escrita por el mismo Eric Idle y dirigida por el también notable cineasta Mike Nichols, con música y letras de John Du Prez e Idle, se estrenó en la Unión Americana primero en Chicago y hasta un año después en Broadway, haciéndose merecedora a catorce nominaciones en la edición de los Tonys del 2005, con 3 premios en su haber, incluido el correspondiente al mejor musical en la temporada 2004-2005.

Irreverente parodia
Irreverente parodia del mundo y de los controvertidos valores de la Edad Media, y en concreto de la leyenda del Rey Arturo, lo cierto es que sus siempre puntillosos autores no dejan títere con cabeza (para muestra un botón, si recordamos su ya emblemática Vida de Brian) y dirigen sus dardos aquí contra prácticamente todo lo que pasaba por su mente a la hora de la escritura, incluidos los ideales caballeresco y aristocrático, el origen inglés, las controversias entre Inglaterra y Francia, la Revolución Industrial, la libre empresa, el judaísmo, la parafernalia de la vida nocturna en Las Vegas y hasta la propia comedia musical a la Broadway.

Comedia verdaderamente delirante en su construcción dramática, ya desde su propio título nos deja ver ese sentido surrealista y hasta absurdo, a la usanza de cómo los discípulos de Breton concebían sus obras inspiradas más por el estímulo del estado onírico que por el de la vigilia: “Comemos jamón y mermelada y mucho Spam”. En este sentido, Spamalot tiende fuertes amarras, aunque dentro de otro contexto y de una manera más frívola, con el teatro del absurdo del que sin duda Idle y sus compañeros bebieron en sus años de formaciones universitaria y teatral; así mismo muchas de las convenciones dramáticas y escénicas aparecen aquí trastocadas, dentro de esta laxa apertura de un espectro ficcional donde todo resulta posible.
Entre personajes históricos de leyenda y de cómic, de la habitual comedia musical y de chunga, Spamalot hace una especie de repaso de los clichés consabidos y otros todavía por consignar, todos ellos coincidiendo dentro de un ambiente kitch donde conviven la ironía calibrada con el rasgo de humor involuntario, el sarcasmo descarnado con la risotada fácil.
A manera de pretexto para decirlo todo y sin tapujos, para abordar toda clase de preocupaciones y obsesiones que a sus autores inquietan, bajo el manto de la comedia frenética encuentran el idóneo terreno fértil del descargo, de la exoneración.

OCESA, Gou y Mascabrothers
Traída ahora a México por OCESA, Alejandro Gou y los Mascabrothers, fiel al original en sus rasgos generales pero con otros previsibles reacomodos al contexto y la idiosincrasia nacionales (Estados Unidos y Australia también supusieron adaptaciones necesarias que el género permite), este Spamalot a la mexicana ha contado con la intermediación de tres catalanes involucrados en los aspectos de la producción, el montaje técnico-musical y la puesta en escena de la versión que hace unos años se hizo del mismo en Barcelona, y el que a su vez, tratándose de una firma registrada, había contado con alguna consistente asesoría del original anglosajón.

Como en el original inglés, aquí varios de los nombres involucrados en el casting y con sonada trayectoria en el género tienen la oportunidad de interpretar a varios personajes de distinta naturaleza, y los más lo hacen con solvencia, actuando, cantando y bailando a plenitud, como lo exige el género. Es el caso, por ejemplo, de Lisardo (siempre en papel y sin perder el dominio del mismo), Sergio Catalán, Luis Ernesto Cano o la propia Regina Orozco, quien si bien no proviene propiamente de la comedia musical, luce aquí a plenitud sus amplias virtudes histriónicas y sobre todo vocales, con una simpatía y un dominio del escenario sobrados. De Patricio Castillo, quien alternará el protagónico del Rey Arturo que ha estrenado Fredy Ortega, sabemos que es toda una garantía.

Toda una grata sorpresa son los Mascabrothers Fredy y Germán Ortega, quienes más allá de mostrarse metidos en una camisa de fuerza que no les permitiera hacer lo que suelen hacer con toda libertad en los espacios donde suelen moverse, apelan aquí a toda su experiencia escénica y no desmerecen al lado de viejos lobos de mar en la materia. Quizá el público que los conoce se sienta sorprendido de no verlos hacer aquí la comedia que acostumbran, pero seguro también valorarán su capacidad de búsqueda y su entusiasmo para arriesgar su propio capital en otros nuevos ámbitos escénicos.

Sin tratarse de un clásico de la comedia musical ni mucho menos, Spamalot también se deja ver con gusto por su desparpajo para parodiar hasta el propio género en algunos de sus títulos más célebres.

Por lo demás, en su reciente montaje en México, en el Teatro Aldama, muestra una producción que va yendo de menos a más, con números musicales, bailables y sobre todo un desenfadado humor que aquí hace la diferencia para con un género que si bien no es nuestro, desde sus mejores tiempos con el Señor Teatro Manolo Fábregas llegó para quedarse.