Ningún país es una isla
Guillermo García Oropeza
“¿Qué será de ti, pequeño país?”, escribió en un artículo conmovedor el escritor noruego Erik Fosner Hansen, meditando sobre el crimen de Anders Behring Breivik, quien no sólo asesinó a decenas de jóvenes socialistas cerca de Oslo y dinamitó edificios públicos en la capital noruega, sino que además atentó brutalmente contra todo un estilo de vida colectivo, contra la tradición de libertad y de virtud democrática del país escandinavo, esa Noruega que era verdadero ejemplo para Europa y el mundo, un país donde , Hansen lo cuenta, se podría encontrar a los príncipes tomando un helado en el parque sin guardias que los protegieran o donde un ministro al salir de su trabajo podía ser visto entrando a una tienda para comprar algo para la cena. Este pequeño país, próspero e igualitario donde el viejo sueño europeo social demócrata había alcanzado casi la perfección, paradójicamente en una monarquía ilustrada y liberal.
Anders Breivik, cuya imagen de asesino arrogante ha dado la vuelta al mundo, vino a darle un rostro brutal a la extrema derecha europea, ese movimiento presente en todos los países del viejo continente que amenaza con explotar los temores y paranoias de la gente que ve cómo una imparable inmigración musulmana y africana ocupa los huecos dejados por una demografía débil y decadente.
Una extrema derecha que crece en Francia como tercera fuerza política dirigida por la inteligente Marina Le Pen, que alcanza importantes victorias en la antes perfecta democracia holandesa, que palpita en Alemania en los movimientos neonazis o que en Italia encontró una voz elocuente en los libros de Oriana Falacci, aquella reportera que fue testigo ante el mundo de la brutalidad de la represión en el México del 68.
Esa misma extrema derecha del Partido del Té que ha penetrado a los republicanos en los Estados Unidos y que acaba de humillar a Obama y a poner en peligro la economía del mundo con su miope y arrogante conservadurismo, la misma extrema derecha cristiana de Sarah Palin la temible aspirante a la presidencia norteamericana.
La misma extrema derecha que, con distintos objetivos ha llegado al poder en México, infiltrando un PAN que ha perdido todos sus ideales y que aliada a una Iglesia revanchista nos hace temer por la pérdida de nuestras libertades con un Felipe Calderón que con el pretexto de combatir el crimen organizado pone en riesgo la soberanía y aquella seguridad que alguna vez tuvimos en un México más feliz.
Sumergidos como estamos en el nerviosismo por las constantes malas noticias de este lamentable sexenio, la noticia del crimen en Oslo, en aquel feliz pequeño país, nos recuerda que el mundo en que vivimos está alarmantemente enfermo. Que parafraseando al poeta inglés, ningún país es una isla.