Regino Díaz Redondo

No siento el menor deseo de jugar
en un mundo en el
que todos hacen trampa.

François Mauriac

Madrid.- El eurogrupo está gravemente enfermo. Necesita cuidados especiales. Su debilidad proviene de la especulación de los mercados, la ineficacia y diferencias entre políticos y economistas de Bruselas. Y su sobrevivencia se ve amenazada por los dueños del dinero que en su afán por salvarse arremeten con desidia y salvajismo contra los 17 países que comparten la moneda única.

El cadalso está listo. Las víctimas caminan hacia él indefensos. Ignorantes, los que han propiciado el caos, no se dan cuenta de que sus órdenes arbitrarias los arrastrarán también.

En un penúltimo intento por evitar el colapso, el Banco Central Europeo ha decidido comprar las deuda de Italia y España, y este país —España— cobrará por anticipado 25 mil millones euros de impuestos a las empresas por acuerdo del gobierno.

Mientras José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, pone sobreaviso a todas las naciones, Hermann von Rompuy se limita a leer los comunicados oficiales. Es un personaje descolorido  —figura escuchimizada— que cuando aparece se diría que lee un discurso dando los parabienes a los alumnos egresados de la universidad. No se inmuta. Su puesto es envidiable porque, al parecer, hace lo que quiere, cuando quiere y si quiere. Evidentemente la expresión de su rostro no cambia. Una sola foto de él bastaría para ilustrar sus intervenciones de hace un año, del presente o del próximo. Rostro inmutable.

Pero la lenta desintegración de las naciones periféricas alcanza ya a Bélgica.

La situación sigue empeorando

Después de 36 meses de incertidumbre y desastre originados por las hipotecas basura, la voracidad de los bancos, la quiebra de Lehman Brothers, los negocios piramidales de Maddox y otras prácticas ilegítimas de grandes consorcios, la situación sigue empeorando.
Todos los días saltan las alarmas y las bolsas de valores suben y bajan, serpentean como montaña rusa sin control ni soluciones para remediar tan insólito estatus.

No hay control de los financieros inescrupulosos. Dominan los egocéntricos  incapaces de impedir una caída libre que, al final, será el común denominador.

Bien sabe Jean Claude Trichet que los bancos son parte del problema que tenemos.
Estas instituciones ganan miles de millones de euros pero, en vista del fantasma de la inestabilidad, se niegan a contribuir para sacar adelante a las naciones afectadas.

Aparte de esta decisión, el Banco Central Europeo anunció que se moverán las tasas de interés, lo que dio origen a que la prima de riesgo de España roce los 400 puntos en relación con el bono alemán.

La obsesión del banquero europeo se limita a controlar la infracción. El fortalecimiento de los países afectados queda relegado a un segundo término. Tal actitud no es sólo que la caja económica europea tenga miedo a mover fichas pero que también sus medidas tienden a asegurar a la burguesía y burocracia de nuestras organizaciones.

A todo esto se une la cataplasma aprobada por el parlamento de Estados Unidos que no convence a nadie y que sólo sirve para ampliar el plazo de la suspensión de pagos.

Es ya un acontecimiento cotidiano saber cómo financieros y políticos se contradicen ante la perplejidad de la gente que ve los toros en la mitad del ruedo. Que los ve venir y que no tiene ni un capote para desviarlos.
Mientras, los ultras economistas y los ultra políticos están sacando provecho. Un provecho que proviene del flagelo al que están sometidos los habitantes del continente.

Dos naciones intocables

Hay dos naciones intocables. Intocables por diversas causas que confluyen en una sola: el egoísmo nacionalista y el buen manejo de sus gobiernos y empresas. Ellas son Alemania y Holanda que se niegan reiteradamente a aprobar cualquier cosa que pudiese lesionar sus intereses privados.

Por lo pronto, el llamado a ampliar el fondo de rescate europeo no está en sus planes. Y no se ha podido modificarlo para aliviar, aunque sea temporalmente, la carga que soportan los europaíses.

Además, por sorpresa, ahora se maneja que Francia puede haberse contaminado. Claro que está lejos de caer en cama, pero esta remota posibilidad asusta a los poderosos. Esperemos que no ocurra porque sería el estallido de la crisis.

Si en Bruselas continúa vigente la bicefalia que dirige la Unión Europea, los problemas no podrán ser resueltos con la eficacia ni la prontitud que se requiere. Nos preguntamos a quién hacer caso: a Durao Barroso o a Rompuy. Y la respuesta no la tenemos. No la tiene nadie. Ni los expertos, ni los políticos, ni los inversores. El día a día va resolviendo o agravando más los problemas.

El remedio no está a la vista. A las decenas de cicatrices que tiene Europa se una nueva herida y nadie sabe cómo parar la hemorragia. No basta con quitar la mala hierba ni arrancar las ramas secas de nuestro tronco, sino que es preciso cuidarlo, alimentarlo para que recobre una parte de su esplendor histórico.

Los gobiernos conservadores y los que en un tiempo no lo fueron pero que ya claudicaron, empiezan a sufrir los embates de su propia gente.

En Estados Unidos, el Tea Party presiona a los republicanos y los demócratas no tienen más remedio que aceptar condiciones que en otros momentos serían rechazadas. El presidente Barack Obama ya se dio cuenta que lidiar con los defensores del status quo es tarea casi imposible. Y para desahogarse un poco acaba de soltar, con bastante frivolidad, la siguiente frase: “Uno de los problemas de Estados Unidos es el viento que viene de Europa”.

O sea, que todo lo malo está aquí, cuando fue allá donde se inició la crisis como todo el mundo sabe y reconoce.
Son muchas las trampas que impiden rehabilitar las naciones descompuestas. Basta decir que algo tan simple como crear un eurobono ha sido desechado por la presión de los imperios.

En el camino de la recuperación, cuando llegue en un futuro, muchas ilusiones y realidades habrán desaparecido. No hay más que admitir el fin de este ciclo. Para evitar peores males, si es posible, tendremos que volver a la sensatez y a la colaboración colectiva.
De lo contrario, el porvenir acabará por tragarnos.