El ojo mágico de un poeta/pintor

Mario Saavedra

He seguido de cerca desde hace más de dos décadas la carrera del extraordinario artista plástico michoacano Antonio Suárez (Mil Cumbres, 1943), quien inició sus estudios de pintura en La Esmeralda en 1962 y los complementó durante una larga estancia en diversos países de Europa. Creador que admiro por su talento y su oficio, por su ejemplar vocación, por su notable maestría en el manejo de los más diversos materiales y técnicas, su obra ha recorrido México, los Estados Unidos y varias naciones del viejo continente.

Realismo maravilloso

De producción abundante y con innumerables exposiciones colectivas e individuales dentro y fuera del país, su multicolor y seductora expresión plástica ha construido una poética que se define esencialmente por sus desbordados afluentes mágicos y oníricos, a través de un estilo que la crítica Bertha Taracena ha ubicado (El realismo fantástico de Antonio Suárez, 1991) dentro de la escuela europea documentada por André Breton, si bien yo siempre lo he sentido más cercano por cauce natural al llamado “realismo maravilloso” que Alejo Carpentier reconoció como sólo acorde al cruce irrepetible de nuestra realidad y nuestro imaginario latinoamericanos.

Luego de su multicolor y palpitante exposición Delicias caribeñas en la cual el artista encontró terreno propicio para que su imaginación y su veta poética reconocieran un hábitat natural de resonancia, a través de la técnica del óleo en la cual ha sido maestro y gran exponente, con su más reciente Suárez a lápiz nos demuestra además su excelsa mano de dibujante, en un difícil arte en el cual no todos los creadores plásticos —inclusive muchos otros destacados y de reconocido prestigio— han conseguido moverse con similar fortuna.

Gran artista que en su largo recorrido ha mostrado manifestarse con sobrada solvencia en muy diversas artes y técnicas, en una apertura de registros que hace de su obra un compendió inacabado de sorpresas y revelaciones (inclusive en las artes escénicas donde su talento se ha desarrollado con similar generosidad), con Suárez a lápiz me viene a la mente una puntual definición del valioso polígrafo veracruzano Rafael Solana que reconocía en Antonio Suárez una simbiosis del artista con la naturaleza por él retratada con el ojo mágico del poeta/pintor destinado con su talento a redimensionarla.

Donde el trazo y el color vuelven a hacerse patentes casi como un milagro: el del arte que nombra cuanto existe y con ello le da un sentido superior al que tiene (el verdadero sentido potencializador de la creación del que hablaba Gauguin), Antonio Suárez nos lleva ahora por otra vía más intimista pero no menos expresiva a reconocer aquellos instantes maravillosos de la naturaleza que sólo el artista de verdad logra mantener para la eternidad de nuestros sentidos asombrados.
En el arte no hay imposibles.

Espléndida exposición por su diversidad de matices y de tonalidades, por las emociones distintas que suscita a flor de piel, por su manera de abordar las magias de nuestro rico y diverso patrimonio tanto natural como cultural, Suárez a lápiz nos recuerda además al no menos valioso y sugestivo retratista, al gran colorista que en su no menos extensa paleta del lápiz nos evidencia que sólo en el terreno del arte no hay imposibles. El arte de verdad, resumiendo a Nietzsche, nos reconcilia con aquello que de verdad importa, que trasciende, que inquieta, que incomoda, que fascina…

Naturalezas muertas, paisajes, rostros, fachadas, seres mágicos, entre otros temas que pueblan esta muestra de un creador en plenitud de facultades, hacen de Suárez a lápiz un gozoso compendio donde los sentidos, la imaginación y el oficio de este también gran maestro del dibujo nos recuerda que no hay técnicas ni materiales de primero o segundo orden, sino artistas extensos o limitados. Como se suele decir, “el gallo donde quiera canta”, y este Antonio Suárez que aquí sólo utiliza lápices y papel logra obras acabadas de inimaginables belleza y proyección.

Exposición de remanso

A sus 68 años de edad, y después de haberlo pintado casi todo (recuerdo una no por inquietante menos conmovedoramente hermosa colección suya en torno a los pecados capitales y las miserias del mundo), esta exposición de Antonio Suárez en la galería la Torre del Reloj en el Parque Lincoln, en Polanco, constituye una especie de remanso donde el pintor/poeta/dibujante nos reconcilia con las creemos debieran ser las bases primeras de las artes plásticas.