Del realizador australiano Peter Weir

Por Mario Saavedra

Para quienes admiramos la filmografía del notable realizador australiano Peter Weir, cada nueva cinta suya, que por cierto responde a un largo y pensado proceso de creación, constituye todo un acontecimiento. Siete años después de su anterior Al otro lado del mundo del 2003, su reciente Camino a la libertad o El camino de regreso (The way back, Estados Unidos, 2010) apuesta por una vistosa gran producción donde creo que otra vez no nos defrauda, porque si bien parte de una historia real de la Segunda Guerra Mundial que por su naturaleza y su ambiente podría haber dado pie a la fácil sensiblería y el efectismo, en cambio opta por no renunciar a aquellos visos de su estética que mejor lo definen, entre otros, solvencia narrativa y rigor en la puesta.

Bello poema de imágenes y palabras

Sólido y conmovedor discurso épico en torno a la libertad, a la dignidad humana, incluso por encima de la propia vida, este nuevo largometraje del Peter Weir cuenta las vicisitudes concentradas de cinco presos fugados de un gulag en Siberia en 1939, en una sobrehumana proeza que los llevará a algunos de ellos a recorrer seis mil kilómetros hasta la India.

Y si bien la anécdota en sí misma ya rebasa la imaginería agotada de una época cotidianamente superada en lo que pasa alrededor por una realidad fuera de todo límite (la realidad que tristemente supera a la ficción), lo cierto es que Weir dista mucho de construir un acopio de lugares comunes y en cambio se decide por un bello poema donde imágenes y palabras giran en derredor de un mismo todo en el que la amistad y la generosidad resultan todavía posibles.

En medio de una Europa dividida y al borde del estallido de la Segunda Guerra Mundial, no son aquí los nazis sino los soviéticos quienes torturan y encierran a los contrarios a su ideología de poder.

A la sombra oscura y nefanda de Stalin, los gulags funcionan como cárceles de inhumanidad y trabajos forzados, donde algunas conciencias atrapadas por falsas denuncias o decepcionadas por la fallida utopía marxista cargan con sus personales prisiones de culpa por la ausencia. El camino hacia la añorada libertad se convertirá entonces en un sueño casi imposible para este grupo de hombres desesperados y sin provisiones, presos políticos en su mayoría decididos a cargar a cuestas con la sola esperanza de alcanzar recuperar la dignidad humana.

Sin que importe ya mucho si los personajes originales fuente de esta epopeya real son ya ellos, el también autor de La sociedad de los poetas muertos y El show de Truman reconstruye una especie de homenaje a todos aquellos impulsos sublimes de una condición humana que al menos en el terreno de la utopía debiera seguir aferrándose a cuanto de aún noble pueda salvarlo en medio de un mundo cada vez más atribulado por la ambición y la barbarie.

Y tratándose al fin de cuentas de un hecho artístico, de la reinterpretación tras el tamiz del ojo sensible y crítico del creador, El camino de regreso podría también funcionar a manera de metáfora del que ha sido uno de los propósitos por excelencia en el quehacer del conocimiento y de la creación artística: la búsqueda del sentido y de la consecución de la Libertad con mayúscula.

Otro de los grandes atributos de esta hermosamente fotografiada película de Peter Weir, es que los ambientes y escenarios magníficos que hacen el largo recorrido de Siberia al norte de la India, pasando por la vasta estepa rusa, el implacable desierto mongol, la extensa Muralla China y el inhóspito Tibet (el aval y la participación de National Geographic en la producción no lo hace un documental, como en la casi muda El oso de Jean-Jacques Annaud), no desdibujan a los aquí personajes humanos de carne y hueso, ni sus respectivas historias coincidentes tras una misma causa de libertad y retorno al origen. Sin grandes ni mucho menos bruscos sobresaltos de ritmo, sin aspavientos maniqueos, y tratándose de un realizador que se ha caracterizado además por ser un estupendo director de actores, Camino a la libertad resulta una condensada partitura a varias voces donde cada instrumento tiene sus partes de solista destacado y en aquellas otras de conjunto sobresalen en igualdad de circunstancias.

Casting muy bien escogido

Si bien hay en el reparto actores que como los anglosajones Ed Harris o Colin Farrell tienen mayor cartel, en un casting por cierto muy bien escogido, todos muestran un desempeño protagónico y sobresaliente. Colin Farrell, por ejemplo, resulta admirable en su roll de sádico loco redimido, y hasta un Mark Strong en su bastante más breve participación de la que saca el mejor provecho. El joven Jim Sturgess encarna con convicción al carismático líder polaco Slavomir Rawicz, quien aportó la reconstrucción primaria de los recuerdos para armar esta odisea de sobrevivencia y temple. La única mujer, que se les une en el camino y no acaba la travesía en el desierto mongol, la encarna la también joven Saoirse Ronan, quien logra matizar con talento un personaje que seduce por su sensibilidad y su valor. Completan este notable reparto multinacional, como la propia nómina de personajes a quienes dan vida, Dragos Bucur, Gustaf Skarsgård, Sebastian Urzendowsky y Alexandru Potocean.

Sin ser desde mi punto de vista la mejor película de un director de culto como lo es ya el australiano Peter Weir, Camino a la libertad tiene la rúbrica de un espléndido realizador que conoce muy bien el lenguaje cinematográfico y echa mano con maestría de todos los recursos al alcance, en este preciso caso a través de una alentadora y tonificante historia que nos reconcilia con la vida, con aquello que como condición nos pudiera aún salvar.