Medianoche en París, hermosa y grata cinta

Por Mario Saavedra

De vuelta al mejor Woody Allen, al que a mediados de la década de los ochenta llegó al numen de la perfección y de su plenitud creativa con ese gran gozo de búsqueda imaginativa que es La rosa púrpura del Cairo (otro de los más bellos homenajes al cine dentro del cine, como Cinema Paradiso y Splendor de los italianos Giuseppe Tornatore y Ettore Scola, respectivamente), y después de haber pasado por los también ya clásicos en la conformación de su vasta y ecléctica filmografía Annie Hall y Manhattan todavía de los setentas, el realizador neoyorquino por antonomasia se recupera a sí mismo con su más reciente Medianoche en París (Midnight in Paris, Estados Unidos, 2011).

Como en buena parte de la filmografía del también autor de Interiores y Hannah y sus hermanas, vuelve a aparecer como leit motiv el tema de la insatisfacción vital y el contraste con los otros de afuera (el artista que es el Todo y ve pasar el mundo fuera de sí) como detonante para dar entrada al mundo reinante de la ficción, que en el caso del escritor protagonista en Medianoche en París (otra vez alter ego de sí mismo) desencadenará necesariamente toda clase de asociaciones y complicidades con el que  ha sido su universo de formación y algunos de sus más grandes mitos de cara a la modernidad.

Homenaje a escritores norteamericanos

Así, ese personaje que protagoniza casi todas las películas de Allen —no es otro que él mismo, en diferentes reencarnaciones—, da aquí rienda suelta a su imaginación y entabla contacto con algunos de los personajes literarios y artísticos que hacia finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX protagonizaban los quehaceres artístico e intelectual en un París emblemático y que entonces era el ombligo del mundo.

A partir de un guión propositivo e inteligente de él mismo, con buena parte de los rasgos y obsesiones que mejor definen su nutrida pero también irregular filmografía (y si no, baste ver sus por demás fallidos tres filmes anteriores: Vicky Cristina Barcelona, Si la cosa funciona y Conocerás al hombre de tus sueños), el mejor talento de Woody Allen se vuelve a hacer patente en esta especie de homenaje sentido y con conocimiento de causa a escritores  norteamericanos que como el poeta Ezra Pound y los novelistas Dos Passos, Faulkner, Hemingway y Scott Fitzgerald (pocos años después, también Henry Miller) influirían notablemente en su generación.

Un acto de retribución también para con esa Ciudad Luz de la que nos hemos iluminado prácticamente todos en mayor o menor medida, en este caso de cara a una metrópoli que en el entrepuente de los siglos XIX y XX era el centro natural de reunión de la creación artística y el pensamiento de Occidente, como antes lo habían sido Roma y Viena, Medianoche en París personifica por otra parte el despertar de una generación que con los simbolistas y los impresionistas redirigió el rumbo de la concepción estética. Y en ese contexto coinciden los arriba documentados escritores norteamericanos, y con ellos Matisse, Picasso y Dalí, y antes, en una búsqueda que bien exacerba esa constante de que “todo pasado fue mejor”, los Degas, los Renoir, los Toulouse-Lautrec, los Gauguin.

Película cargada de nostalgia y de buen gusto, el Woody Allen extraordinario contador de historias se reconcilia con su mejor cine, prescindiendo de los grandes sobresaltos o pretensiones de otras anteriores, porque aquí la cámara se deja sólo llevar por el ojo clínico y sensible del realizador, en atención a una anécdota igualmente clara y lineal, apenas con las rupturas propias de un juego de tiempos donde la realidad y la ficción permiten a los personajes-actores contar su transcurrir existencial. Los recursos utilizados no exceden los movimientos y travellings pausados, con el zoom como herramienta de énfasis y sin el menor número de planos posibles, porque la cámara y demás artificios cinematográficos se ponen al servicio de un discurso donde la palabra vuelve a ser guía de narración y de reflexión, con una impecable fotografía igualmente al auxilio de una ciudad siempre pletórica de maravillas y de sabor.

Leyenda viviente

Con la conducción de un gran director que se busca y encuentra a sí mismo, esta  hermosa y grata cinta de Woody Allen nos muestra a un realizador en plenitud de facultades, que aquí con sobrados recursos comprueba por qué es ya una leyenda viviente. Dentro de un nutrido reparto en el que parecieran estar todos los que son y ser todos los que están, el talento del realizador neoyorquino se prueba aquí también en su capacidad para no permitir notables diferencias en una nómina que a primera vista concentra actores de muy distintos niveles y jerarquías, empezando por lo que consigue por ejemplo de un otras veces limitado Owen Wilson (en el protagónico de su vida) que ni en la comedia de batalla –el género que con mayor frecuencia pisa– llega a hacerse otras veces siquiera soportable.

A la altura de otros intérpretes más probados como Michael Sheen, o la solvente Cathy Bates, o los premiados Marion Cotillard y Adrien Brody, o inclusive la guapa Raquel McAdams, otra grata sorpresa en esta exquisita Medianoche en París de Woody Allen es la presencia de la hermosa Carla Bruni, quien en su pequeña pero sustancial parte se convierte en la guía de turistas ideal para todo viajero dispuesto a dejarse atrapar por el encanto de una ciudad siempre cargada de sorpresas y revelaciones.