(Primera de dos partes)
Ignacio Trejo Fuentes

La noche que murió Freud, reciente novela de David Martín del Campo, se sostiene sobre una estructura un tanto extraña pero sin duda muy eficaz: en el primer capítulo vemos a un tipo que en la madrugada entierra un cadáver en un paraje solitario, y a partir del siguiente conocemos al psicoterapeuta Torcuato Haza, quien tiene su consultorio en la Ciudad de México, donde recibe puntualmente a sus pacientes. Así, mientras escuchamos las conversaciones entre éstos, nos olvidamos de la tétrica escena inicial.

¿De qué hablan Haza y sus pacientes? Supongo que de lo que tratan todos los médicos de esa especialidad: quienes lo frecuentan sufren algún desacomodo, de mayor o menor intensidad; por ejemplo, un joven tiene intenciones serias de asesinar a su padre, mientras una cuarentona confiesa su ninfomanía; otro es un futbolista iracundo que golpea a su mujer; uno más padece un onanismo desaforado. Son, en fin, “enfermos” comunes y corrientes. Quien, sin declararse enfermo padece alteraciones psíquicas es precisamente Torcuato Haza, que a veces arrebata la palabra a sus clientes y les refiere fragmentos de su vida. De ese modo sabemos que vive solo, tiene una hija y una hermana, con la que su madre lo dejó abandonado cuando él tenía apenas nueve o diez años: la dama dejó la casa, la familia, para irse con otro. El padre fue asesinado estúpidamente años después.

Confieso que la ruptura entre la escena del primer capítulo y lo que se lee en los siguientes me desconcertó, es decir, el autor consiguió despertar mi curiosidad: ¿quién había sido el muerto?, ¿cuáles las causas de su muerte y por qué fue inhumado en forma clandestina? David Martín del Campo sabe que tiene (como en mi caso) al lector en sus manos, y se regodea dando noticias sobre el psicoterapeuta, como el amor desaforado que tiene por los peces de su acuario (de nombres inverosímiles), con los que habla y cree —en serio— que le responden. Y es precisamente la muerte de uno de ellos, Freud, lo que desencadena el núcleo dramático de la historia: la muerte del pez, y luego de los otros (Madonna, Karol Wojtyla, Pavarotti, Bocassa, Michael Jackson…) provoca que Torcuato asesine a una de sus ex mujeres.

Pero esto —el crimen— no es lo sustancial de la trama, sino el nudo de conflictos que el abandono de la madre produjo en el protagonista. Tan es así que cuando se entera, por boca de su hermana, que la madre vive y que incluso ha estado vigilándolos, determina ir a Saltillo para asesinarla. Cuando llega, recibe una sorpresa que ni el más sagaz de los lectores podría imaginar.