(Segunda y última parte)
Ignacio Trejo Fuentes
En la entrega anterior hablé de la urdimbre de la novela La noche que murió Freud, de David Martín del Campo, y si el principio causa extrañeza, el final se resuelve de manera perfecta por medio de cartas (que en realidad son fragmentos de un diario) escritas por la madre de Haza, donde refiere cómo, en un viaje que hizo a Europa, se involucró sexualmente de un guía de turistas mexicano, cómo se enamoró de él y de qué manera éste vino a México para llevarla consigo: se instalaron en Monterrey, primero, y luego en Saltillo; procrearon hijos y vivieron más o menos felices. El “más o menos” obedece a la inquietud de la dama por el destino de sus primeros vástagos.
Por razones obvias no cuento el desenlace, pero aseguro que es emocionante. Y de aquí surge un prevención: aquellos lectores que, como yo, se desconcierten con el arranque de la historia y su (al parecer) poco sentido con lo que sigue inmediatamente, no deben claudicar y abandonar la lectura, deben seguir, con la seguridad de que la resolución de la trama no habrá de desilusionarlos.
He leído la totalidad de las novelas de David Martín del Campo (Ciudad de México, 1952), desde Las rojas son las carreteras, y he podido atestiguar el rigor de su trabajo narrativo, su afán de asumirse como un auténtico contador de historias. Por eso, no se anda por las ramas, y a pesar de que la suya es una prosa elegante, no le complica la vida al lector con audacias estilísticas ni con retóricas huecas: suele ir al grano, sin hacer trampas ni temática ni técnicamente; sus novelas son, para decirlo de algún modo, muy cinematográficas, y no es gratuito entonces que algunas de ellas hayan sido llevadas a la pantalla. Por lo demás, David maneja un sutil sentido del humor, y lo califico de ese modo porque no se deja llevar por el chiste fácil o grosero, sino apela a la inteligencia de quien lee: los suyos son chistes intelectuales.
En La noche que murió Freud el escritor hace alarde -como no lo había hecho en sus novelas precedentes- de su vasta cultura, en este caso principalmente sobre la materia psicoanalítica, no en balde su personaje central es psicoterapeuta; y sin embargo, sus constantes referencias literarias, musicales, cinematográficas, no resultan chocantes ni están de más, aparecen en el momento justo y preciso. Y maneja varios leit motiv, como la cancioncilla que aparece a lo largo del libro y cuyo sentido comprendemos hacia las páginas finales: no es gratuita, tiene sentido simbólico.
En el mismo sentido, es posible que a algún lector exigente le parezca forzado o fuera de lugar el tono erudito en que la madre de Haza hace la crónica de su viaje por Europa: parece propio de un experto guía de turistas, y no de una clasemediera mexicana. Pero eso se debe a que la mujer copia exactamente la información de los folletos y guías de las que se hace. No es, por tanto, un desfiguro del autor, sino de la protagonista.
Creo que La noche… es hasta ahora la mejor novela de David Martín del Campo: muestra talento narrativo y se sostiene sobre temas por demás interesantes. Y sí, concedo crédito al redactor de la cuarta de forros de la edición: “Sin duda alguna se trata de una de las obras más imaginativas y desafiantes de la literatura mexicana actual”.
David Martín del Campo,
La noche que murió Freud.
Ediciones B, México, 2010; 213 pp.