Ignacio Trejo Fuentes
Parecería ocioso decirlo, pero mientras el país se desmorona a causa del asedio de criminales de toda índole y de la ineptitud de las autoridades, la vena más sagrada de México, el arte, se manifiesta como un oasis, una bendita bocanada de aire fresco. Si se pone atención, a lo largo y ancho del territorio nacional se despliega un abanico de ofertas a favor del espíritu, la creatividad y la imaginación: festivales como el ya inmarcesible Cervantino, ferias del libro, exposiciones de artes plásticas, raudales de conciertos musicales, abundancia de éxitos cinematográficos, puestas en escena… nos incendian en el sentido más bueno y noble del término.
Desde hace siete años, en Baja California Sur (principalmente en La Paz y en Los Cabos) se celebra el Encuentro Literario “Lunas de Octubre”, al que asisten escritores de varias partes del país y algunos del extranjero, para fiesta y regocijo de los bajacalifornianos del sur. Los organizadores, del Centro local para la Cultura y las Artes, y la Universidad Autónoma de Baja California Sur, y cuyas cabezas son Juan Cuauhtémoc Murillo y el infatigable poeta Edmundo Lizardi, tienen el cuidado de invitar a la fiesta (auténtica) a escritores de cierto renombre y a una pléyade de jóvenes autores de distintas entidades y de la admirable cantera local. Y los resultados no pueden ser mejores: bajo la mejor Luna, la de octubre, y en tierras bañadas por mares portentosos, los invitados leen poesía y narrativa para regocijo de los concurrentes.
Acabo de estar en la séptima edición del Encuentro, efectuada del 14 al 16 del mencionado mes, y volví a la Ciudad de México cautivado y lleno de emoción: encontrarse con puñados de escritores —esencialmente jóvenes, aunque no hay desdeño por los viejos— que comparten su creatividad y su talento en medio de un ambiente de lo más familiar (como si se conocieran desde siempre) estruja y anima. Es, repito, una verdadera fiesta. Y, estando ahí, uno se olvida del desmoronamiento de nuestro México. ¡Da gusto ver de qué manera los participantes se entregan al festejo de las letras, sus letras, nuestras letras! Y el espíritu se fortalece, además, por los paseos por esos paisajes maravillosos que se hacen entre actividad y actividad.
Esta vez, el Encuentro se celebró en Cabo San Lucas (una de las ciudades más caras del país), y uno no acaba de deslumbrarse de tanta belleza fresca y junta, natural y humana: como si los prodigios naturales y la literatura no bastaran, los racimos de mujeres y hombres hermosos apabullan. El día de la clausura del Encuentro, los organizadores nos llevaron a la Bahía de Todos los Santos (a medio camino entre Los Cabos y La Paz), nada más y nada menos que a uno de los restaurantes del mítico Hotel California (hay que recordar la canción de The Eagles): estar ahí comiendo, bebiendo, escuchando poesía y bellas prosas no tiene… comparación. Dan ganas de llorar y de que eso no termine.
Felicitaciones a los organizadores de las Lunas de Octubre. Y sería magnífico —si los recursos no se escatimen— que convocaran a, por lo menos, un escritor de cada uno de los estados de la República: la fiesta se robustecería.